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«EL MENSAJE DE JESÚS TIENE QUE HACERSE CULTURA». OMELLA DIXIT

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Miguel Ángel Quintana Paz

Sí, claro, es cierto que estamos en la hora de los laicos, porque los clérigos (al menos, los europeos) están en proceso de extinción. Y el orgullo europeo, tan acentuado en las diócesis catalanas, impide que vengan clérigos del tercer mundo a evangelizarnos o a administrarnos los sacramentos, del mismo modo que Europa, y sobre todo España, envió sus clérigos a evangelizar a esos humildes países. Y habiendo tocado la hora de los laicos, es natural que el cardenal Omella, sumándose al debate de Quintana Paz, un laico, se pregunte dónde están y qué hacen las universidades católicas, todas ellas en manos de laicos, sin que sea nada seguro que todos los responsables, ni menos todos los profesores de esas universidades, sean católicos: por más que la institución ostente el nombre de católica.

Una primera parte de esta pregunta se responde sola: están en los brazos en que las han arrojado los clérigos, ya extinguidos, que las tenían a su cargo. Con las universidades católicas que aún conservan este apodo, ocurre lo mismo que con los llamados colegios católicos, más comúnmente llamados colegios religiosos: conservan esta denominación (¡de origen!) aunque no quede en ellos ni uno solo de los frailes y de las monjas que le habían dado su impronta al colegio. Y lo más llamativo es que precisamente el cardenal Omella, el mismo que se hace esa extraña pregunta sobre las universidades católicas, es nada menos que el presidente delimportante conglomerado en forma de fundación, de los colegios católicos de su archidiócesis (o quizá de toda la «Tarraconense»). Acerca de los cuales, por cierto, y hasta ahora, no se le ha ocurrido hacerse ninguna pregunta del estilo de «Donde están y qué hacen los colegios católicos», que conservarán de católicos por lo menos las clases de religión con el potente ejército de profesores que las estarán impartiendo.


Si el cardenal fuese capaz de responder a la pregunta de qué hacen y dónde están los centenares de colegios católicos agrupados en la fundación de la que él es el presidente, si fuese capaz de responder a esa doble pregunta, no necesitaría preguntarse por las universidades católicas. Porque éstas hacen exactamente lo que hacen los colegios que él preside. Y están geográficamente donde están; pero doctrinalmente y moralmente se han situado muchas de ellas (igual que muchísimos colegios religiosos, ¿la mayoría?) en las antípodas de su denominación religiosa o católica.

No es nada extraño, pues, que el cardenal, sumándose al debate abierto por Quintana Paz, se sienta tan repentinamente preocupado por las universidades católicas. Y se siente preocupado porque se supone que han de subsanar, suplir o enmendar lo que ha dejado de hacer él, con la Fundación por él presidida, que agrupa los colegios católicos; y que esas universidades católicas han de subsanar lo que ha dejado de hacer la importantísima plantilla de clérigos que gobierna él en su condición de obispo. Me refiero a la difusión y defensa de la doctrina católica, tan furiosamente atacada no sólo por los enemigos declarados del cristianismo, sino también por muchas instituciones cristianas, entre ellas, colegios y universidades.


Parece razonable pensar que siendo un alto príncipe de la Iglesia, está poco al tanto de sus responsabilidades diocesanas, porque le preocupa mucho más lo que ocurre en la más alta cúpula de la Iglesia. Se supone que es ahí, justo ahí donde está su máxima incumbencia. Si el altísimo y numerosísimo colegio cardenalicio, Omella incluido, no opina sobre el vuelco que están experimentando los dicasterios vaticanos (son temas doctrinales al fin y al cabo), parece que con la santísima intención de homologar cuanto antes el genial Sínodo de la Sinodalidad en curso, con el ya largo Camino Sinodal; si cree el señor cardenal que gobierna como puede la diócesis de Barcelona (y de paso el resto de las diócesis de España) que lo de los dicasterios y las sinodalidades no le incumbe y por tanto no le inquieta, ¿para qué quiere la Iglesia ese numerosísimo y carísimo colegio cardenalicio? Quizá se le haya ocurrido pensar que tampoco será eso tan decisivo, teniendo como tenemos las universidades católicas, ¿no?

Pero lo más importante: ¿se ha de desentender el cardenal de lo que está ocurriendo con los dicasterios (apelo a su condición de cardenal), para ocuparse por lo que ocurre con las universidades católicas, que por otra parte apenas encajan en su jurisdicción? ¿Ha de concentrar en ellas su celo pastoral? Y si no se cuidan los cardenales de ver lo que está ocurriendo en las más altas instituciones de la Iglesia, ¿quién se va a cuidar de ello? ¿No está ese sector de la Iglesia justamente en el nivel cardenalicio, todo él bajo el mando supremo de cardenales? Puestos a preguntar por tantas cosas, dónde están y qué hacen tales o cuales instituciones, ¿no será el vuelco de los dicasterios ocasión propicia para preguntarnos dónde está, qué hace y para qué sirve tan alto colectivo? Uno supone ingenuamente que una de las funciones esenciales de los cardenales será la de asistir y aconsejar al papa en cuestiones graves de la Iglesia: tan graves como el revolcón de los dicasterios, a remolque de las nuevas doctrinas sinodalicias. ¿O no?


El debate que abre Miguel Ángel Quintana Paz es sobre la doctrina de la Iglesia, la que impregna la vida de los fieles y arroja luz sobre el resto de la sociedad. Un debate muy luminoso. Y obviamente ni siquiera roza la responsabilidad de los obispos y el clero, sobre la defensa y propagación de esa doctrina. Pero no porque no tengan nada que ver en él, sino porque parte de la triste realidad en que nos encontramos, donde parece que, desde muy arriba, se haya dado la consigna de que el estamento episcopal y clerical se abstengan de meterse en doctrinas. Algo que resulta hoy políticamente incorrecto. Ahí tenemos, como señala Quintana Paz, la campaña de la Conferencia Episcopal (¿hay alguien ahí?) para recomendar las clases de religión. Da razones que igual servirían para fomentar las clases de botánica.


Al terciar en el debate el cardenal Omella, se preguntaba (supongo que retóricamente) «qué hacen las universidades católicas». «Esos profesores, ¿dónde están, que no se les oye? La pregunta con que arrancaba el debate de Quintana Paz, era: «¿dónde están (escondidos) los intelectuales cristianos?» Y siguiendo en esa bella retórica, el cardenal hizo un llamamiento a «los profesionales católicos para que sean testigos para transmitir la fe con su reflexión y estilo de vida, que es fuego, que quema y que transforma. Y lo tenemos que hacer cultura. El mensaje de Jesús tiene que hacerse cultura, como se ha hecho en el pasado y en todas partes».

Hermosas palabras que prodigó nuestro cardenal para encender la fe de los laicos, sobre todo de los que ejercen su profesión en universidades católicas («¿dónde están esos profesores que no se les oye?»). Entendiéndose, por supuesto, que quedan excluidos de esa invitación los miles de profesores de religión que, bajo la responsabilidad de los obispos, ejercen su profesión en colegios tanto religiosos como públicos. Excluyendo también de esa invitación a los «profesionales católicos a que sean testigos para transmitir la fe», a todos los sacerdotes (uno de cuyos principales ministerios es la palabra), profesionales vocacionales que están bajo la autoridad y responsabilidad de los respectivos obispos. Porque habrá que entender, ¡digo yo!, que no se les niega a éstos la capacidad intelectual y dialéctica para comparecer en ese campo de batalla del que en mala hora se retiraron decenios ha.

Efectivamente, grave es que tantos profesionales católicos (en este caso, adscritos a las universidades católicas), hayan abdicado de su responsabilidad intelectual (llamémosla así). Pero no menos grave es que miles de profesores de religión (excepciones habrá, como en todo), bajo la responsabilidad directa de los obispos, hayan olvidado su razón de ser y se dediquen a esas vaguedades que indica la misma conferencia episcopal al recomendar la asignatura de religión, en vez de enseñar lo que les corresponde: justo religión católica. Con el resultado del retroceso espectacular de la cultura religiosa en España. En flagrante contradicción con esa bella invitación del cardenal Omella: «El mensaje de Jesús tiene que hacerse cultura». Pero es un mensaje para las universidades católicas, no para los colegios católicos ni para los profesores de religión, ni para aplicarse él mismo el cuento. Lo que hay al final, es dejación arriba de todo (en el cardenalato) y dejación abajo de todo (en las clases de religión y en el ministerio de la palabra). Pero el mundo gira; y lo que toca hoy, es apelar a la responsabilidad de los laicos olvidando la de los jerarcas y sus efectivos. Eso sí, todo envuelto en bellas palabras.

Virtelius Temerarius

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