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¡Por fin, lleno en San José Oriol!

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¡Qué ilusión ver la iglesia llena! ¡Cuánto tiempo hacía que no la veíamos así! Estos eran algunos de los comentarios de los asiduos a la parroquia de San José Oriol el pasado sábado, cuando tuvo lugar la celebración, presidida por el obispo Omella, del Año de la Misericordia para todo el arciprestazgo. Ese que toma el nombre de la parroquia y concuerda con el barrio de la Esquerra de l’Eixample y de San Antonio. Para llenarla, por ello, se dejó de celebrar la misa anticipada del sábado en las once parroquias que lo componen y en los tres santuarios religiosos (Salesianos de Rocafort, Misioneros del Sagrado Corazón de la Calle Rosellón e Hijos de la Sagrada Familia del Padre Mañanet) ubicados en el mismo.

La verdad es que producía gozo contemplar un templo tan barcelonés, como la Basílica de San José Oriol, absolutamente atestado de fieles. Hace ya muchos años que tan emblemática parroquia registraba unas asistencias tan paupérrimas, que llegó al punto de que el anterior párroco, Mn. Boix, tuviese la peregrina idea de colocar unas cuerdas en los bancos de la mitad posterior de la nave, al objeto de que los feligreses sólo cubriesen los bancos de delante. Por suerte, el nuevo rector, Mn. Termes, acabó con tan insensata medida, una vez inició su mandato, pero la asiduidad de fieles siguió sin invertir su declinante tendencia.


Ciertamente, la celebración resultó muy concurrida. Una cuarentena de sacerdotes, incluyendo párrocos, vicarios, curas adscritos, miembros de las Congregaciones religiosas. No faltó ni uno. Estaba claro que todos querían hacer acto de presencia y darse a conocer ante el nuevo obispo. La misa fue guitarrera y con abundancia de jóvenes, predominando especialmente (¡cómo no!) los procedentes de la parroquia de la Miraculosa, los cuales destacaban sobre todo por arrodillarse durante la Consagración.

El obispo Omella estuvo en su nivel habitual. Ameno, simpático, pródigo en anécdotas, muy cercano al público infantil y juvenil y castellano parlante en su homilía. La feligresía, encantada y feliz. Sin embargo debo formular dos críticas a la celebración. La primera es que era Domenica Laetare y la vestimenta litúrgica recomendada es el color rosa y no el morado que lucía el arzobispo. No creo que en San José Oriol hayan quemado las casullas rosas y estoy seguro que en la Catedral hallaría más de las necesarias. La segunda es que el arzobispo compareció sin báculo, lo cual me causó notable extrañeza, dado que siempre le he visto presidir con dicho símbolo episcopal. Ignoro la causa de tan insospechadas omisiones, aunque me malicio que, detrás de ellas, existía un guiño progre a una parroquia que fue símbolo del progresismo, como la de San José Oriol. 


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El papa Francisco sí celebra con casulla rosa
Sin embargo, debe tener en cuenta el sr. Arzobispo que la celebración no era de la parroquia, sino de todo el arciprestazgo y que, en el mismo, abundan las comunidades donde se celebra con el máximo rigor y celo litúrgico. Que nuestro obispo se olvide el báculo o no tenga presente el ornamento requerido, cuando en otras celebraciones sí lo ha llevado, nos hace sentir de su parte un cierto desdoro. ¿No se merecen los fieles de estas once parroquias la misma solemnidad que se respeta en otras? ¿Éramos de una categoría distinta, que permite el relajo de ciertos símbolos? ¿Tanto dirigió el arcipreste Mn. Nino y el párroco Termes la celebración, sin que pudiera inmiscuirse el liturgista Mn. González Padrós, que, a buen seguro, habría sacado una casulla rosa y un báculo de dónde fuere? Únase a ello que, a pesar de ser una celebración episcopal, el incienso brilló por su ausencia, para darnos cuenta del minimalismo litúrgico del acto, el cual no se merecía la mayor parte de los fieles asistentes.

Es una crítica menor, ciertamente, pero el cuidado de los detalles es síntoma no sólo de buen gusto, sino de atención y respeto a los destinatarios de la celebración: unos fieles que acudieron en masa a la primera visita de su nuevo obispo y se toparon con una misa más de domenica laetare en una iglesia progre. Eso sí, concurrida, alegre, juvenil y predicada en castellano. Esa fue la única diferencia.


Oriolt

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