Desde su llegada a Barcelona nuestro nuevo arzobispo no ha gozado de un minuto de descanso. Toma de posesión en la Catedral, espléndidamente relatada ayer por Prudentius de Bárcino, misa en la Merced el domingo por la mañana y multitudinaria misa en la Basílica de la Sagrada Familia por la tarde. ¡Hasta ha tenido tiempo de ir en metro! ¡Y de perderse! Así lo relató en las dos misas de este domingo. A primera hora fue a acompañar al templo gaudiniano al arzobispo de Tours, Mons. Bernard-Nicolas Aubertin, compañero suyo de misión con los Padres Blancos, y quiso volver en metro, equivocándose de línea y pasándose luego de parada. Guiño muy francisquista ese de ir en metro, pero que ha causado tanta fortuna, que hasta el cardenal Martínez Sistach ha anunciado que va a dejar a su Schumacher y también viajará en el suburbano.
Lo cierto es que Omella ha iniciado su pontificado con un estilo en las antípodas de nuestros últimos obispos. Tanto de Jubany como de Carles, como de Sistach. Predica desde el ambón y no desde la cátedra, no lee sus homilías, las salpica de anécdotas, todo ello bajo el lema que destacó en su toma de posesión: “evangelizar con nuevos métodos”. Y a fe que lo consiguió. En la misa de la Sagrada Familia, a la que uno asistió, el entusiasmo fue indescriptible. La atención a su sermón -trufado de más de un detalle populachero- así como el calor que le dispensó la feligresía, evidenciado en un enardecido y prolongado aplauso final, son muestra relevante de una personalidad que logra causar empatía. ¡No es poco!
Nos pedía nuestro arzobispo que le respetásemos un tiempo de luna de miel y la verdad sea dicha que lo ha conseguido, con éxito de crítica y público. Ni un medio progre contra Omella. Ni tan siquiera un medio nacionalista. Ayer la Sagrada Familia se llenó tanto de curas germinantes como de Sistach macoutes. Sólo dio la nota un Turull con ansias de protagonismo, al que parecía que Omella no le hacía el menor caso. Todas las tendencias unidas, con la ilusión en un nuevo Pastor. Hasta la ausencia ridícula y mal educada de un Artur Mas o de algún consejero de la Generalitat en su toma de posesión, se volvió tornadiza con la asistencia del consejero Germà Gordó (¡que unción besándole el anillo!) y los concejales Xavier Trias y Alfred Bosch en la Sagrada Familia. ¡Llisterri iba anunciando a la entrada, a quien quería escucharle: avui vé un conseller! Porque el mosqueo que llevaba el sábado el director general d’Afers Religiosos (ese adolescente sin corbata) fue terrible, habiéndolo dejado solo al lado del Capitán General y la Delegada del Gobierno. Si el gesto de nuestros mandatarios autonómicos era para no provocar a la CUP, les salió el tiro por la culata, cual es de ver con el esperpéntico empate en la Asamblea de Sabadell.
Eso sí, no se quita a Sistach de encima. Sorprendió mucho la asistencia del cardenal a la misa de la Sagrada Familia. Tuvieron que justificarla con el pretexto de que hacía 28 años de su ordenación episcopal. ¡Con una vida tan plagada de cargos, siempre encontrarán excusa! Pero, pobre Sistach, qué papel de la triste figura hacía. Reducido a mero concelebrante, al lado de Mons. José Luis Redrado, secretario emérito del Pontificio Consejo Pastoral de la Salud y sacerdote que residió quince años en Barcelona, como Jefe del Servicio Religioso del Hospital de San Juan de Dios. La posición de un cardenal, reducido a obispo emérito, es muy incómoda. Ni Jubany ni Carles solían coincidir en celebraciones religiosas con sus sucesores, sobre todo cuando no habían alcanzado el purpurado. Ello no quiere decir que desapareciesen del mapa: presidían celebraciones, les llamaban a actos, escribían artículos; pero sin entorpecer jamás la labor cotidiana del nuevo residencial. ¡Y qué mala cara hace Sistach! Este hombre ha envejecido más en dos días sin mandar que en once años de obispo.
Ha entrado Omella con más buen pie del que esperaba. Va a gozar de buena prensa y de un amplio consenso entre todos los sectores. Hasta que empiece a tomar decisiones, claro está. Especialmente porque ha manifestado que se va a dedicar a visitar todas las parroquias y allá podrá comprobar dónde hay vitalidad y dónde no. Donde le recibe un consejo parroquial que hiede a clases pasivas y donde le recibe una feligresía joven y renovadora. Donde halle un ambiente cerrado, en el cual hace 40 años que son los mismos, y donde halle savia nueva y emprendedora. Tiempo tendrá. Por ahora se va a limitar a ver y escuchar. Y hará bien. Ya empezará a conocernos a todos. Y parece que de tonto no tiene un pelo.
Oriolt
Lo cierto es que Omella ha iniciado su pontificado con un estilo en las antípodas de nuestros últimos obispos. Tanto de Jubany como de Carles, como de Sistach. Predica desde el ambón y no desde la cátedra, no lee sus homilías, las salpica de anécdotas, todo ello bajo el lema que destacó en su toma de posesión: “evangelizar con nuevos métodos”. Y a fe que lo consiguió. En la misa de la Sagrada Familia, a la que uno asistió, el entusiasmo fue indescriptible. La atención a su sermón -trufado de más de un detalle populachero- así como el calor que le dispensó la feligresía, evidenciado en un enardecido y prolongado aplauso final, son muestra relevante de una personalidad que logra causar empatía. ¡No es poco!
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El Consejero de Justicia besando el anillo al obispo |
Eso sí, no se quita a Sistach de encima. Sorprendió mucho la asistencia del cardenal a la misa de la Sagrada Familia. Tuvieron que justificarla con el pretexto de que hacía 28 años de su ordenación episcopal. ¡Con una vida tan plagada de cargos, siempre encontrarán excusa! Pero, pobre Sistach, qué papel de la triste figura hacía. Reducido a mero concelebrante, al lado de Mons. José Luis Redrado, secretario emérito del Pontificio Consejo Pastoral de la Salud y sacerdote que residió quince años en Barcelona, como Jefe del Servicio Religioso del Hospital de San Juan de Dios. La posición de un cardenal, reducido a obispo emérito, es muy incómoda. Ni Jubany ni Carles solían coincidir en celebraciones religiosas con sus sucesores, sobre todo cuando no habían alcanzado el purpurado. Ello no quiere decir que desapareciesen del mapa: presidían celebraciones, les llamaban a actos, escribían artículos; pero sin entorpecer jamás la labor cotidiana del nuevo residencial. ¡Y qué mala cara hace Sistach! Este hombre ha envejecido más en dos días sin mandar que en once años de obispo.
Ha entrado Omella con más buen pie del que esperaba. Va a gozar de buena prensa y de un amplio consenso entre todos los sectores. Hasta que empiece a tomar decisiones, claro está. Especialmente porque ha manifestado que se va a dedicar a visitar todas las parroquias y allá podrá comprobar dónde hay vitalidad y dónde no. Donde le recibe un consejo parroquial que hiede a clases pasivas y donde le recibe una feligresía joven y renovadora. Donde halle un ambiente cerrado, en el cual hace 40 años que son los mismos, y donde halle savia nueva y emprendedora. Tiempo tendrá. Por ahora se va a limitar a ver y escuchar. Y hará bien. Ya empezará a conocernos a todos. Y parece que de tonto no tiene un pelo.
Oriolt