En estas últimas semanas he recibido bastantes correos que me piden que esté más presente en Gérminans, especialmente con artículos que tengan que ver con cuestiones sobre la vida sacerdotal. Yo no deseo contar mis batallitas personales o las anécdotas de mi vida, ni mucho menos escribir aquí mi autobiografía. Considero que no es éste el lugar. Aunque ahora que tomo conciencia de que me dirijo lenta pero inexorablemente hacia el atardecer de la vida, he comenzado con los primeros apuntes de una obra autobiográfica que tendrá por título: “Un sacerdote de herradura”. Aparte de este hecho personal puramente coyuntural, debo confesar que he decidido retomar aquí estas cuestiones sacerdotales, especialmente con la mirada y el pensamiento puestos en algunos sacerdotes jóvenes y algunos seminaristas que así me lo han solicitado.Deseo corresponderles pues a todos estos amigos lectores manifestándoles mi estima y agradecimiento. Espero no defraudarles, comprendiendo que en tiempos de naufragio la buena fe les haga aferrarse a este débil apoyo que puedo representar para ellos. O quizá lo que me empuja mayormente sea el dolor por las condiciones de la Iglesia: en muchos casos a causa de la inacción de unos pastores que les abandonan completamente, sumiéndoles en el desconcierto.
¡Y es que son tantos los que trabajan por acción u omisión en la demolición de la Iglesia! Porque el drama estriba especialmente en que muchos hombres y mujeres prudentes y de buena fe que no quieren cooperar activamente en el derrumbe, se mantienen en un rincón seguro esperando que pase el vendaval. Prudentes y pusilánimes: porque explican de seguido que ellos en la posición en la que se encuentran no pueden hacer nada, no son suficientemente libres. Y esperan que sean otros los que salven a la Iglesia. Especialmente el laicado. Es el tiempo de los laicos, proclaman desde todos los púlpitos.
El seminarista no puede hacer nada por no poner en peligro su propia estancia en el Seminario y su ordenación. El joven vicario no puede hacer nada por no poner en peligro lo bueno que hace en la parroquia. El párroco no puede hacer nada por no poner en peligro lo poco bueno que puede hacer a escondidas del Consejo Pastoral o del Arciprestal. El obispo auxiliar no puede hacer nada por no arriesgar su situación con respecto al Arzobispo. El Príncipe de la Iglesia que se viste de rojo para recordar la sangre del martirio, no puede martirizar su carrera para no poner en riesgo lo poco de bueno que hace a espaldas de tal o cual Congregación Romana o del mismísimo Papa. La consigna es conformarse con el bien menor, que tan bien se armoniza con el mal menor.
Por último, revestidos de un espíritu conciliar de comunión, sinodalidad y subsidiaridad (y más palabros similares) todos juntos afirman con tanta mayor vehemencia cuanto mayor es su parálisis, que han de ser los laicos los que tomen el protagonismo en la Iglesia y cojan el timón de la barca.
Con este método del “bien menor”, es inevitable que cuanto más se asciende en la escala jerárquica, más inevitable y finalmente obligatoria acabe resultando la cooperación con el mal establecido en el vértice, que tolera sin problema alguno cualquier “poco de bien” e inexorablemente cualquier ausencia de bien (que dejar de hacer el bien necesario, es hacer el mal) porque su verdadero objetivo en su administración jerárquica es que le venga reconocida la autoridad, el dominio sobre los cuerpos, las almas y la voluntad.
La coexistencia con el poder, más o menos bienvenida (bene esse cum priore), es un oficio antiguo, practicado durante algún tiempo por la casta sacerdotal. Al final, incluso esta retirada pusilánime en relación a los laicos establecida por el llamado "buen clero", no es más que un nuevo disfraz del clericalismo. Es el verso más perturbador de aquel que apenas nació cuando los sacerdotes asumieron voluntariamente los deberes espirituales y temporales de los laicos sometiéndolos a su voluntad. Ahora, en obvias dificultades ante el aparato clerical, el clerical consumido por el poder que no ha devuelto con intereses lo que le había robado al laico, no sólo le pide que regrese para cumplir las tareas que le corresponden al seglar para la salvación del alma y del cuerpo, sino que le apremia además para que asuma también las suyas, las que son propias del clero: porque el clericalismo ha determinado hoy por real decreto, que depende de los laicos el salvar a la Iglesia.
Yo no acierto a saber ni a conocer en profundidad cómo piensan todos los laicos; pero francamente, yo estoy harto de eso. Lo siento. Sé muy bien que los sacerdotes de los pisos inferiores somos los menos responsables de esta forma de hacer y pensar. Pero, ¿puedes decirme qué te ata a un poder evidentemente injusto cuando eres sacerdote de Aquel que vino para liberarnos? Dejémonos de una vez por todas de ponernos a cubierto detrás del "pequeño bien" que el Enemigo nos permite hacer: siempre y cuando no cuestionemos el poder real dentro de la Iglesia. Porque con esta quimera del "poco bien" nos han convertido en esclavos de la teoría del "bien menor", que comienza a desembocar de manera rápida e irreparable hacia el cero, tal como está previsto en los designios del diablo. El "poco bueno", creedme amigos y compañeros, espiritualmente es algo "muy poco bueno".
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
¡Y es que son tantos los que trabajan por acción u omisión en la demolición de la Iglesia! Porque el drama estriba especialmente en que muchos hombres y mujeres prudentes y de buena fe que no quieren cooperar activamente en el derrumbe, se mantienen en un rincón seguro esperando que pase el vendaval. Prudentes y pusilánimes: porque explican de seguido que ellos en la posición en la que se encuentran no pueden hacer nada, no son suficientemente libres. Y esperan que sean otros los que salven a la Iglesia. Especialmente el laicado. Es el tiempo de los laicos, proclaman desde todos los púlpitos.
Por último, revestidos de un espíritu conciliar de comunión, sinodalidad y subsidiaridad (y más palabros similares) todos juntos afirman con tanta mayor vehemencia cuanto mayor es su parálisis, que han de ser los laicos los que tomen el protagonismo en la Iglesia y cojan el timón de la barca.
Con este método del “bien menor”, es inevitable que cuanto más se asciende en la escala jerárquica, más inevitable y finalmente obligatoria acabe resultando la cooperación con el mal establecido en el vértice, que tolera sin problema alguno cualquier “poco de bien” e inexorablemente cualquier ausencia de bien (que dejar de hacer el bien necesario, es hacer el mal) porque su verdadero objetivo en su administración jerárquica es que le venga reconocida la autoridad, el dominio sobre los cuerpos, las almas y la voluntad.
Celebrando en el Camarín de la Virgen |
Yo no acierto a saber ni a conocer en profundidad cómo piensan todos los laicos; pero francamente, yo estoy harto de eso. Lo siento. Sé muy bien que los sacerdotes de los pisos inferiores somos los menos responsables de esta forma de hacer y pensar. Pero, ¿puedes decirme qué te ata a un poder evidentemente injusto cuando eres sacerdote de Aquel que vino para liberarnos? Dejémonos de una vez por todas de ponernos a cubierto detrás del "pequeño bien" que el Enemigo nos permite hacer: siempre y cuando no cuestionemos el poder real dentro de la Iglesia. Porque con esta quimera del "poco bien" nos han convertido en esclavos de la teoría del "bien menor", que comienza a desembocar de manera rápida e irreparable hacia el cero, tal como está previsto en los designios del diablo. El "poco bueno", creedme amigos y compañeros, espiritualmente es algo "muy poco bueno".
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet