Joan Tardà, ese diputado extravagante que Esquerra Republicana tiene destacado en Madrid, se descolgaba el sábado en su twitter, después de la celebración religiosa de la fiesta de Sant Jordi en el palacio de la Generalitat, con la siguiente reacción: “No dejaremos de ver a un eclesiástico en el Palau de la Generalitat el día de San Jordi hasta que no se proclame la República laica”. En su bendita ingenuidad, parecía ignorar el diputado que su propio jefe de filas, Oriol Junqueras, se hallaba presente en la misa, ocupando el lugar protocolario que le correspondía como vicepresidente del gobierno en el sitial de honor. Tremenda incongruencia con los postulados laicistas que propugnaba el propio Tardà. No sé si el incongruente es Tardà o el mismo Junqueras, ese problema ya se lo arreglarán entre ellos, al igual que no sé si algún día llegará su anhelada República catalana, lo que sí puedo afirmar es que el día en que llegare esa república seguro que no sería laica.
En Italia he escuchado más de una vez el siguiente aforismo: “La religione niente. ¡La Chiesa è un grande negozio!”. La afirmación viene como anillo al dedo a la Cataluña de nuestros días. Somos uno de los enclaves más secularizados del planeta (“La religione niente”), pero tenemos una vida pública absolutamente clericalizada (“¡La Chiesa è un grande negozio!”). Obispos, abades, monjas, frailes, curas de diversa laya y condición. Todos tenemos más de un ejemplo en nuestras mentes y vemos como se hallan presentes en muchos ámbitos de la vida civil. Una vida civil que en los pueblos se visualiza con esos campanarios con bandera estelada, con la anuencia del párroco.
En este último Sant Jordi se hizo patente ese clericalismo con la presencia de tres obispos en la capilla del Palau de la Generalitat. No uno, el ordinario del lugar, como había sucedido siempre, sino tres. Omella, como arzobispo diocesano; el cardenal Martínez Sistach, como emérito y el auxiliar Taltavull. Tres prelados para contribuir con mayor pompa y circunstancia a una festividad presidida por el gobierno que nos ha de llevar a una república laica. Tan laica que necesita a tres obispos para dar mayor prestancia a la festividad del santo patrón. El año que viene pueden llamar a Godayol, que también reside en esta diócesis. O al pleno de la Tarraconense, y así hacemos la fiesta completa. Y de paso, encrespamos a Tardà.
Hasta ahora la misa y bendición de rosas de Sant Jordi en el palacio de la plaza San Jaime siempre había contado con la asistencia de un solo obispo. Nunca había comparecido un auxiliar, ni en los tiempos del cardenal Carles, que llegó a contar con cinco. Tampoco Jubany ni Carles, cuando eran eméritos, a pesar de residir en Barcelona, concelebraron con el titular de la diócesis. No sólo en esa festividad, sino en la práctica totalidad de las celebraciones religiosas del año. Máxime cuando el diocesano todavía no era cardenal y surgía el inconveniente protocolario de relegar a un purpurado por detrás de un mero obispo.
Con Sistach ha desaparecido esta costumbre, que, cual todas las costumbres (fuente del derecho), se corresponden con una práctica generalizada y, en el caso que nos ocupa, suele respetarse en casi todo el orbe eclesial. Difícilmente verán al cardenal Rouco celebrar con el obispo Osoro en Madrid o al cardenal Amigo con el obispo Asenjo en Sevilla. Sistach ha decidido no respetar este comportamiento protocolario. Estoy seguro que su presencia cuenta con la plena conformidad del arzobispo Omella, ¡qué va a decir!, pero su aparición en todos los actos, relegado además en un inevitable segundo plano, es fiel muestra de ese talante omnipresente, que tanto hemos conocido y relatado en sus años de pontificado. El cual, como parece, se resiste a abandonar.
No me dirán, en definitiva, que este Sant Jordi de 2016 no ha representado más que el penúltimo ejemplo del despropósito e inconsecuencia que se ha apoderado de Cataluña. Tres obispos en la Generalitat. El gobierno de la futura república laica asistiendo a misa y uno de los diputados de uno de los partidos de gobierno renegando de la celebración. Como dicen por aquí: “N’hi ha per llogar-hi cadires”!
Oriolt
En este último Sant Jordi se hizo patente ese clericalismo con la presencia de tres obispos en la capilla del Palau de la Generalitat. No uno, el ordinario del lugar, como había sucedido siempre, sino tres. Omella, como arzobispo diocesano; el cardenal Martínez Sistach, como emérito y el auxiliar Taltavull. Tres prelados para contribuir con mayor pompa y circunstancia a una festividad presidida por el gobierno que nos ha de llevar a una república laica. Tan laica que necesita a tres obispos para dar mayor prestancia a la festividad del santo patrón. El año que viene pueden llamar a Godayol, que también reside en esta diócesis. O al pleno de la Tarraconense, y así hacemos la fiesta completa. Y de paso, encrespamos a Tardà.
Hasta ahora la misa y bendición de rosas de Sant Jordi en el palacio de la plaza San Jaime siempre había contado con la asistencia de un solo obispo. Nunca había comparecido un auxiliar, ni en los tiempos del cardenal Carles, que llegó a contar con cinco. Tampoco Jubany ni Carles, cuando eran eméritos, a pesar de residir en Barcelona, concelebraron con el titular de la diócesis. No sólo en esa festividad, sino en la práctica totalidad de las celebraciones religiosas del año. Máxime cuando el diocesano todavía no era cardenal y surgía el inconveniente protocolario de relegar a un purpurado por detrás de un mero obispo.
Con Sistach ha desaparecido esta costumbre, que, cual todas las costumbres (fuente del derecho), se corresponden con una práctica generalizada y, en el caso que nos ocupa, suele respetarse en casi todo el orbe eclesial. Difícilmente verán al cardenal Rouco celebrar con el obispo Osoro en Madrid o al cardenal Amigo con el obispo Asenjo en Sevilla. Sistach ha decidido no respetar este comportamiento protocolario. Estoy seguro que su presencia cuenta con la plena conformidad del arzobispo Omella, ¡qué va a decir!, pero su aparición en todos los actos, relegado además en un inevitable segundo plano, es fiel muestra de ese talante omnipresente, que tanto hemos conocido y relatado en sus años de pontificado. El cual, como parece, se resiste a abandonar.
No me dirán, en definitiva, que este Sant Jordi de 2016 no ha representado más que el penúltimo ejemplo del despropósito e inconsecuencia que se ha apoderado de Cataluña. Tres obispos en la Generalitat. El gobierno de la futura república laica asistiendo a misa y uno de los diputados de uno de los partidos de gobierno renegando de la celebración. Como dicen por aquí: “N’hi ha per llogar-hi cadires”!
Oriolt