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OMELLA, GRAN ESTRATEGA DE LA IGLESIA NEOSINODAL

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Los que amamos la Iglesia, que aquí en tu tierra somos más de lo que dicen los estadísticos, y los que intentamos entender a la Iglesia desde dentro, que por aquí hay mucho laico que sabe más que los curas, vamos de susto en susto, amigo Juanjo. Aún no nos hemos repuesto de uno, que nos vemos de cabeza en otro. Primero fue la Amoris laetitia (la primera, en la frente) con una serie de dudas que todavía no han sido respondidas. Por cierto, tú no tienes ninguna duda. ¡Pues como debe ser! Y a partir de ahí, todo ha ido viniendo en cascada. Destituciones y nombramientos inexplicables, hasta llegar a los más sorprendentes del cardenal Fernández para la Congregación de la Doctrina de la Fe (más conocida Su Eminencia como “Tucho” y por su obra más famosa: Sáname con tu boca. El arte de besar; (aquí ya todo el mundo lo conoce como el Tucho-bésame-mucho), el del abortista y lobista mayor de Argentina, para… En fin, todo un alud de destituciones y nombramientos, para allanarle el camino a ese Sínodo de la Sinodalidad, en el que navegas como pez en el agua, tal como si lo hubieses inventado tú, y que ha hecho tus delicias, querido Juanjo, pero con tu proverbial humildad, sin hacerte notar en exceso.

No te vayas a pensar, amigo Juan José. que todo esto lo digo por mi boca, ¡qué va! Es el tío Caldú, que con las amnistías y las condenas (las que se han producido y las que se esperan) de una institución y de otra, va quemado y nos suelta cada filípica que pa qué. Aunque no te lo creas, en los bares y en las calles de Calanda se habla más de Strickland y de Puigdemont, que de fútbol.

En todo este revuelo -sigue Caldú acalorado- destacan las amnistías más inexplicables (McCarrick, Zanchetta, Ricca, Rubnik… ¡cómo te vas a pronunciar aquí contra la amnistía!) balanceadas con las condenas más arbitrarias (Burke, Müller, Pavone…), a causa de la total falta de motivación y la más flagrante ausencia de cualquier tipo de juicio o procedimiento penal que le dé al condenado posibilidad de conocer cuáles son los cargos por los que se le condena, y tenga por tanto la posibilidad de defenderse. El último caso, el más flagrante, el que ha hecho sonar con fuerza y hasta con estridencia todas las alarmas, ha sido la destitución del obispo de Tyler (Texas), monseñorJoseph Strickland, parece (así está el Derecho Canónico: “parece”) que por el delito de habercriticado al papa. El tío iba de sobrao y le han caneado. ¡Bah! Eso a ti nunca te pasará, Juanjo, ni aunque venga otro papa. Eres gato viejo y muy, muy largo, que nadas con gran maestría en las aguas más turbias y turbulentas.


Ante esta forma de “gobierno” de la Iglesia -pontifica el tío Caldú- es totalmente ocioso preguntarse si puede afirmarse que ésta funciona como un Estado de Derecho; es decir si los que están sometidos a la disciplina eclesiástica pueden confiar en que, gracias al Código de Derecho Canónico, estamos a cubierto de la arbitrariedad del gobernante de turno. Ésta es la piedra de toque: el Derecho Canónico. Porque, como ocurre en los gobiernos de cualquier país, cuando, saltándose su derecho canónico, es decir la Constitución, se producen situaciones de grave anarquía (la gente se comporta como si no hubiese derecho legítimo ni poder legítimo) se hace inevitable darle la vuelta a la situación suspendiendo el derecho de los súbditos o ciudadanos a regirse por un código de derecho, dejando la Constitución en papel mojado, y dar un golpe de estado: imponiendo el que lo da, una dictadura en la que no hay más derecho que la voluntad del dictador. Esa es la imagen que da la Iglesia con sus sínodos abiertos a cualquier disparate y cualquier indisciplina, y con el poder supremo deshojando la margarita y acallando a aquellos que le llevan la contraria.

Así cavilaba el tío Caldú, el pobre, interrumpiendo el juego del guiñote en el bar La Bellota. Es que tiene a su zagal en Zaragoza, de picapleitos en uno de esos bufetes de postín. El viejo baturro piensa que sabe algo. Es un iluso. No entiende que, en las altas esferas del poder, ya sea político o eclesiástico, el derecho siempre se pone al servicio de quien lo ejerce. Por eso mismo, al desgraciado se le masacra para demostrar que hay justicia, mientras que al influyente y poderoso se le amnistía porque la institución le necesita para su supervivencia. Porque si el poder ha de someterse al derecho, igual para todos, ¿qué clase de poder es ese? ¡Lo sabrás tú, Juanjo!

Pero tampoco hay quien pare al tío Caldú: está inspirado y acalorado al ver que cada vez más parroquianos paran su conversación o su juego, y se acercan a escucharle: Una vez que ha llegado la Iglesia a esta situación a causa de la depravación moral de muchos de sus miembros -pontifica cazurro-, y a causa de la absoluta indisciplina en cuestión de Credo, de administración de sacramentos y de ejercicio pastoral, ¿es tal la depravación moral y la indisciplina eclesiástica, que el papa se haya visto obligado a suspender el Derecho Canónico y a gobernar la Iglesia en la forma propia de las monarquías absolutistas? ¡Eso sí que son palabras mayores, tío Caldú! Los de la partida del guiñote manifiestan su desacuerdo. Pero Caldú sentencia: el absolutismo monárquico del papado de Francisco se ha afianzado con el obsequioso silencio de eclesiásticos como nuestro cardenalico, deslumbrados por la genialidad de un papa tan pragmático y asertivo como Francisco.


Pero mira, Juanjo, lo que más solivianta a nuestro líder el tío Caldú, es el lío que ha armado en tu nombre, tu amigo Mons. García Magán, el portavoz de la Conferencia Episcopal, que ha explicado que la Iglesia en España pagará indemnizaciones a las víctimas de los abusos del clero, no sólo cuando la justicia obligue a ello, sino también cuando sin sentencia condenatoria en ese sentido y, por lo tanto, sin obligación legal ninguna de hacerlo, exista la certeza moral (concepto absolutamente ajurídico) de la perpetración del delito, aunque el presunto infractor esté ya difunto y no pueda decir ni mu, que muerto el burro, ¡la cebada al rabo!

Dice el tío Caldú que su zagal, el abogado, le ha dicho que eso que quieren hacer los obispos no es pagar indemnizaciones, sino regalar unas perricas a todo el que presente una denuncia, sobre todo contra curas difuntos porque será una mina, un filón para los rojelios y otros menesterosos que no se contentarán con destruir a un cura, sino que además cobrarán una pasta en base a la certeza moral que se alcance estudiando caso por caso, dice el tal Magán. En fin, Juanjo, que les zurzan. Nadie mejor que tú puede saber, antes y ahora, lo que más te conviene para triunfar: doblegarte como un junco ante los vientos del poder, sea el que sea, Rajoy, Sánchez o Puigdemont y tender puentes para estar a bien con los enemigos de la Iglesia, entre los que destaca tu amiguete Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, Justicia y relaciones con las Cortes, porque Montesquieu (la separación de poderes) ha muerto.


Piensa que lo de las indemnizaciones es una espada de doble filo, Juanjo. Los agraviados (y los que se suban al carro), se sentirán satisfechos. Pero más inmensamente satisfechos se sentirán aún los enemigos de la Iglesia, porque de ese modo contribuirás a demostrar (que es lo que más desean ellos) la culpabilidad intrínseca de una institución caracterizada por el encubrimiento y la hipocresía. ¿Qué esperabas?, son tus enemigos. Las indemnizaciones pueden ser el mayor desencadenante de denuncias. Como las que la ley destinó para los damnificados de la guerra civil. A ese paso, (efecto llamada) hasta el Defensor del Pueblo y El País se habrán quedado cortos en sus cálculos de abusos en que han incurrido los curas. Y lo habrás hecho tú, Juanjo. Y me duele decírtelo porque te aprecio en lo que vales.

En fin, Juan José, que entre unas cosas y otras ha quedado la Iglesia en estado de alarma. Dicen tus difamadores que este año ha ingresado un solo seminarista en toda tu diócesis. “¿Quién querrá hacerse cura con este panorama?”, afirman. Es muchísimo mejor chupar de la iglesia siendo laico y con una nómina muchísimo mejor que la del cura, sin aguantar pelmazos en las parroquias. Y para eso, siempre os quedará la crucecita del IRPF; y si no os alcanza, hasta podéis rebajar la limosnita mensual que dais a los curas, -cada vez más prescindibles en la Iglesia neosinodal- para que os mantengan el tinglado. En fin, amigo Juanjo, me da que por este camino no nos salvamos nadie… ¿En la Iglesia o en España?

El Cojo de Calanda

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