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El Papa no le ha dicho que continúe

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Así como existían kremlinólogos -o sinólogos- que recurrían a leer entre líneas o a analizar el lenguaje no verbal (incluso la duración de un saludo o un abrazo) para discernir los acontecimientos futuros en las burocracias comunistas, también debería patentizarse la sistachología como una especialidad que interprete la realidad que se esconde tras los circunloquios, las muletillas y los lugares comunes con los que suele expresarse el cardenal Martínez Sistach. Tras ocho años de estudiar al personaje, creo que hemos logrado, cuanto menos, licenciarnos en la materia y llegar a averiguar que se halla detrás de determinadas expresiones de nuestro arzobispo.

De tal guisa, cuando Sistach decía, a propósito de su renuncia, que el Papa le había dicho que continuase, estaba claro que la remoción no iba a producirse de inmediato y que se estaba prorrogando su mandato. ¡No iba Sistach a dejar en mal lugar al Santo Padre! ¡Menudo es! Ese “el Papa me ha dicho que continúe” lo ha venido repitiendo durante estos casi cuatro años, de una forma insistente y machacona, cada vez que le preguntaban sobre su sustitución.

Ahora, por primera vez, tras tres semanas en Roma con motivo del Sínodo, cuando se le ha preguntado sobre la cuestión sucesoria ya no suelta la consabida coletilla, si no que nos habla de que lo importante es la diócesis y no las personas, por lo cual él sigue trabajando, ha elaborado un nuevo plan pastoral y deja organizado el trabajo a su sucesor, para que haya una absoluta continuidad.
Está claro que Sistach ha entrado en fase de descuento. Estas tres semanas en Roma no han servido para lograr una nueva prórroga. Probablemente, ni lo ha intentado, sabedor que el Papa ya tiene sustituto y que a lo mejor podía considerarse un abuso intentar una nueva demora, cuando en Enero había conseguido una prórroga de diez meses hasta la celebración del Sínodo. Sistach es lo sumamente astuto para no jugar partidas que pueda perder. El grado de conocimiento que ha adquirido de los pasillos vaticanos en estos ocho años de purpurado, unido a su natural sagacidad, le ha permitido arriesgar únicamente aquellos envites que pudiere coronar. Con toda seguridad, su rara política de no patrocinar un sucesor deba enmarcarse en su aversión a quedar mal. Y lo cierto es que en su pontificado ha conseguido lo que quería: cardenalato, Dedicación de la Sagrada Familia por Benedicto XVI, presencia asidua de cardenales en Barcelona, paz sistachiana en la diócesis o su prórroga dilatada y superior a la del cardenal Carles y al cardenal Rouco. Cuánto ha querido lo ha logrado. Para lo que no podía lograr, no ha movido un dedo. 

Está Sistach en su rush final. Con 78 años, envejeciendo lentamente, aunque los años no pasan en vano y dispuesto a pasar a la historia. Ahora como un bergogliano, como antes fue ratzingeriano y anteriormente wojtyliano. Lo encontraremos a faltar. Con su forma de hablar, cada día más parecida a Joan Capri; con sus “etcètera, etcètera” y “Déu-Nostro-Senyor”; con su gesticulación acusada; con esa formidable habilidad consistente en hablar y hablar y no decir nada.

Sistach ya va entrar en la historia. Durante ocho años hemos escrutado sus palabras, analizado sus comportamientos, interpretado sus silencios. Hemos conocido sus amigos (pocos) y sus enemigos (muchos). Sus maneras dictatoriales (aunque con guante de seda de cara a la galería), su exagerado apego al poder, aunque a decir verdad siempre ha mantenido las formas y jamás se ha dejado llevar por populismos o progresismos de última moda. Todavía no se ha ido y ya lo echamos a faltar. Hemos convivido mucho tiempo, aunque sea virtualmente. Sabe él, lo he repetido varias veces, que cuando los que le han alabado estos años lo tengan en el olvido, no le faltará la visita de sus enemigos de Germinans.

Oriolt

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