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Channel: Germinans Germinabit
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Errores vitales

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El hedonismo como norma suprema de vida, puede funcionar para los individuos; pero no funciona para las sociedades.
Conversando ayer con un amigo, que obviamente me preguntaba que qué tal, resulta que quiso entrar en honduras sobre la vida. Me contó que podría jubilarse antes de tiempo con una pensión espléndida. Siguió contándome que tiene un hijo y una hija, ambos ya por encima de los 30 años. Y que casualmente lo que más les gusta a ambos con sus respectivas parejas, es ver mundo. Viajar hasta hartarse. Y que no piensan parar hasta que tengan visto todo el mundo.
¿Y piensan tener hijos? Pues no, más bien no. Porque los sueldos que cobran, les dan para viajar e ir gastando; pero no para tener hijos. Si acaso, si ocurre, si cuando hayan viajado todo lo que les apetece, la economía les va mejor, si hay una buena conjunción de los astros, pues a lo mejor sí.
¿Y quién les va a pagar la pensión a esa generación? Si todos hacen como tus hijos, no va a haber quien les pague las pensiones. Bueno, eso también lo tienen medio arreglado, porque se están pagando un plan de pensiones. Ya, pero al final no son los dineros los que pagan las pensiones, sino el trabajo. Y si no hay quien trabaje, no hay pensiones. La maravillosa sociedad de don Juan Palomo, acabará quebrando. Y los que han enfocado su vida únicamente con criterios hedonistas, están tejiéndose un futuro tremendamente sacrificado. Pobreza extrema, dolor, sacrificio y conflictos es lo que están acaudalando hoy para el mañana. Eso es lo que trae pensar uno sólo y exclusivamente en sí mismo, sin aspirar a nada que le trascienda.
Desde el punto de vista económico, es efectivamente un error vital no tener hijos. No hay que ser un genio de la economía para darse cuenta de que eso es inexorable. Eso es labrarse una tristísima vejez. Pero con las nuevas doctrinas, esto también se resuelve. Se vislumbra como solución brillante el suicidio mejor o peor asistido. Y se otea también como una de las más prósperas profesiones, la de asistente de suicidios. Y si no los hay en la familia o en el país, se importan de fuera.
En fin, que si tanto las parejas en particular, como la sociedad en general se planteasen razones económicas meramente egoístas, tendrían que pensar en los hijos. Cuando ese modo de pensar y actuar adquiere importantes niveles estadísticos, es hora de caer en la cuenta de que las voluntades individuales multiplicadas por muchos hasta llegar a una mayoría, hacen una voluntad colectiva; que a la postre es algo más que la suma de las voluntades individuales. Y eso adquiere caracteres surrealistas cuando es supuestamente la voluntad colectiva representada por el Estado, la que se dedica a configurar esas voluntades individuales estériles enfocadas exclusivamente al hedonismo.
Es chocante que la misma sociedad que ve clarísimamente que no va a poder pagar ni las pensiones, cada vez más abundantes, ni la dependencia, que por parecidas razones crece exponencialmente, es chocante que esa misma sociedad promueva toda clase de políticas esterilizantes, cuyo resultado inevitable es el envejecimiento de la población y el incremento de la nosología y de la dependencia.
Pero los hijos, ni siquiera en la naturaleza salvaje nacen a la intemperie. Por empezar, la naturaleza se cuida de que todo hijo tenga una madre, un nido, una guarida para atender a su nacimiento y a su crianza hasta que la cría sea capaz de atender por sí misma de sustento y a su defensa. Y si para eso no basta la madre, la naturaleza ha puesto también al padre o a la manada a asegurar el buen éxito de las crías.
Las diversas civilizaciones han ido ensayando formas de resolver esa cuestión; y la que ha triunfado en todas ellas, es la familia. Una institución que es imposible construirla sobre el hedonismo: ni en la especie humana ni en las demás especies en que ésta tiene forma. ¿Y eso por qué? Pues porque es una cuestión vital.
Pero la modernidad se ha empeñado en destruir la familia: porque la cuestión sagrada para la nueva moral es garantizar el placer a costa de lo que sea y de quien sea (del más fuerte a costa del débil). Y la familia requiere demasiados sacrificios. Exactamente lo contrario del hedonismo. Mantener la familia en pie para no dejar a la intemperie a los hijos, exige muchas renuncias. Y éstas no son fruta del tiempo. Por eso, una vez más, incurrimos en un error vital desmantelando la familia.
¿Acaso tienen mayores expectativas de felicidad los miembros de una familia dispersos que juntos? ¿Y cuál es la diferencia respecto al hedonismo? La diferencia está en que si queremos vivir en familia, hemos de aceptar los sacrificios y renuncias que impone esta forma de vida en común. Y obviamente, a partir de ahí, porque quien siembra recoge, vendrán las compensaciones que nos deparen la vida y la familia.
¿Y si va uno solo quedará libre de sacrificios y renuncias? No, en absoluto. La única diferencia con la vida en familia, es que en soledad nadie le obliga a aceptar sacrificios y renuncias. Le vienen impuestos por las circunstancias. ¿Acaso en menor cantidad o en menor intensidad? En absoluto. ¡No necesita poner a contribución su generosidad, pues no ha de hacer o dejar de hacer nada por nadie! ¿Esa es la gran ventaja? Pues sí, esa es la miseria humana.
El cristianismo le dio un enorme lustre a la familia. Hizo de la generosidad y la renuncia (inevitables por lo demás), excelsas virtudes. La gran clave que aportó el cristianismo para elevar a su más alta dignidad una institución humana, fue el amor. De los padres entre sí y hacia los hijos.
Cargarse este modelo de familia construido por el cristianismo a lo largo de tantos siglos, y preconstruido a lo largo de milenios por las civilizaciones judía y romana que nos han precedido, ha sido uno de los más tremendos errores vitales que ha cometido nuestra civilización. Y lo pagaremos… lo estamos pagando en unas formas de egoísmo que nos traen desgracia y muerte. Por eso os digo que en el día del juicio será más tolerable el castigo para Tiro y Sidón que para vosotras.  Y tú, Cafarnaúm, ¿acaso serás elevada hasta los cielos? ¡Hasta el abismo descenderás! Porque si los milagros que se hicieron en ti se hubieran hecho en Sodoma, ésta hubiera permanecido hasta hoy (Mateo 11,23).
Custodio Ballester Bielsa, pbro.
www.sacerdotesporlavida.es

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