El Papa Francisco dijo a Jordi Évole que el Coronavirus era una "pataleta" de la naturaleza |
¡Pues qué quiere que le diga! Yo, que soy muy clásico, prefiero decir “Castigo de Dios” y argumentarlo. Expresión antigua y argumentación también antigua. La que se llevaba antes, la propia de una civilización profundamente religiosa y por tanto ordenada, en la que Dios era la máxima autoridad: autoridad moral por supuesto; y por ende con gran incidencia social y política. El nivel de moralidad en la política era bastante más productivo, que el penosísimo nivel que sufrimos hoy. En fin, que mi madre que en gloria esté, había aprendido de su abuela, y ésta de la suya, y lo repetía a menudo, cuando tocaba filosofar sobre la vida, que “Dios castiga y no con palo”. Luego he conocido la versión más completa que dice: “Dios castiga sin piedra ni palo”. Es el refranero en el que se recoge la sabiduría y la conciencia del pueblo. ¿Nos dejará esta época algún refrán que vaya más allá del “Quiero llegar a casa sola y borracha”? No creo que esta expresión de la sabiduría actual, resista el paso de los siglos.
De todos modos, es esa misma gente de fe de toda la vida, la que ayer tenía a Dios como causa de todos los males con la santa intención de enderezar nuestras costumbres, la que hoy, movida por la religión apocalíptica del cambio climático, achaca todos los males (¡incluido el del coronavirus!) a la reacción airada de la naturaleza por nuestros malos hábitos, por nuestra mala conducta. “La naturaleza no perdona nunca”, nos recuerda el papa Francisco.
En cualquier caso, las expresiones de mi madre y de su abuela y de la abuela de ésta, se forjaron en un sustrato de fe. Y repito, ¡qué quiere que le diga!, yo prefiero cultivar este sustrato como una rica herencia de mis antepasados, y hacerle una cruz al pan antes de cortarlo, decir “Jesús” cuando alguien estornuda, saludar con el “Déu vos guard” en Cataluña y despedirme con el “Que Dios te bendiga” en cualquier lugar, y achacarle el coronavirus al empeño de Dios por corregir nuestra mala conducta: a sabiendas de que mi interlocutor chapotea en el sustrato antirreligioso intensamente teñido de ecologismo en que le han educado la escuela y los medios. Considero que no le ofendo exhibiendo mi peculiaridad teñida de religiosidad cristiana.
Pero es que ocurre que la inmensa mayoría me lo aceptan, igual que la inmensa mayoría de catalanes con los que trato, me aceptan que les hable en castellano; pero si entra en la conversación uno menos exquisito que se empeña en imponer el catalán, no tengo inconveniente en pasar a esa lengua para no excluirles de la conversación ni a él ni a su lengua. Y por supuesto, tras la cortesía vuelvo a mi lengua materna, en la que me siento mucho más confortable.
Hago todo este exordio porque estoy cansado de purgar mi lenguaje de las expresiones religiosas que ha dejado en él el sustrato de muchas generaciones; y al final he decidido expresarme a mi estilo, sin renunciar al “si Dios quiere” y a las exclamaciones de marca religiosa, tan abundantes en nuestra lengua coloquial, por acomodarme a las bobadas esas de pedirle al universo, o de que a cada uno le persigue el carma para vengarse de su mala conducta y cosas por el estilo. Pues si yo tengo que escuchar todo eso, y tengo la educación suficiente para aceptar el lenguaje-cultura de los demás, ¿por qué tendría que renunciar yo a expresarme según mi estilo? Y me llama también la atención el cuidado con que lo purgan los “comunicadores” televisivos. No escuchamos ni por casualidad un “gracias a Dios”, un “si Dios quiere”. Sí que escuchamos en cambio la invocación a Alá en el “ojalá”, tan hondamente incorporado a nuestro lenguaje como lo estuvieron antaño las invocaciones a Dios. Amén de toda la esloganería progre ecologista y de género.
Es que una vez más me ha desconcertado oír decir al papa algo que ciertamente le deja muy bien colocado en la actual cultura ambiente, tan ecologética, pero totalmente descolocado respecto a la cultura-religión de la que es el máximo representante y exponente. Al preguntarle el entrevistador Évole (no, no es de Cope, ni de 13TV, ni de Radio Estel, ni de Radio María) si cree que la pandemia del coronavirus es una “venganza” de la naturaleza, el papa, picando gustosamente el anzuelo, le responde con estas palabras: “Hay un dicho que vos lo conocés. Dios perdona siempre. Nosotros perdonamos de vez en cuando. La naturaleza no perdona nunca. Los incendios, los terremotos… la naturaleza está pataleando para que nos hagamos cargo del cuidado de la naturaleza”.
Es la teología de moda. Una respuesta en perfecta sintonía con el panteísmo animista que nos vende la New Age y que propagan con entusiasmo los enemigos de la Iglesia. Como si la Naturaleza fuese eso: el dios o la Pachamama que le da una pataleta porque el hombre no le rinde el culto debido. Un animismo totalmente primitivo, infantiloide, impropio de una persona mínimamente culta, y más impropio aún de un cristiano: cuando lo propio hubiese sido darle la vuelta a la pregunta de Évole, y en vez de responder sobre la conducta del hombre con la naturaleza, responder sobre la conducta del hombre consigo mismo y con Dios. Y aprovechar de paso para hablar de la ley de Dios (incluso en defensa de la naturaleza, por la cortesía de no desairar al interlocutor), y no de las pataletas de la naturaleza.
¡Mira por dónde! (será eso de que Dios escribe recto con renglones torcidos), la crisis del coronavirus está siendo un test imponente, un electrocardiograma que nos da el fiel retrato de la sociedad, resaltando sus virtudes y sus defectos. Los horrores que se nos ofrecen en vivo y en directo sobre las residencias de ancianos, son un reflejo fiel de la situación de los ancianos en nuestra sociedad: los hay tratados con respeto, amor y veneración en muchas casas: y ésa es la proporción de residencias excelentes. También los hay lamentablemente aparcados mejor o peor, tanto en casa como en las residencias: y no nos engañemos, globalmente la escabechina que están sufriendo esos ancianos, es la escabechina a que los hemos condenado ya. No puedo olvidar aquellos ángeles de la muerte, creo recordar que en Austria, en una residencia de ancianos (antecesores fuera de la ley, de la eutanasia que luego la ley bendijo), a los que la justicia medio indultó, porque al fin y al cabo (¡un primer test!), era la sociedad la que asumía ese trato a los ancianos. Es la misma sociedad que luego legislará sesudamente sobre su eutanasia e instituirá la pastilla letal de los 70 años (tan libre como libre es el aborto: con un sistema de coacción por todas partes). ¿Seguro que esos legisladores no se están frotando ahora las manos de satisfacción, al ver que el coronavirus les está haciendo el trabajo sucio?
En ese test está brillando en paralelo a la mezquindad humana (estoy convencido de que el 8-M es la tumba de sus promotores), la inmensa solidaridad (yo que llevo otras gafas, veo un enorme sustrato de caridad: sí, caridad en la que afloran y reverdecen las raíces cristianas de nuestra sociedad) del demos al que está castigando tan duramente la doble pan-demia: la de los virus y la de sus dirigentes: también los religiosos.
Hay mucha basura moral, que Dios quiera que se lleve por delante esta pandemia. Dios lo quiera: porque Dios castiga y no con palo. Es que castigar es también amonestar, corregir, prevenir, advertir. Prefiero ver pues esta pandemia como un castigo de Dios, que como una pataleta de la naturaleza. Es que a mí no me ha alcanzado la modernidad que hoy exhibe la Iglesia, tan ufana de sí misma. En fin, que Dios nos coja confesados.
Virtelius Temerarius