Solos en la Luz |
Lo que en el ámbito económico empezó siendo un fomento de las actividades empresariales en la investigación, en el desarrollo y en la mejora de nuevos productos (bajo las siglas I+D), se ha convertido en un principio doctrinal universal que ha invadido no sólo el ámbito político, sino también el socio-cultural; y por contagio, el eclesial: de ahí que nos hayamos situado en la necesidad de fomentar obsesivamente la innovación como condición sine qua non para el progreso. Sin olvidar que tanto la innovación como el progreso son valores totalmente prostituidos.
Para los defensores de la innovación, ésta es el origen de todo crecimiento, por lo que se debe apoyar al individuo a ser más ágil favoreciendo su emancipación. Pretenden los del I+D eclesiástico, que cada cual debe adaptarse a las mutaciones: movilidad en las competencias, movilidad en las profesiones, movilidad geográfica de destinos, movilidad en los cargos y responsabilidades. Y lamentablemente, movilidad en la doctrina: más que nada para no perder el tren del progreso.
También el clero se ve bombardeado por esa idea: hay que luchar -dicen los gurús de esa gran idea- contra la esclerosis que nos impide ser adaptables; especialmente, claro está, en lo más bajo del escalafón sacerdotal: las nuevas generaciones de sacerdotes parecen destinadas a ser una especie de agentes de Avón: de aquí para allá, vendiendo su producto de parroquia en parroquia, de pueblo en pueblo. ¡Y es que -dice la jerarquía- no hay otra! Esa movilidad absoluta crea un desarraigo nefasto en la psicología y la afectividad de los sacerdotes: se les impide estar demasiado arraigados, demasiado atados emocionalmente (se especifica). Y es que se cuenta con que un sacerdote (como cualquier individuo) cuantas menos ataduras tenga de tipo familiar, geográfico, culturales será más ágil. Se va por tanto a la supresión de cuadros intermedios y al debilitamiento de la vida estable; y claro está, de la vida familiar y comunitaria. Los síntomas de esta disolución son numerosos; y como si se tratase de algo bueno, están siendo validados, potenciados y acelerados por los gestores eclesiales de los últimos tiempos.
Velada 16 marzo Laura Pujol |
Emancipando al sacerdote, la idea de esa innovación eclesial reforzada por la jerarquía, aísla a la persona de todos sus apoyos, de todos sus vínculos y de todas sus ataduras. No es de extrañar pues que el pasado día 16 de marzo, en la Vigilia de oración por las vocaciones en el Seminario, esa tal Laura Pujol, colaboradora del Rector Rodríguez en su parroquia de Vilapicina afirmase sin ruborizarse que era necesario apostar por “una Iglesia más abierta, participativa y diversa”. Así vamos. ¡Pobre diócesis en el nuevo trágala de las falacias sesentayocheras! No sé si es mejor que no sepamos en qué consisten esa apertura, esa participación y esa diversidad.
Pero para desgracia de sus promotores, la mecánica de la innovación y el progreso a todo trapo no es una ciencia exacta; y el poder de los fenómenos engendrados por este fetichismo de la “apertura, la participación y la diversidad de la Iglesia” (la monodireccional, faltaría más) pone en duda su eficacia. Gracias a la ruptura tan anhelada con los modelos del pasado y a sus consecuencias mal anticipadas, esa Iglesia en salida (o en desbandada) no llega a estabilizar psicológica y emocionalmente a sus sacerdotes. La profunda crisis que viven las parroquias son buena muestra de ello.
Ante ese constante fracaso, todos tenemos el deber de preguntarnos a la luz de la Doctrina y la Tradición de la Iglesia, sobre nuestra responsabilidad en relación a esa “pseudo-doctrina” de la innovación y el progreso como modelo de crecimiento eclesial ¿Tenemos soluciones para reemplazar esas innovaciones de todo tipo que se nos exigen, barrándoles al paso a favor del bien común de la Iglesia?
Es evidente que sí. La solución se llama tradición. Es decir todo aquello contra lo que ha luchado mayoritariamente el progresismo eclesial en los últimos 60 años. En primer lugar el rechazo a que los sacerdotes ejerzan una paternidad espiritual estable sobre las personas. Se alega: para ser libre no hay que crear dependencia con nadie. La dirección espiritual es malsana. Y malsanos los padres espirituales, a saber, los sacerdotes. Por eso, por ese prejuicio, los sacerdotes no ejercen de manera estable y constante como directores espirituales o de conciencia. El hundimiento de la dirección espiritual es un hecho incontestable. Y un error trágico. Mucho más cuando es el mismo sacerdote el que desdeña la dirección espiritual.
Lo que se exalta en efecto es que cada uno se construya su modelo de sacerdocio, sin saberse heredero de nada ni de nadie. Se nos inculca el rechazo a una red de dependencia, de herencia y de filiación, sin la que se nos condena a los sacerdotes a entrar desnudos en la jungla de la pastoral, de una pastoral abandonada a sí misma. De este modo se condena al sacerdote al infierno de la desorientación y el desconcierto: le faltan claves de lectura e interpretación de la realidad. No hay otra ley que la eficiencia: una eficiencia que no es otra cosa que mantener todos los templos abiertos, aunque haya que peregrinar de templo en templo para subsanar el dramático descenso del número de sacerdotes, y a pesar de ello cumplir todos los servicios sacramentales que se le exijan, incluso a costa de su salud y de su equilibrio psico-afectivo. No olvidemos tampoco que, debido a la edad de la mayoría de los sacerdotes, es muy elevado el número de los que tienen padres muy ancianos que cuidar.
Pero lo único que nos ha pedido Cristo y que exige nuestra condición sacerdotal es que seamos misioneros, ya que no podemos guardar para nosotros el tesoro de la fe. La misión sí que es una urgencia espiritual. Hemos de transmitir, proclamar y predicar la plenitud de la verdad revelada que la Iglesia Católica ha recibido. Pero la lógica de la evangelización no es tenerlo todo abierto y funcionando. La lógica evangelizadora no es una lógica de plena funcionalidad, sino querer que todas las almas se salven en Cristo. El evangelizar es una realidad interior y sobrenatural.
Este es el video conjunto del Día del Seminario 2019 de los tres centros de formación de Cataluña (Interdiocesano, Barcelona-St. Feliu y Terrassa). Los leitmotivs en el mismo son: llamada y respuesta, muchos kilómetros de aquí para allá para llevar a Dios, una apología de Dios y la religión, y generosidad en amar a Dios y amar a los demás: vale la pena y lo vale todo. Sorpresa en medio de la cervecería. Brindis de birras final.
Tampoco se han distinguido la mayoría de obispos por ser ejemplo para sus sacerdotes. Las diócesis se han convertido en estructuras administrativas. Las reuniones, eso sí, se multiplican. Y los cargos y las prebendas. Pero convencidamente creo que los obispos en general se han perdido en responsabilidades profanas, secundarias o meramente administrativas. Como me dice un buen amigo, están más preocupados por la sanidad que por la santidad.
Mn. Francesc M. Espinar Comas
Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet