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Mosén Roberto Ignacio Ferrer Sarroca (izquierda) y Mosén Antonio Mas Arrondo (derecha) |
Un amable lector subrayaba en un comentario a mi artículo del pasado lunes, el carácter burlón y mordaz que suelo usar habitualmente en mis escritos. Sin duda, humildemente lo admito, una de las características generales de mi estilo es ese tono entre ácidamente sarcástico e irónico que tanto nos gusta a los catalanes y que calificamos sencillamente como “sorna”. No todos entienden ni gustan del temperamento que en catalán llamamos “sorneguer” y que no es otro que el socarrón castellano, el sournois francés y el sornione italiano. No es el talante sobrio y austero del castellano viejo muy dado a la socarronería. Los valencianos que gustan mucho de ella, como buenos representantes del alma mediterránea, de manera popular tildan de “enfotedor” a ese estilo y recurso dialéctico.
Debo certificar sin embargo, tal como era mi convicción, que tampoco los aragoneses usan mucha finura y sorna cuando se lanzan a la arena, sino que más bien tienden a utilizar substancias cáusticas como el ácido sulfúrico cuando se sulfuran. Y cuando se ponen, se ponen y tiembla el misterio. Yo a su lado soy como un infantico del Pilar.
Infantico del Pilar |
Pero vayamos por partes. Este pasado martes, y con fecha de 17 de febrero, todos los sacerdotes de Barcelona hemos recibido en nuestras parroquias una carta con matasellos de Zaragoza, en la cual figuraban dos documentos. Por una parte una fotocopia del artículo del Periódico de Aragón del domingo 17 de enero, que situaba la polémica surgida tras la denuncia ante el juzgado civil de Zaragoza de los tres declarantes contra Mons. Ureña, requeridos a este fin presuntamente por Mons. Omella, por Mons. Fernando Chica y por Mosén Germán Arana. Se trata de la ex notaria del Tribunal Interdiocesano de Zaragoza Dña. María del Carmen Amador por una parte, y su directo superior jerárquico Mn. Roberto Ignacio Ferrer Sarroca por otra, junto con Mn. Antonio Mas Arrondo, profesor del Centro de Estudios Teológicos de Aragón (CRETA)
Junto a esta fotocopia, una carta adjunta fechada el 17 de febrero titulada “El cierzo llegó a Barcelona tras pasar por Roma” que por decencia no publicamos, pues en Gérminans aún somos decentes a pesar del parecer de algunos, y que con tono demoledor nos “alerta” de la maldad intrínseca y perversidad de nuestro Arzobispo. Sin duda, aquel mismo con el que ellos colaboraron (sic) en su declaración contra Mons. Ureña. Utilizando la clásica “captatio benevolentiae”, por una parte dirigen sibilinamente al clero nacionalprogresista barcelonés su diatriba contra Omella, subrayando su condición de forastero y su presunto fariseísmo. Y por otra le imputan su talante populista y carrerista, según ellos dibujan la personalidad de Mons. Omella. Y es muy posible que subrepticiamente se dirijan a nosotros, sabedores quizá de que uno de los motivos de la lucha de Gérminans ha sido la batalla contra el enchufismo carrerista de la era sistachiana.
No conocemos la autoría de la carta, pero es de suponer que salga de la mano de alguno de entre todos aquellos que han sido objeto directa o indirectamente de la purga, entre los que no hay que descartar ni a los miembros depurados del equipo de formadores del Seminario y de alguna Vicaría, ni a alguno de los susodichos denunciantes. Estos, según reconocieron ante el rotativo zaragozano, “tras colaborar y declarar en el expediente contra Ureña, se sienten defraudados porque en vez de ver premiada su colaboración han sido quitados de en medio”. Defenestrados en una palabra. Pero colaboradores necesarios en el desalojo de Ureña, no lo olvidemos.
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Mn. Germán Arana (izquierda) Mons. Fernando Chica (derecha) |
La gente de Gérminans, cuya decencia e integridad moral quiero proclamar, no juzgará a Mons. Omella por las acciones del pasado en el ejercicio ministerial tanto de su sacerdocio como de su episcopado. No se atrincherará contra él partiendo de prejuicios ni de inquinas preconcebidas, resultado de una lucha y unas heridas que no son las nuestras. Nuestro lema, también a la hora de posicionarnos respecto al nuevo obispo, es: “Ni santo sin pasado, ni pecador sin futuro”; es decir que nos atendremos al presente continuo que Dios nos ha deparado. Los catalanes, aún a pesar de lo que nos puedan atribuir algunos, solemos ser gente cabal y ecuánime, que no cometeremos el insolente error de hacer el juego a gente que con esta acción han exhibido una moral muy poco fraterna. La de los zaheridos zaragozanos. Tengan éstos conexiones con Roma o no, y con los que allí vivan y trabajen, que es un decir. Nadie de entre nosotros busca ser subalterno de nadie. Ni nadie trabaja ni trabajará desde ningún burladero. Trabajamos para la gloria de Dios y el bien de su Iglesia, y en trincheras muy duras. Más recias de lo que jamás muchos puedan llegar a imaginar, atrincherados en los centros del poder eclesial zaragozano del que muchos jamás han salido. Infamias, pues, las justas, apreciados baturros.
A Mons. Omella le diremos o ante él denunciaremos lo que creamos en conciencia, en nuestra misión de velar por las almas. Nuestra ley suprema es la “salus animarum”, no el deseo de las poltronas y los tronos de este mundo pasajero. Si este grano es el que Yanes sembró en Zaragoza, Dios coja confesado a don Vicente Jiménez. Si sembró vientos, no permitiremos que arremetan contra nosotros sus tempestades. Omella será o no será, hará o dejará de hacer, perpetrará malas acciones o neutralizará las que otros intenten, construirá sólidos proyectos o no lo hará. No lo sabemos. Sólo sus obras aquí entre nosotros, le tendremos en cuenta. Más, sería malbaratar nuestro tiempo y nuestra oportunidad. La que ahora es de Barcelona.
Prudentius de Bárcino