No te vayas a pensar, amigo Juan José. que todo esto lo
digo por mi boca, ¡qué va! Es el tío Caldú, que con las amnistías y las
condenas (las que se han producido y las que se esperan) de una institución y
de otra, va quemado y nos suelta cada filípica que pa qué. Aunque no te lo
creas, en los bares y en las calles de Calanda se habla más de Strickland y de
Puigdemont, que de fútbol.
En todo este revuelo -sigue Caldú acalorado- destacan las
amnistías más inexplicables (McCarrick, Zanchetta, Ricca, Rubnik… ¡cómo te vas
a pronunciar aquí contra la amnistía!) balanceadas con las condenas más
arbitrarias (Burke, Müller, Pavone…), a causa de la total falta de motivación y
la más flagrante ausencia de cualquier tipo de juicio o procedimiento penal que
le dé al condenado posibilidad de conocer cuáles son los cargos por los que se
le condena, y tenga por tanto la posibilidad de defenderse. El último caso, el
más flagrante, el que ha hecho sonar con fuerza y hasta con estridencia todas
las alarmas, ha sido la destitución del obispo de Tyler (Texas), monseñorJoseph Strickland, parece (así está el Derecho Canónico: “parece”) que por el
delito de habercriticado al papa. El tío iba de sobrao y le han
caneado. ¡Bah! Eso a ti nunca te pasará, Juanjo, ni aunque venga otro papa.
Eres gato viejo y muy, muy largo, que nadas con gran maestría en las aguas más
turbias y turbulentas.
Ante esta forma de “gobierno” de la Iglesia -pontifica el
tío Caldú- es totalmente ocioso preguntarse si puede afirmarse que ésta
funciona como un Estado de Derecho; es decir si los que están sometidos a la
disciplina eclesiástica pueden confiar en que, gracias al Código de Derecho
Canónico, estamos a cubierto de la arbitrariedad del gobernante de turno. Ésta
es la piedra de toque: el Derecho Canónico. Porque, como ocurre en los gobiernos
de cualquier país, cuando, saltándose su derecho canónico, es decir la
Constitución, se producen situaciones de grave anarquía (la gente se comporta
como si no hubiese derecho legítimo ni poder legítimo) se hace inevitable darle
la vuelta a la situación suspendiendo el derecho de los súbditos o ciudadanos a
regirse por un código de derecho, dejando la Constitución en papel mojado, y
dar un golpe de estado: imponiendo el que lo da, una dictadura en la que no hay
más derecho que la voluntad del dictador. Esa es la imagen que da la Iglesia
con sus sínodos abiertos a cualquier disparate y cualquier indisciplina, y con
el poder supremo deshojando la margarita y acallando a aquellos que le llevan
la contraria.
Así cavilaba el tío Caldú, el pobre, interrumpiendo el
juego del guiñote en el bar La Bellota. Es que tiene a su zagal en Zaragoza, de
picapleitos en uno de esos bufetes de postín. El viejo baturro piensa que sabe
algo. Es un iluso. No entiende que, en las altas esferas del poder, ya sea
político o eclesiástico, el derecho siempre se pone al servicio de quien lo
ejerce. Por eso mismo, al desgraciado se le masacra para demostrar que hay
justicia, mientras que al influyente y poderoso se le amnistía porque la
institución le necesita para su supervivencia. Porque si el poder ha de
someterse al derecho, igual para todos, ¿qué clase de poder es ese? ¡Lo sabrás
tú, Juanjo!
Pero tampoco hay quien pare al tío Caldú: está inspirado y
acalorado al ver que cada vez más parroquianos paran su conversación o su
juego, y se acercan a escucharle: Una vez que ha llegado la Iglesia a esta
situación a causa de la depravación moral de muchos de sus miembros -pontifica
cazurro-, y a causa de la absoluta indisciplina en cuestión de Credo, de
administración de sacramentos y de ejercicio pastoral, ¿es tal la depravación
moral y la indisciplina eclesiástica, que el papa se haya visto obligado a
suspender el Derecho Canónico y a gobernar la Iglesia en la forma propia de las
monarquías absolutistas? ¡Eso sí que son palabras mayores, tío Caldú! Los de la
partida del guiñote manifiestan su desacuerdo. Pero Caldú sentencia: el
absolutismo monárquico del papado de Francisco se ha afianzado con el
obsequioso silencio de eclesiásticos como nuestro cardenalico, deslumbrados por
la genialidad de un papa tan pragmático y asertivo como Francisco.
Pero mira, Juanjo, lo que más solivianta a nuestro líder
el tío Caldú, es el lío que ha armado en tu nombre, tu amigo Mons. García Magán, el portavoz de la Conferencia Episcopal,
que ha explicado que la Iglesia en España pagará indemnizaciones a las víctimas
de los abusos del clero, no sólo cuando la justicia obligue a ello, sino también
cuando sin sentencia condenatoria en ese sentido y, por lo tanto, sin obligación legal ninguna de
hacerlo, exista la certeza moral (concepto absolutamente ajurídico) de
la perpetración del delito, aunque el presunto infractor esté ya difunto y no
pueda decir ni mu, que muerto el burro, ¡la cebada al rabo!
Dice el tío Caldú que su
zagal, el abogado, le ha dicho que eso que quieren hacer los obispos no es
pagar indemnizaciones, sino regalar unas perricas a todo el que presente una
denuncia, sobre todo contra curas difuntos porque será una mina, un filón para
los rojelios y otros menesterosos que no se contentarán con destruir a un cura,
sino que además cobrarán una pasta en base a la certeza moral que se
alcance estudiando caso por caso, dice el tal Magán. En fin, Juanjo, que
les zurzan. Nadie mejor que tú puede saber, antes y ahora, lo que más te
conviene para triunfar: doblegarte como un junco ante los vientos del poder,
sea el que sea, Rajoy, Sánchez o Puigdemont y tender puentes para estar a bien
con los enemigos de la Iglesia, entre los que destaca tu amiguete Félix
Bolaños, ministro de la Presidencia, Justicia y relaciones con las Cortes,
porque Montesquieu (la separación de poderes) ha muerto.
Piensa que lo de las
indemnizaciones es una espada de doble filo, Juanjo. Los agraviados (y los que
se suban al carro), se sentirán satisfechos. Pero más inmensamente satisfechos
se sentirán aún los enemigos de la Iglesia, porque de ese modo contribuirás a
demostrar (que es lo que más desean ellos) la culpabilidad intrínseca de una institución
caracterizada por el encubrimiento y la hipocresía. ¿Qué esperabas?,
son tus enemigos. Las indemnizaciones pueden ser el mayor desencadenante de
denuncias. Como las que la ley destinó para los damnificados de la guerra
civil. A ese paso, (efecto llamada) hasta el Defensor del Pueblo y El
País se habrán quedado cortos en sus cálculos de abusos en que han
incurrido los curas. Y lo habrás hecho tú, Juanjo. Y me duele decírtelo porque
te aprecio en lo que vales.
En fin, Juan José, que entre
unas cosas y otras ha quedado la Iglesia en estado de alarma. Dicen tus
difamadores que este año ha ingresado un solo seminarista en toda tu diócesis. “¿Quién
querrá hacerse cura con este panorama?”, afirman. Es muchísimo mejor chupar de
la iglesia siendo laico y con una nómina muchísimo mejor que la del cura, sin
aguantar pelmazos en las parroquias. Y para eso, siempre os quedará la
crucecita del IRPF; y si no os alcanza, hasta podéis rebajar la limosnita
mensual que dais a los curas, -cada vez más prescindibles en la Iglesia
neosinodal- para que os mantengan el tinglado. En fin, amigo Juanjo, me da que
por este camino no nos salvamos nadie… ¿En la Iglesia o en España?
El
Cojo de Calanda