Del discurso de su presidente, el cardenal Omella, hemos de deducir una vez más que “la persona del obispo es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. Eso nos suena, ¿eh que sí? Da lo mismo lo que pase o haya pasado, los obispos están por encima de todas las miserias humanas de las que es víctima la Iglesia (y de rebote, la sociedad). No se les puede reprochar nada ni se les pueden pedir cuentas de nada. Los obispos están por encima del bien y del mal. Eso es al menos lo que parece, y lo que se deduce de la lectura de todo el discurso. Ni un reproche, ni una confesión, salvo la pronunciada al inicio de la invocación al Espíritu Santo, que parece que la mayoría de los obispos no lograron entender.
Consecuencia de esto es que cuando escuchas el discurso del Presidente de los obispos a ese nutrido y privilegiado equipo de mando, te da la impresión de que habla desde otro mundo, evidentemente un mundo superior, el del poder, que mira desdeñoso a los de abajo. (¿Es eso a lo que el papa Francisco llama “clericalismo”? Por supuesto que el obispo no ha de rendir cuentas a nadie. En rigor, el papa, que es el que de un modo u otro pide cuentas, no es más que un primus inter pares. Ése es, en efecto, el punto de partida del Synodaler Weg alemán; y a la que nos descuidemos, acabará siéndolo también del Sínodo de la Sinodalidad. Son los demás los que han de rendir cuentas al obispo.
El caso es que no importa si hablamos de abusos, de enseñanza o de pastoral. El obispo nunca es responsable. Más aún, su responsabilidad se diluye en la responsabilidad de la Iglesia. Lo vemos claramente en el discurso que les ha dirigido el cardenal a los obispos en su CXXIII Asamblea Plenaria, en la que ha ocupado un espacio importante el tema de los abusos del “personal de la Iglesia”. Pero no eran los propios abusos el núcleo del tema, sino el informe que de ellos ha entregado el Defensor del Pueblo al Congreso, y el tratamiento que de estos temas ha hecho la prensa (sin citar explícitamente al periódico que ha hecho bandera de ello). Y sin nombrar siquiera el encargo que le hizo él mismo al prestigioso bufete de abogados para que emitiera un informe objetivo. No lo nombró porque ahí se pilló los dedos. Resulta que la principal fuente de información tanto para el Defensor del Pueblo como para el estudio encargado al bufete de abogados por el Presidente de la Conferencia Episcopal, ha sido el periódico que se ha empleado a fondo para cebarse en los abusos imputados e imputables a la Iglesia. ¡Menudo lucimiento! Ah, y tanto unos como otros insisten en señalar la reticencia de los obispos a facilitar información sobre los casos de sus diócesis.
Y sigue sin hacerse el estudio clave, para el que no se necesitan periódicos ni abogados; un estudio para el que la Iglesia tiene a mano todos los datos: la relación entre casos de abusos (conocidos, denunciados, juzgados o no) de los que precisamente la Conferencia Episcopal, es decir la alta jefatura de los obispos de España, tiene mejor información que nadie. Ahí tenía Omella a todos los obispos ante él: podía muy bien haber apelado a su responsabilidad por lo menos in vigilando. Eso hubiera sido pertinente. Pero ¿a quién le interesa en la Iglesia investigar la actuación de los obispos para determinar su cuota de responsabilidad? Los obispos son la casta intocable de la Iglesia.
Pero no, una vez más, el cardenal Omella pasó por alto esa oportunidad. Probablemente porque se siente un simple primus inter pares, un mero coordinador administrativo de los obispos sin mayor autoridad sobre ellos. Y sí, sí, le he visto y escuchado un par de veces en el video oficial y he leído con detenimiento el discurso. Simplemente, uno más. Llano llanísimo como es él.
Nunca le hubiese permitido una empresa llevar así su responsabilidad sobre ese ejército de altos cargos que por su negligencia han puesto a la empresa en tan graves apuros: los que está pasando la Iglesia a causa de los abusos sexuales contra niños y adolescentes. Con un ejército de vigilantes que no han vigilado (epí-scopos es el in-spector). Una empresa llevada de ese modo, se hundiría con toda seguridad. Gracias a Dios, la Iglesia no se hunde a pesar de eso. Evidentemente no es una empresa. Pero los riesgos en que se embarca son como para no estar tranquilos. Sin embargo, a pesar de todo se respiraba tranquilidad en la sala del plenario.
En efecto, ya desde el principio del video se le ve al Presidente moviéndose antes del “Ádsumus”, dando instrucciones personalmente sobre dónde encontrar el archivo, levantándose de la presidencia, interfiriendo con las explicaciones que da el presentador desde el atril. En fin, un tarannà, que dicen por aquí, familiar y casero, un auténtico primus (o vete a saber si secundus o tertius, que por ahí andaba también el Nuncio) inter pares. Nunca se esperaría uno ver a un presidente de cualquier otra entidad, actuando tan llanamente, quitándole todo el empaque a su autoridad.
Y respecto al “Ádsumus”, desde el primer momento me pareció la solución perfecta para no incurrir en conflictos lingüísticos, recitándola por ejemplo en español, y para alejar todo lo posible los pinganillos de la Conferencia Episcopal. Que aquí, igual que en las Cortes, hay también conflicto con las lenguas; y los obispos están mucho por sus respectivas normalizaciones / fronteras lingüísticas: los de Cataluña, más que nadie.
Aunque luego, cuando voy al texto, constato que está bien, que es una oración muy útil para tocar la conciencia del orante; pero que no es en absoluto superior al clásico y casi obligado Veni Creator, himno no sólo de súplica, sino también de alabanza; cosa que no se lleva demasiado en estos novísimos tiempos. Con su invocación a la paz y todo: Hostem repellas longius, pacemque dones prótinus; ductore sic te praevio, vitemus omne noxium. Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto tu paz, siendo Tú mismo nuestro guía, evitemos todo lo que es nocivo. Quizá se eligió la otra invocación al Espíritu Santo por su oportunísima confesión inicial: Ádsumus, Dómine Sancte Spíritus, ádsumus peccati quidem immanitate detenti.“Comparecemos ante ti, oh Señor Espíritu Santo, comparecemos abrumados por la enormidad de nuestro pecado…”
No, no se les veía abrumados, sino apurados por sacar adelante con alguna dignidad la lectura de la plegaria dirigida por el Presidente. En la pronunciación átona del quid y del quo en el quid agamus, quo gradiamur, y en la inseguridad continuada de la lectura, era patente el ocaso del latín en esa asamblea.
Y bueno, siguiendo la tónica dominante en el discurso del Presidente, el tratamiento del tema de la enseñanza, siguió la misma tónica que el gran tema de los escándalos. La Iglesia, que ocupó durante siglos un lugar prominente en la enseñanza (impregnándola de cristianismo), se ha relajado de tal manera, que ha llegado casi a la insignificancia en el ámbito general de la enseñanza; y en cuanto a su impregnación religiosa, ha llegado a situarse en las antípodas. Es que aunque en la mayoría de esos colegios persiste la titularidad religiosa y siguen llamándose “colegios religiosos”, son ya muchos los que han sido abandonados por sus titulares hasta tal punto, que no cuentan ni con un religioso o religiosa en la dirección del colegio, representando a la congregación y defendiendo su carácter religioso. Pues nada, ni el menor reproche. Y ya no digamos respecto a la explícita enseñanza de la religión en los colegios, que es una tarea de los obispos. Nada de nada. Se pretende curar esta grave enfermedad de la Iglesia y de la sociedad, sin diagnosticar sus causas, su desarrollo y la responsabilidad en que ha incurrido cada uno. No, evidentemente no viene al caso, porque visto lo visto, la persona del obispo es inviolable y no está sujeta a responsabilidad.
Virtelius Temerarius