Felix qui potuit cognoscere rerum per causas (12/02/2007)
*Reflexiones para sacerdotes desorientados en la búsqueda de su «identidad sacerdotal»
Existió una época en la que el clero vivía verdaderamente su vocación poniendo a la cabeza de sus preocupaciones su unión con Dios, la oración y la gracia. Eso tuvo como consecuencia un manantial de vida- para la Iglesia y la sociedad- del que en cierta manera hemos estado bebiendo hasta ahora. Más allá de esa moda de poner en cuestión los dogmas, la liturgia y la moral, las causas del terremoto que vivimos son mucho más profundas: se encuentran en una desmoralización del clero debido a una rebaja de su espiritualidad, alimentada esencialmente del activismo. Eso ha hecho que hoy como ayer los sacerdotes caigamos en la tentación de ir a buscar a «las ovejas» fuera del rebaño y no tanto entre las que tenemos con cargo de cura de almas. De aquí surge un «complejo» hacia aquellos fieles sobre los que la Iglesia le ha asignado una misión.
*Reflexiones para sacerdotes desorientados en la búsqueda de su «identidad sacerdotal»
Existió una época en la que el clero vivía verdaderamente su vocación poniendo a la cabeza de sus preocupaciones su unión con Dios, la oración y la gracia. Eso tuvo como consecuencia un manantial de vida- para la Iglesia y la sociedad- del que en cierta manera hemos estado bebiendo hasta ahora. Más allá de esa moda de poner en cuestión los dogmas, la liturgia y la moral, las causas del terremoto que vivimos son mucho más profundas: se encuentran en una desmoralización del clero debido a una rebaja de su espiritualidad, alimentada esencialmente del activismo. Eso ha hecho que hoy como ayer los sacerdotes caigamos en la tentación de ir a buscar a «las ovejas» fuera del rebaño y no tanto entre las que tenemos con cargo de cura de almas. De aquí surge un «complejo» hacia aquellos fieles sobre los que la Iglesia le ha asignado una misión.
La causa de esta crisis no proviene de la crisis de civilización por la que atraviesa el mundo moderno ni tampoco es debida al Concilio, es anterior. La Iglesia es cierto, ha sido atacada desde toda perspectiva, pero el ataque más profundo y esencial hace referencia a su naturaleza: la sobrenaturalidad. Es cierto que la moda anticlerical ha dado un duro golpe a la Iglesia: ha favorecido la descristianización, ha llevado a sacerdotes a poner «todo» en cuestión. Pero el golpe de muerte para el clero es haber querido buscar en el exterior el remedio que tenía en el interior, en el seno de la misma Iglesia. La verdadera causa es la doctrina de la «eficacidad».
En la Teología del Sacerdocio católico el sacerdote subordinaba todo a su oración y al amor al Crucificado. El apostolado debía ser más bien individual y sobretodo dirigido a los ambientes católicos practicantes tradicionales. Este apostolado era considerado normal y no aportaba ningún complejo al clero. Con la llegada a las ciudades, en los años 50 y 60, de grandes masas procedentes del ámbito rural y la industrialización, el clero honesto y apostólico se pone una pregunta: ¿porque ir pescando con «palangre» cuando se puede pescar con «red»? Y eso de manera un tanto inconsciente de que la conversión en masa siempre resulta excepcional, es un trabajo ingrato y lento. Pero las masas que llegan de la inmigración no están completamente descristianizadas, viven una fe sencilla y esencialista. Entonces hay que purificar «la fe del pueblo», y con ellas las costumbres, las devociones y un largo etcétera. Empieza a nacer un contraste entre diríamos la espiritualidad del Padre Foucault y los curas obreros de la periferia que por una especie de complejo quieren convertir y cambiar al nuevo proletariado en masa abandonando los practicantes de su parroquia.
Sea como sea, la fe del sacerdote es considerada como secundaria con respeto a los resultados de su acción. De aquí un cierto asqueo y disgusto hacia los practicantes piadosos cercenando la fuente de las vocaciones. Para comprender esto muchos invocan los típicos errores del clero: encerrado en sí mismo, en su círculo de fieles y la práctica religiosa: demasiado angelismo, dicen, y excesivo rigorismo olvidando que Dios es Amor. Ese clero, piensan, está encerrado en una torre de marfil dejando pasar magnificas oportunidades para evolucionar. Se lanza entonces una acusación de fariseísmo sobre el clero que impide a la gente sencilla de vivir el Evangelio, aunque sea como «cristianos anónimos». ¿Qué han sido los seminarios hasta ahora? piensan: refugios artificiales al abrigo de las tormentas de la vida, pero sin contacto con la realidad el mundo desde donde salen sacerdotes «desencarnados» con los problemas del mundo, demasiado «intelectualoides» y moralizantes.
La verdadera solución: la oración y el sacrificio: todas las opiniones precedentes han sido prejuicios infundados y gratuitos. El sacerdote no puede mirar únicamente al exterior sin considerar su interior: el cura social y político no es «verdadero» sacerdote. El sacerdote es ante todo el sacerdote de la Liturgia de las Horas, de la oración, del rosario, de la lectura espiritual: de la Santa Misa. No se puede comprender la vida del sacerdote si no se la conoce desde el interior: esos sacerdotes ¿han apreciado la caridad heroica? ¿la han implorado y cómo? ¿han hecho de sus vidas una conversación íntima con el Señor? ¿Se han levantado temprano por la mañana para adorarlo e implorarle de rodillas? ¿O estaban haciendo reuniones para preparar reuniones hasta altas horas de la madrugada? ¿Han dejado estos momentos privilegiados para pasar a la acción? ¿Cómo comprender la espiritualidad sacerdotal si ésta no ha sido vivida? Los libros no bastan para penetrar la profundidad de la Eucaristía, el sacrificio del sacerdote, su consagración. La cuestión es pues la siguiente: ¿Cuáles han sido las relaciones de los sacerdotes con su Dios y Señor en el transcurso de estos últimos 50 años? Es estas relaciones personales donde se encuentra la naturaleza del sacerdocio. De la sed de novedad hasta un laxismo sin límite en el fervor percibimos las causas de esta gran crisis: la de la vida espiritual. Así dice el adagio clásico: Felix qui potuit cognoscere rerum per causas. Dichoso el que conoce las cosas por sus causas.
Prudentius de Bárcino