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Los ángeles custodios de los sacerdotes

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Hace unos años quiso Dios que me tropezase con un sacerdote cuya personalidad me impactó. Acostumbrado como estaba a sacerdotes “normales”, que respondían al estándar sacerdotal (afables, comunicativos, prudentes, buena gente, cumplidores de sus obligaciones), me impresionaron de él dos características con gran fuerza: resplandecía su fe. No digo que los demás no la tuvieran, sino que en éste era algo que destacaba, que le imprimía carácter. Y la otra característica que me impresionó fue que hacía de cura a todas horas y con todos. Él no se planteaba si la persona con la que trataba era creyente o no. La despedida “Dios te bendiga, hijo” la empleaba con todos. Y eso, ¡qué cosas!, me conmovía y sigue conmoviéndome. Él “comunicaba” su fe a todas horas y con todos. Aunque no hubiese ido caracterizado como cura, se le hubiese identificado (y se le identifica) por su forma de ser, de estar y de hacer. No puede disimular que es cura: ni lo pretende, claro está.
Decía que me impactó poderosamente este cura y sentí su gran fragilidad. Al no ser ésa la forma común de ser cura, vi claramente que entre los demás curas tenía que sentirse muy solo y mirado con prevención. Como el patito feo. Y me pareció que yendo de cura a todas horas, dado el instinto anticlerical que devora a nuestra sociedad, podía llevarse más de un susto.
En fin, que tomé la determinación de decirle que contara conmigo para todo lo que tuviera a bien, tanto en el plano ministerial como en el personal, si era el caso. Por ejemplo que necesitara que le acompañara al médico o que le gestionara cualquier asunto. Pensé que el buen hombre necesitaba un ángel de la guarda que estuviese a su lado para ofrecerle ayuda y seguridad.
Retiro de sacerdotes en Tortosa
Efectivamente, mi intuición fue acertada. Algunas iniciativas que tenía hibernando a la espera de mejor oportunidad, pudo ponerlas en marcha gracias a que le escuché, las consideré valiosas y arrimé el hombro. Pequeños hitos en la realización personal del buen sacerdote, pero que le ayudaban a emprender cosas nuevas y a superarse. No sólo eso, sino que se acostumbró a consultármelo casi todo: encontró en mí un interlocutor muy a su medida. Me convirtió, como suele decir, en su director espiritual laico.
Y yo me sentí contento de hacer algo consistente por mi santificación. Ha conseguido atenuar considerablemente la soledad del buen sacerdote. He conseguido inspirarle firmeza, aunque a veces flaquea o porque le agota el trabajo, siempre interminable, o porque le asusta el panorama tanto interno como externo de la Iglesia.
Misacantanos 2015 en Ávila
Nunca olvidaré la zozobra que me confió compungido el buen sacerdote. Por ir siempre con prisas y atropellos, no consiguió visitar a una buena feligresa que le había mandado recado de que estaba muy mal y deseaba que fuese a visitarla y a administrarle los sacramentos. El hombre fue, ciertamente, pero no consiguió visitarla porque la mujer estaba sola y era una vecina la que tenía las llaves y se cuidaba de abriles a las visitas. Pero el buen cura no lo sabía, y la mujer murió esperando el consuelo espiritual que no le llegó. El sacerdote me lo explicó para desahogarse. Esperaba mi comprensión. Le dije que él no tenía culpa de lo ocurrido; pero que tampoco le convenía absolverse del todo. Tenía que aprovechar el dolor de ese grave fallo para hacerles más sitio a los enfermos: en la organización de sus actividades sacerdotales y en su corazón. Y que también para esto contase con mi ayuda, por supuesto.
Este rol que he asumido de ángel custodio de mi amigo sacerdote, es para mí un consuelo espiritual. En verdad me ayuda a santificarme: porque la asistencia al sacerdote y a su ministerio me mantiene más cerca de Dios y porque cuento con que Dios se apuntará estos pequeños méritos en el libro de la vida, que falta me hace.   
Retiro Sacerdotal en Soria
He recordado estas cosas a raíz del último artículo de Prudentius. Me impactó, porque no se me había ocurrido pensar en el tema colectivamente. Los sacerdotes han de tener su seguridad social, porque también enferman. Pero cuando es el alma del sacerdote la que enferma (y eso es normal que ocurra, porque su circunstancia vital es durísima), la seguridad social no es ni suficiente ni adecuada. Se necesita un servicio de especialistas en almas (psicólogos), sí; pero especialistas en almas sacerdotales. Un servicio regular a disposición de todo el colectivo de sacerdotes.
He de confesar que me impresiona la dura batalla en que están alistados los sacerdotes y la extrema pobreza de la intendencia que les asiste. ¿Os dais cuenta? Los profesionales que ofrecen servicios a la población, suelen achacar sus fallos a la escasez de recursos: el argumento es que si sus servicios no son eficientes, nunca es por deficiencias de ellos, sino por falta de recursos. Los curas en cambio, nunca recurren al argumento económico para explicar las deficiencias de su ministerio sacerdotal. Ni siquiera tienen esta válvula de escape. Sean cuales sean las circunstancias en que se encuentren, la responsabilidad es exclusivamente de ellos. El peso que soportan es realmente grave.
Sacerdotes cordobeses
Está claro que en estas circunstancias es un auténtico regalo de la Providencia encontrar sacerdotes firmes y sanos de cuerpo y alma. A mayor razón cuando estando el promedio de edad de los sacerdotes en torno a los 65 años, el número de ancianos es considerable. No ha de sorprendernos por tanto ni la enfermedad física ni la enfermedad psíquica: esta última acechando con más fuerza a los que están en las trincheras más difíciles. Y sobre todo en tiempos tan difíciles para los que son iglesia de una forma tan directa y cargada de responsabilidad. La tarea de los sacerdotes es inmensa: como dijo Jesús, la mies es mucha y los obreros pocos.
A los fieles no nos queda más que rogar al dueño de la mies para que envíe más operarios; y hacer todo lo que esté en nuestra mano para auxiliarles en su labor y ofrecerles el calor humano que tanto necesitan. Si los sacerdotes pueden contar con nuestra ayuda, incrementaremos su valor numérico y su capacidad operativa. Es una excelente manera de enfrentarnos a la crisis. Si nosotros asumimos esta misión, Dios hará el resto. A Dios rogando, y con el mazo dando.
Un modesto ángel custodio

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