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Obispos enterradores

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Ay, Juanjo amigo, ¡cómo te están poniendo tus enemigos a cuenta de tu genial plan de reorganización parroquial de tu diócesis! Te están poniendo como chupa de dómine. No quieren entender que el sentido común no deja más opciones que las contempladas en tu genial y realista plan. Tus enemigos, los muy biliosos, lo llaman primera parte del plan de liquidación y conversión del obispado en la más esplendorosa agencia inmobiliaria. De momento, dicen, ya van cuatro iglesias vendidas. ¡Cómo me duelen esos infundios! Pero lo más grave es que vaticinan que eso lo haces como ensayo en tu diócesis, para acabar imponiéndolo en toda España, prevaliéndote de tu condición de gran amigo y consejero del Papa, y de tu brillante cargo de presidente de la Conferencia Episcopal.

 

El Nuevo Orden Mundial ante el que la Iglesia toda contiene el aliento y no abre la boca como no sea para ponderar sus bienaventuranzas, tiene puestas sus esperanzas en la gran avalancha de inmigrantes del tercer mundo, que han de subsanar la trágica disminución de la natalidad en el “primer mundo”, el nuestro, con la consiguiente falta de relevo en el tejido social y económico. Serán los inmigrantes, según este Nuevo Orden, los que relevarán a nuestros médicos, a nuestros maestros, a nuestros ingenieros y a nuestros informáticos cuando éstos envejezcan y finalmente mueran sin dejar descendencia. Es la norma que viene funcionando desde hace ya más de medio siglo, en virtud de la política de natalidad y de felicidad, que ha prescrito para el primer mundo la producción, cada vez con mayor productividad y con mayores exigencias de esterilidad; dejando para el tercer mundo la reproducción, con unas tasas de “productividad” en consonancia con la presión económica del Primer Mundo.

Y ya ves, tus detractores, Juanjo amigo, te echan en cara que te hayas apuntado a lo que se lleva hoy incluso en la Iglesia: el fomento de la inmigración y la acogida generosa de los inmigrantes (“Sorelli tutti” llaman a eso los detractores en lenguaje inclusivo); pero eso sí, con el “tarannà” tan singular de Cataluña, que ya desde decenios, viene dando preferencia absoluta a la inmigración musulmana, para evitar en todo lo posible la inmigración hispanoamericana. Y por la misma regla de tres, en el obispado que tú presides está cerrada a cal y canto la inmigración sacerdotal; no en cambio la de médicos, ingenieros y mano de obra barata. En cuanto a sacerdotes, la idea está muy clara: por el bien de Cataluña, es infinitamente mejor su extinción, que la inmigración de sacerdotes que no estén impregnados del espíritu singularísimo de la nasió…

 

La suprimida parroquia de Sant Isidor

La gran pregunta que se hacen, que te hacen tus detractores es ésta: ¿Acaso no es mucho más razonable la importación de sacerdotes de otros lugares -autóctonos o foráneos-, que el truquillo de la agrupación de parroquias en comunidades pastorales para que no se note tanto que el objetivo final es cerrarlas para finalmente venderlas? ¿No estamos acaso en la Iglesia católica, es decir universal, igual en Cataluña que en el resto de España y que en Madagascar? ¿Acaso se desvirtuaría la Iglesia si vinieran misioneros a Barcelona, como antes fueron de Barcelona a tierras de misión? Porque en tierras de misión se han convertido España (incluida especialmente Cataluña) y toda la Europa occidental. ¿O es que el Nuevo Orden Mundial, uno de cuyos principales objetivos es la destrucción del cristianismo, tiene previsto cederle toda la finca al Islam? Y ya de puestos, el terreno y las iglesias, que esos pagan muy bien y cuentan con los inagotables fondos de los petrodólares. 

 

¿Pero qué puedes hacer tú, Juanjo, cuando el papa se ha pronunciado tan taxativamente contra el proselitismo? La Iglesia, que se ha puesto al frente del capitalismo inclusivo y ha hecho suyo ese credo, no puede andar haciendo propaganda doctrinaria. Y mucho menos entre los desengañados. Es lógico por tanto que no tenga el menor sentido para ti ni para los que te rodean, traerte curas de fuera para recristianizar Barcelona, o intentar al menos no perder lo poco que va quedando... No se dan cuenta esos criticones que tienes las manos atadas a la espalda y que haces lo que puedes.

 

Obispos enterradores os llaman porque, dicen, lo único que estáis haciendo es llevar la liquidación de la Iglesia con el mayor orden y decoro posibles, procurando que no se os vea demasiado cínicos. Debe ser eso; dejar que los muertos entierren a sus muertos

 

Y mientras tanto, dicen, los musulmanes con que se ha estado repoblando Cataluña, se frotan las manos de contentos. Se relamen contemplando nuestras más bellas iglesias y soñando en verlas convertidas en mezquitas en un día no demasiado lejano… Su nueva mezquita de Santa Sofía los ha envalentonado y les ha llenado de esperanza. Si han podido con Santa Sofía, ¿cómo no van a poder con la Sagrada Familia y con la mezquita de Córdoba, con Montserrat y hasta con el Valle de los Caídos, si se tercia?

 

Uno de los comentaristas del artículo de Oriolt que informaba de ese plan del obispado, decía: “Todo el sistema de enseñanza, difusión e intensificación de la Fe Católica en Barcelona ha sido barrido por verdaderos incompetentes e incapaces: ni los emperadores romanos, ni la razzia musulmana que destruyó Barcelona, ni Napoleón y ni la represión de la II República, han obtenido lo que estos ineptos nacional-progresistas han conseguido: extinguir a la Iglesia Católica en Barcelona”. Esa es la triste realidad: una iglesia agonizante. Y ahora, por lo visto, es el turno de los enterradores. Pero en estricta justicia, amigo Juanjo, no pueden cargarte a ti ese muerto. Cuando tú llegaste, el hedor a cadaverina era ya insoportable. Pero para estos cafres, no valen razones.

 

Sepas, en fin, nuestro amado cardenal, que aquí en tu terruño todos te conocemos y nos consta que pones toda tu alma en hacer las cosas lo mejor posible. Así que te deseamos de corazón que te salga bordado este genial plan de tanatoplástica reestructuración de la archidiócesis. Menos mal que te fuiste a tiempo de Calanda y no nos pudiste enterrar a todos. En Barcelona parece que no tendrán tanta suerte.

 

El Cojo de Calanda


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