Sursum corda, que dice la liturgia de nuestra infancia. ¡Arriba los corazones! Y la genial respuesta, Habemus ad Dóminum: los tenemos hacia el Señor. Conforme a la sentencia maravillosa de san Agustín en las Confesiones: Fecisti nos AD TE, nos hiciste HACIA TI, al hacernos, nos empujaste en dirección a ti. Todo se mueve en el universo y en la vida. También el corazón humano tiene marcada su inercia hacia Dios. Es lo que da sentido a nuestra vida. Y los cristianos lo tenemos impreso en nuestro ADN. Maravilla de maravillas.Y como jamás le ha ocurrido al ser humano algo mejor que esto, he aquí que se resiste a dejarse arrastrar por el pedregal de las nuevas doctrinas que suspiran, ¡a estas alturas!, por un mundo nuevo y un hombre nuevo. ¡Menudo mundo y menudo hombre! Esas doctrinas capciosas han ablandado y alterado la fe de muchos católicos que se esfuerzan en compatibilizar la Ciudad de Dios que estamos llamados a construir, con la Nueva Babilonia por la que suspiran y a la que se han vendido tantos prohombres de Iglesia. Pues ésa es la gozosa realidad: que salvando todas las presiones y todos los engaños, nos resistimos a perder el valiosísimo tesoro de nuestra fe.
Y sí, aunque parezca mentira, eso ocurre también en la descreída Cataluña, que está mostrando una extraordinaria resiliencia (es decir una capacidad de remontar, de re-salire, que dirían los italianos). Quizá porque la caída había sido muy profunda. A esto dedicaba el mes pasado nuestro admirado Josep Miró i Ardèvol un análisis minucioso, basado en las últimas encuestas del Centro de Estudios de Opinión de la Generalidad de Cataluña. Ese análisis lo publicó en Forum Libertas bajo el impactante título: Cataluña, ¿un catolicismo en crecimiento?
Sin la menor duda, la noticia más destacada en ese estudio, es la que se refiere a la evolución de la juventud, cuya tendencia muy marcada es acercarse cada vez más a la fe y al lugar privilegiado donde vivirla, la Iglesia (con estas palabras termina Miró su estudio). En efecto, el segmento de edad en el que es más evidente la recuperación de la fe (y de la práctica religiosa), es la juventud.
Hace 8 años, el 50% de los jóvenes entre 18 y 24 años se declaraban ateos; mientras que, en la encuesta de este pasado octubre, esa cifra bajaba al 32%. Está por ver el peso que ejerce la enseñanza en estos posicionamientos, que requieren una notable madurez intelectual. Igualmente resulta en esa encuesta que los jóvenes que se declaran católicos supera a la de quienes se declaran ateos. Cifras realmente sorprendentes en un ambiente de secularización militante y de menosprecio público de todo lo religioso, sobre todo lo católico. Otro factor a tener en cuenta es que tal como en los últimos decenios era muy progresista y a contracorriente declararse ateo, declararse hoy católico (y vivir como tal) es ir contra corriente. Característica de la juventud inconformista.
Es muy significativa también la evolución del nivel de práctica religiosa en este grupo de edad. En 2014 los católicos practicantes (oscilando el nivel de práctica religiosa entre frecuentar la iglesia cada día o cada semana hasta alguna vez al mes) no llegaban al 1% (eran exactamente el 0,65%) de la población, pasando este mismo grupo de edad en octubre pasado, al 7,2%. Un salto espectacular. En la misma línea, pero con un salto más suave están en este grupo de edad, los que declarándose católicos, manifiestan que no acuden nunca a la iglesia. Han pasado del 23,35% en el anterior registro, al 17,6% en el registro del pasado octubre. Va disminuyendo progresivamente el porcentaje de jóvenes que aun declarándose católicos, no frecuentan la iglesia. Y en otra subdivisión están los jóvenes que declaran acudir a la iglesia sólo en las fiestas señaladas. Esta cifra pasa del 3,35% en el 2014, al 8,5 en la última encuesta de la Generalidad. Las cifras son llamativas.
A la vista de estos datos, es evidente que algo se mueve (y yo diría que con fuerza), y justamente entre los jóvenes, en cuanto a la recuperación de los valores en que se formaron los padres, y sobre todo los abuelos de la actual generación. Lo esperanzador es la tendencia: muy marcada.
Hay en el estudio del Sr. Miró sobre la encuesta de la Generalidad, otro dato que llama poderosamente la atención, cual es la incidencia de la pandemia en la práctica religiosa, también por grupos de edad.
En las parroquias en que los fieles eran mayoritariamente de muy avanzada edad cundió el desánimo, al constatar que entre las defunciones causadas por la pandemia y el miedo que retuvo en sus casas a una parte notable de los supervivientes, la iglesia se quedaba cada vez más vacía. Obviamente esto afectó a las numerosas parroquias cuya mayoría de fieles la constituían personas de edad muy avanzada. Son las que podríamos llamar las parroquias más envejecidas, generalmente en barrios envejecidos. En estas iglesias, las esperanzas de recuperación después del covid, se han mantenido a la baja.
Pero si examinamos las estadísticas, es evidente que ha habido un resurgir post-covid, por segmentos de población. Precisamente desde el covid, ha decrecido el número de los que declarándose católicos (siempre en torno al 50% de la población), vivían ajenos a la iglesia. También en otros ámbitos de la vida, como el de la salud, parece evidente que el covid fue un revulsivo para muchos y les hizo volver a tomar las riendas de su vida. El grupo de los que mantienen el quórum de las iglesias, los de al menos misa dominical, estaba en 1914 en el 6% y en ese entorno se mantuvo hasta que tras el covid dio un salto al 10,3%. Como si el covid hubiera hecho de catapulta.
Otro tanto ha ocurrido con los que acuden a la iglesia sólo alguna vez al año. Éstos han pasado de un 10% bastante sostenido a lo largo de los últimos años, a un 15,9% después del covid.
Queda claro que la pandemia algo ha removido en el sentido religioso, no precisamente en sentido negativo, como pareció en un principio, especialmente en las parroquias con la feligresía de edad muy avanzada. En cualquier caso, algo que parecía tan cantado como la inevitable extinción progresiva de la Iglesia en Cataluña, se está revirtiendo de forma que podríamos calificar de milagrosa. El resultado final es que la fe no se rinde, y a pesar de la pandemia, que tantas cosas se ha llevado por delante (aunque la estadística parece decir que gracias a la pandemia), las parroquias sostenibles siguen en pie y con mayor impulso todavía. ¡Alabado sea Dios!
Virtelius Temerarius