Es muy poco discutible que la primera construcción de Europa la hicieron los romanos, pero con bastante mayor amplitud. La Europa que sucesivos emperadores suspiraron por restaurar bajo la denominación deSacro Romano Imperio, era inequívocamente cristiana, levantada por la Iglesia sobre la ruina del imperio romano: ruina política, ruina económica, ruina social y ruina moral. No gratuitamente fue nombrado San Benito como patrón de Europa en reconocimiento de la inmensa labor que hicieron los benedictinos en la construcción social, económica y moral de Europa. Junto a ellos, los cistercienses. Y así sucesivamente se les fueron uniendo otras órdenes, cada una con su especialísima misión, incluidas las militares y hospitalarias.
No se construyó Europa ella sola: legiones de frailes y monjas, más numerosas que las legiones romanas, miles de iglesias y monasterios e instituciones asistenciales, escuelas y universidades fueron la fuerza humana de altísima inspiración divina, que convirtió las ruinas del Imperio romano en un puñado de naciones con enorme fuerza civilizadora. Podemos decir sin temor a exagerar, que la Iglesia fue la abanderada de la construcción de Europa. La maestra que sacándola de su postración sobre todo moral, la formó y la ayudó a crecer.
Tampoco erraríamos en exceso si afirmásemos que el fin de la fortaleza moral de Europa es inevitable colocarlo en Lutero. Auténtico antisistema, cuyo lema fue: pecca fórtiter, crede fortius. Peca con ganas, pero cree con más ganas todavía. Esto peccator et pecca fortiter, sed fortius fide et gaude in Christo. Es decir, sé pecador y peca con fuerza, pero con mayor fuerza aún, confía y goza en Cristo. Peccandum est, quamdiu hic sumus: “Hemos de pecar (no nos queda más remedio que pecar) mientras estamos aquí”. Vita haec non est habitatio justitiae.: “Esta vida no es la morada de la justicia”. Así se expresaba Lutero.
Con Lutero quedó rota la Iglesia y quebrada su fortaleza. La Contrarreforma fue un gran impulso de resistencia, pero reactivo. Sólo Benedicto XIII, el papa Luna, y luego el cardenal Cisneros se adelantaron en España con una reforma en profundidad en la formación y en las costumbres del clero sobre todo, pero también del pueblo. Ello evitó en gran parte las defecciones que provocó la reforma protestante allende Europa.
Pero por lo que afecta al papel de la Iglesia respecto a Europa, se había quebrado ya su fortaleza. Muchos pecados había acumulado la comunidad eclesial; pero éstos no la habían desnaturalizado. Lo que sí la desnaturalizó definitivamente, fue dejar rota la unidad del mensaje de Cristo; y probablemente fue ese mensaje tan bárbaro del pecca fórtiter, lo que más seriamente rompió esa unidad. Los seguidores de Cristo, a partir de ahí quedaron divididos en dos bandos: el del esmero en cumplir los mandamientos, y el bando contrario, el del libertinaje teológico y moral, el del pecca fórtiter (tan parecido al que sufrimos hoy). El desmadre sobre todo moral. Ahí empezó el desmantelamiento del imponente trabajo de construcción de Europa que había hecho la Iglesia. A partir de ahí, los que en la Iglesia (ya definitivamente calificada como católica) sentían el agobio de su fuerte inclinación al pecado y se cansaban de luchar contra él, tenían hacia dónde dirigir su miradas. Y sí, lo primero que aprendió a practicar la Iglesia católica con los del pecca fórtiter fue la tolerancia (para ellos se inventó el término).
Y claro, después de la tolerancia vino la admiración y poco menos que la canonización; y luego la imitación. Y ahí estamos hoy los católicos enfangados en un pecca fórtiter en el que se ha instalado tan fórtiter, que incluso está barajando la posibilidad de acomodar la doctrina a la nueva realidad, es decir al pecado con total desvergüenza. Y si en la Iglesia que fundó Europa, hoy andan así las cosas, ¿podemos esperar acaso que Europa sea un dechado de moralidad?
Y es ahí, en la furibunda disidencia cristiana del pecca fórtiter, que tiene su traducción económica en el time is money, que hemos traducido al español como “el tiempo es oro” en oposición al cristianísimo “el tiempo Dios lo da”; es ahí donde empieza el liberalismo que, ¡mira por dónde!, es una mera teoría de servidumbre económica vestida con ropajes políticos, morales y hasta religiosos. El liberalismo (oportunamente citado en el reciente artículo de mosén Espinar) es esencialmente el tránsito de “el tiempo Dios lo da”, a “el tiempo es oro” y por consiguiente nosotros valemos en la medida en que nos convirtamos en oro, dedicando nuestro tiempo a eso, a hacer oro, aparcando de una vez por todas esa ingenuidad tan medieval e incluso tan monacal de que “el tiempo Dios lo da”.
Con el pecca fórtiter, que con tanto ahínco se ha practicado últimamente en la Iglesia por parte de quienes estaban llamados a ser su máximo sostén; con esa conversión de tantos responsables de la Iglesia al pecca fórtiter de Lutero,estamos deshaciendo el camino de la construcción de Europa en la que la Iglesia aportó lo mejor de sí misma. Y hoy ya con una audacia y una ferocidad nunca vistas: esa Europa tan protestante, tan antisistema en el sentido más estricto del término, se ha lanzado sin miramientos a una lucha sin cuartel contra los Diez Mandamientos (¿puede haber algo más antisistema que eso?). Ese es el cimiento sobre el que quieren construir la nueva Europa. Y por si algo le faltaba a esa calamidad, hemos añadido lo del time is money, el tanto tienes, tanto vales, el Dios te muestra su amor a través de tu riqueza, sin que importe cuánto pecaste para conseguirla: valores tan inequívocamente protestantes a los que junto al pecca fórtiter se han adherido con un entusiasmo digno de mejor causa, algunos hombres fuertes de la Iglesia.
Y ahora que acabamos de salir de las elecciones con las que supuestamente intentamos levantar una Europa nueva que la aleje de los bárbaros enfrentamientos del siglo pasado, nos toca preguntarnos a los que tenemos responsabilidades en la Iglesia. ¿Qué aporta hoy la Iglesia o qué aportan sus cuadros directivos a la construcción de la nueva Europa? La respuesta es bien fácil: sobre los principios de absoluta inmoralidad, cuando no de perversidad, con el inherente factor de corrosión con que se está construyendo Europa, la ruina está cantada y cualquier tipo de enfrentamiento, garantizado. Y parece evidente que los pastores de la Iglesia tendríamos que ser conscientes de que hoy Europa necesita a la Iglesia tanto como la necesitó para su construcción tras la caída del Imperio Romano. Y para esa tarea es imprescindible la moral de la tropa. Hay que defender la moral. Es decir, guardar la Palabra y esforzarse en cumplir los Mandamientos, porqueestrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida…. (Mateo 7,14).
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
No se construyó Europa ella sola: legiones de frailes y monjas, más numerosas que las legiones romanas, miles de iglesias y monasterios e instituciones asistenciales, escuelas y universidades fueron la fuerza humana de altísima inspiración divina, que convirtió las ruinas del Imperio romano en un puñado de naciones con enorme fuerza civilizadora. Podemos decir sin temor a exagerar, que la Iglesia fue la abanderada de la construcción de Europa. La maestra que sacándola de su postración sobre todo moral, la formó y la ayudó a crecer.
Tampoco erraríamos en exceso si afirmásemos que el fin de la fortaleza moral de Europa es inevitable colocarlo en Lutero. Auténtico antisistema, cuyo lema fue: pecca fórtiter, crede fortius. Peca con ganas, pero cree con más ganas todavía. Esto peccator et pecca fortiter, sed fortius fide et gaude in Christo. Es decir, sé pecador y peca con fuerza, pero con mayor fuerza aún, confía y goza en Cristo. Peccandum est, quamdiu hic sumus: “Hemos de pecar (no nos queda más remedio que pecar) mientras estamos aquí”. Vita haec non est habitatio justitiae.: “Esta vida no es la morada de la justicia”. Así se expresaba Lutero.
Con Lutero quedó rota la Iglesia y quebrada su fortaleza. La Contrarreforma fue un gran impulso de resistencia, pero reactivo. Sólo Benedicto XIII, el papa Luna, y luego el cardenal Cisneros se adelantaron en España con una reforma en profundidad en la formación y en las costumbres del clero sobre todo, pero también del pueblo. Ello evitó en gran parte las defecciones que provocó la reforma protestante allende Europa.
Pero por lo que afecta al papel de la Iglesia respecto a Europa, se había quebrado ya su fortaleza. Muchos pecados había acumulado la comunidad eclesial; pero éstos no la habían desnaturalizado. Lo que sí la desnaturalizó definitivamente, fue dejar rota la unidad del mensaje de Cristo; y probablemente fue ese mensaje tan bárbaro del pecca fórtiter, lo que más seriamente rompió esa unidad. Los seguidores de Cristo, a partir de ahí quedaron divididos en dos bandos: el del esmero en cumplir los mandamientos, y el bando contrario, el del libertinaje teológico y moral, el del pecca fórtiter (tan parecido al que sufrimos hoy). El desmadre sobre todo moral. Ahí empezó el desmantelamiento del imponente trabajo de construcción de Europa que había hecho la Iglesia. A partir de ahí, los que en la Iglesia (ya definitivamente calificada como católica) sentían el agobio de su fuerte inclinación al pecado y se cansaban de luchar contra él, tenían hacia dónde dirigir su miradas. Y sí, lo primero que aprendió a practicar la Iglesia católica con los del pecca fórtiter fue la tolerancia (para ellos se inventó el término).
Y claro, después de la tolerancia vino la admiración y poco menos que la canonización; y luego la imitación. Y ahí estamos hoy los católicos enfangados en un pecca fórtiter en el que se ha instalado tan fórtiter, que incluso está barajando la posibilidad de acomodar la doctrina a la nueva realidad, es decir al pecado con total desvergüenza. Y si en la Iglesia que fundó Europa, hoy andan así las cosas, ¿podemos esperar acaso que Europa sea un dechado de moralidad?

Con el pecca fórtiter, que con tanto ahínco se ha practicado últimamente en la Iglesia por parte de quienes estaban llamados a ser su máximo sostén; con esa conversión de tantos responsables de la Iglesia al pecca fórtiter de Lutero,estamos deshaciendo el camino de la construcción de Europa en la que la Iglesia aportó lo mejor de sí misma. Y hoy ya con una audacia y una ferocidad nunca vistas: esa Europa tan protestante, tan antisistema en el sentido más estricto del término, se ha lanzado sin miramientos a una lucha sin cuartel contra los Diez Mandamientos (¿puede haber algo más antisistema que eso?). Ese es el cimiento sobre el que quieren construir la nueva Europa. Y por si algo le faltaba a esa calamidad, hemos añadido lo del time is money, el tanto tienes, tanto vales, el Dios te muestra su amor a través de tu riqueza, sin que importe cuánto pecaste para conseguirla: valores tan inequívocamente protestantes a los que junto al pecca fórtiter se han adherido con un entusiasmo digno de mejor causa, algunos hombres fuertes de la Iglesia.
Y ahora que acabamos de salir de las elecciones con las que supuestamente intentamos levantar una Europa nueva que la aleje de los bárbaros enfrentamientos del siglo pasado, nos toca preguntarnos a los que tenemos responsabilidades en la Iglesia. ¿Qué aporta hoy la Iglesia o qué aportan sus cuadros directivos a la construcción de la nueva Europa? La respuesta es bien fácil: sobre los principios de absoluta inmoralidad, cuando no de perversidad, con el inherente factor de corrosión con que se está construyendo Europa, la ruina está cantada y cualquier tipo de enfrentamiento, garantizado. Y parece evidente que los pastores de la Iglesia tendríamos que ser conscientes de que hoy Europa necesita a la Iglesia tanto como la necesitó para su construcción tras la caída del Imperio Romano. Y para esa tarea es imprescindible la moral de la tropa. Hay que defender la moral. Es decir, guardar la Palabra y esforzarse en cumplir los Mandamientos, porqueestrecha es la puerta y angosta la senda que lleva a la vida…. (Mateo 7,14).
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
www.sacerdotesporlavida.info