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LA DEMANDA DE FE ES MUCHO MAYOR QUE LA OFERTA

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Estoy absolutamente desconcertado al ver la enorme demanda que hay de formación en los colegios religiosos (¿demanda de formación religiosa?¡Hay que ver lo que puede la inercia de siglos!) frente a la paupérrima oferta de esa formación por parte de las órdenes religiosas que regentan esos colegios. Hay, en efecto, una potentísima inercia a favor de los colegios religiosos. No sólo por ser (o haber sido) religiosos, sino también por su alta calidad académica: disciplina, excelentes métodos pedagógicos y plantillas de profesores (y profesoras los colegios de monjas) de altísimo nivel. Y eso marcó tan profundamente a la clientela, que ésta sigue eligiéndolos a pesar de que esos altos niveles de calidad académica ya no son ni de lejos lo que fueron; y a pesar de haberse diluido (cuando no desaparecido) su marca cristiana totalmente transversal. Una marca que resplandecía no sólo en las clases de religión, sino en todo el espíritu del colegio.
La gran demanda que siguen teniendo estos colegios, debida a un prestigio muy ajado ya, me hace pensar que es la añoranza por esos valores (también los religiosos), lo que sigue moviendo a la clientela a elegirlos (Canadá me da mucho que pensar: primero fue el levantamiento de todo el país contra la supresión “oficial” del día de la madre en una escuela; luego, la sublevación contra el izado de la bandera LGTBQ+ también en las escuelas católicas para celebrar las fiestas del Orgullo). Y me consuela pensar que aún puede quedar ese poso de antiguos valores en medio de la escandalosa desorientación doctrinal que padecemos hoy, y que se siente dramáticamente en todo el sistema educativo. Un poso que en cualquier momento podría alcanzar la ebullición, como en Canadá. Quiero creer que sí, que a la clientela le gustaría encontrar esos valores en los colegios religiosos que ha elegido. Los más optimistas queremos pensar que aún hay demanda de esos valores, aunque esté ya muy desdibujada. 
¿Y la oferta? Éste es el punto débil. La oferta no es que esté en cero: está bajo cero. Ni las órdenes religiosas propietarias de esos colegios están por valores ni por nada que se le parezca, ni el obispo que preside la fundación que aglutina todos los colegios religiosos de la diócesis, tiene intención de hacer nada en ese sentido. Unos y otros seguirán confortablemente sentados contemplando el desplome y la ruina fatal de tan poderoso imperio de fe y de valores. Ni han hecho nada a lo largo del medio siglo de decadencia, ni espera nadie que lo hagan. Se han vaciado los nombres del significado que tuvieron, y hoy esos nombres no son ya más que burdo engaño.        
El fenómeno de la persistencia de la población en preferir los colegios religiosos (hoy ya únicamente de denominación religiosa), me induce a pensar que nos encontramos ante una poderosa demanda yacente, adormecida: tanto, que como en la metáfora de la rana, les están colando cada vez más antivalores, como el de ese “No me importa”, un libro rabiosamente doctrinal para enseñarles a leer a los niños. Y son muy pocos los que entienden la jugada y saltan. Incluso temía haber sido demasiado quisquilloso al traer a este blog la denuncia de algo aparentemente tan leve como el libro ese de aprendizaje de lectura para adoctrinar a los niños de primaria en los nuevos valores: anticristianos por más señas. Pero he visto por los comentarios, que no estamos ante el problema de un colegio religioso, sino ante el de toda la enseñanza religiosa (incluida la de las prédicas).
Difícil lectura, ciertamente, la de esta realidad. Tanto nos puede empujar al pesimismo más desolador, como a confiar en los rescoldos que aún nos quedan de ese pasado esplendor. Pero he ahí la gran pregunta: ¿Habrá alguien en la Iglesia capaz de avivar esos rescoldos? Es que la realidad más real es que los alumnos de los colegios religiosos multiplican por ni se sabe qué factor, el número de fieles que siguen siendo practicantes. Lo cual nos induce a cuestionarnos si no estará ocurriendo algo parecido en las parroquias: es decir que lo que falla es la oferta de fe. Pero esto es harina de otro costal, aunque el molinero sea el mismo.
Volviendo, pues, a los colegios religiosos, es evidente que muchos de ellos han sido ya fagocitados aquí en Cataluña por el ideario y el aparato político: de manera que lo único que les queda es cambiar de nombre (y de “ideario”) para no confundir al personal. En efecto, aún son muchos los clientes de esos colegios que se dejan engañar por el nombre y por la fama acumulada en el pasado. 
Temía haber sido demasiado susceptible con el artículo anterior (Maristas al día: no me importa), pero he visto por los comentarios, que la situación de toda la llamada Escuela Cristiana es mucho peor. Nadie es lo que dice ser, y nadie hace lo que dice hacer (hay excepciones, pero son contadísimas). Eso ocurre en los colegios religiosos, ocurre en las parroquias, ocurre en la más alta cúpula de la Iglesia. 
Pero esto es signo de los tiempos, porque no es mejor lo que ocurre en la política: no hay ni un partido fiel a sus siglas, a sus principios y a sus votantes. Y vemos además que quienes alcanzan el poder, son los peores. El partido no es una fe, sino un modus vivendi. Lo de las parroquias, también tiene su sal. En efecto, por lo menos aquí en Cataluña hay también fieles que se dejan engañar por unas parroquias que estando de hecho al servicio del programa político (véase la política lingüística) en el poder no pueden exigir, obviamente, que esas parroquias cambien de denominación, porque oficialmente no hay parroquias gubernamentales (en China, sí que las hay). No hemos de extrañarnos, pues, de que la Iglesia padezca la misma enfermedad, y que la afecte de la cabeza a los pies.
Entretanto han ocurrido en este entorno de trasvestismo eclesiástico, cosas bastante peores. Lo de los jeribeques bendicionales para hacer alcanzar la bendición no sabemos si de Dios o de la Iglesia a las parejas pseudomatrimoniales del mismo sexo, ha quedado ya en anécdota, al inventarse las nuevas bendiciones interreligiosas sin invocar al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Con estas creativas ampliaciones del bendicionario, puede llegar el día en que la iglesia ofrezca también bendiciones para sicarios, violadores, pederastas, aborteros, eutanasiadores… Agenda 2030 pura y dura a las órdenes de la ONU (pederasta donde los haya) porque Dios los ama a todos, y la Iglesia ha de mostrar predilección por estas pobres criaturas que tanto necesitan de su gracia.
Y en cualquier caso, el “No me importa” que comentaba la pasada semana, pretende ser un nuevo catálogo de bienaventuranzas 2030: bienaventurados los impedidos y dependientes, bienaventurados los que padecen de tristeza y de miedo, bienaventurados los de “capacidades diferentes”, bienaventurados los que no dan la talla, bienaventurados los “de color”… ¿Bienaventurados por qué? Pues porque en el nuevo mundo de yupi, nos han enseñado a considerar bienaventurados a los “diferentes” y a colmarlos de atenciones, de derechos especiales y privilegios. Es la virtuosísima “Discriminación Positiva”. La corte de los milagros sublimada por el buenismo postcristiano. Al fin y al cabo, esto no deja de ser una muestra de la demanda de fe. Pero quien nos la ofrece no es la Iglesia, sino la ONU, con su mirífica Agenda 2030.
Virtelius Temerarius

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