Como consume el rastrojo la lengua de fuego, y la hierba seca cae ante la llama, su raíz como podredumbre se volverá y su flor como polvo será esparcida; porque desecharon la Ley del Señor de los ejércitos, y despreciaron la Palabra del Santo de Israel (Isaías 5, 20.23)
¡Quién lo dijera! Es el plano inclinado el que, después de arrastrarnos selección genética abajo, teniendo en cuenta ante todo el estado de salud de los seleccionados para la vida y de los descartados de la vida (los condenados a muerte, ¡claro!), ahora nos arrastra por la selección generacional. Paradójicamente, vuelven a ser criterios de edad los que determinan quién merece vivir y quién no.
El principio es muy sencillo: hemos de hacernos a la idea de una vez por todas, de que hay cosas que no pueden someterse a votación. Que, si el bien y el mal son relativos y los puede determinar una cámara legislativa o una cámara de gas, que para el caso es lo mismo, estamos perdidos. Si los que exhiben hoy con orgullo el monopolio de la bondad, que son las izquierdas, han decidido que la vida humana es un bien por sí misma, y que es intocable (por eso han convertido en bandera de su excelsa bondad su oposición intransigente y sin distingos de ningún género a la pena de muerte); si en su código doctrinal la vida humana es intocable (al menos, la vida de los criminales), tendrían que oponerse con santa furia al triaje por criterios de edad, de los enfermos de coronavirus. ¿No se refiere a eso el papa Francisco cuando habla del descarte?
Se están poniendo a prueba muchos de los principios sobre los que está construida nuestra sociedad: los antiguos antiquísimos del culto a la muerte, y el recientísimo del Estado del bienestar, cuyo principalísimo capítulo es la sanidad, de la que son beneficiarios prioritarios los enfermos, los muy enfermos.
Sanidad universal -ultrabenéfica y ultrasolidaria, libre y gratuita- para todo el mundo mundial. Sí, pero con una excepción: quedan excluidos los viejos. Su delito y su sentencia está escrita en el D.N.I. y clara e inequívocamente determinada en losprotocolos. No hace falta que se presenten al hospital ni que pasen por el triaje. El protocolo es el protocolo. Es que se les debe demasiado; y como la sociedad no tiene manera de pagarles la deuda, pues se declara en quiebra: en la peor quiebra, la quiebra moral.
¿Entonces? Bueno, pues como aún no está legalizada y protocolizada la eutanasia (no nos equivoquemos, ellos son los destinatarios de la mortífera “dignidad” con que la sociedad quiere premiarles los servicios prestados); como la ley aún no está a punto todavía, pues se les deja morir y ya está. La afortunada forma provisional de la eutanasia, mientras van poniendo la ley a punto, es el coronavirus. ¡Menuda matanza en las residencias geriátricas! Nuestra sociedad está quedando retratada.
Las residencias(¡miles!), a lo que más se parecen hoy es a campos de exterminio, a corredores de la muerte. El Estado es incapaz de dotar de material de protección a los médicos, enfermeras y auxiliares de los hospitales. Incapaz porque ha dilapidado el dinero con que tenía que atender a esos gastos. Por eso España bate el ignominioso récord de países con más sanitarios contagiados. ¡Pero si se han de proteger con bolsas de basura!
Y si no tienen para proteger a los sanitarios, ¿qué hacen con el personal de las residencias, que no dejan de ser también personal sanitario? ¿Que qué hacen? NADA, dejar que se infecten el personal y los ancianos, y dejar que éstos caigan como moscas. Una auténtica vergüenza. Puede ser (tampoco está nada claro, visto lo visto) que España tenga el mejor sistema sanitario del mundo. Puede ser. Pero lo que sí es cierto, es que tiene la peor red de residencias del mundo. ¡Una auténtica vergüenza! Son campos de liquidación de viejos, con el mayor índice de mortalidad.
La propia Generalidad de Cataluña, dirigida por radicales eugenesistas al estilo de la filonazi Margaret Sanger, ha trasladado el siguiente protocolo de actuación a las ambulancias del Servei de Emergències Médiques (SEM): Plantear -a los familiares- la limitación de recursos médicos como un bien para al paciente, y así convencerle de que lo mejor para él, es no llevarlo al hospital. Y sigue el protocolo: No hacer tratamientos agresivos -la intubación al respiradero- no implica abandonar al paciente, es lo que se debe decir a la familia.Consigna a los de la ambulancia: No referirse al hecho de que “no hay camas para todos” como motivo para denegar los cuidados intensivos y asegurar -verdad de la buena- el confort del paciente si se queda en el domicilio que, en tantísimos casos, es la residencia. Pero al final, no imponer los criterios con autoridad enérgica, sino poner voz atiplada y aterciopelada con un acento lloroso y mirada compasiva. Y si consiguen llegar a un hospital y en quince minutos no responden positivamente a la oxigenación, se les aplicará sedación y por tanto dulce muerte. A ver si esos viejos que incordian al indepe Quim Torra y a su república catalana dejan de jorobar al Sistema sanitario, colapsado por la soberbia y dolosa incompetencia de unos políticos absolutamente inútiles en su torpeza.
¿Y de qué nos extrañamos? Muy parecidos son los protocolos para convencer a las mujeres embarazadas de que lo mejor para ellas, es el aborto. A lo cual hay que añadir la capacidad de persuasión (no importa que revista forma de coacción obsesiva) y la alta “profesionalidad” de los funcionarios. Y por el mismo camino andan los protocolos para la aplicación de la pastilla de los 70 años en la ultraprogresista Holanda. El poder político de Cataluña aprovecha el coronavirus para ir ensayando los protocolos de la eutanasia. Visto el resultado que han tenido en el aborto, éxito asegurado.
Desde hace más de cuarenta años se ha sometido a la población a la más profunda descomposición moral para subyugarla con la esclavitud del vicio y la deshonestidad. Se corrompieron cometiendo iniquidades. ¡No hay quien obre el Bien!, reza la Sagrada Biblia… Familias destruidas por el divorcio y el concubinato recurrente, la fornicación y el adulterio. El aborto criminal instalado ya en la conciencia social como un derecho irreversible. La eutanasia como infalible solución al colapso de las pensiones y bálsamo de comodidad para unas familias que, tras aprovecharse del viejo, le darán asépticamente el matarile. La homosexualidad y el lesbianismo promocionados por el poder como la única manera de establecer relaciones sanas con el prójimo, pues las naturales de hombre con mujer son de “alto riesgo”. De alto riesgo moral, dicen los progresistas de género.
Y la ideología de género convertida en ideología de Estado con su retahíla de vicio, podredumbre, peste y depravación, inducidas desde la más tierna infancia por profesores/as amorales o profundamente cobardes, que tratan a sus alumnos infinitamente peor que en las escuelas de Stalin. Funcionarios sin honor ni honradez, dispuestos a distraer sus conciencias con aquello de la obediencia debida y su sueldo a fin de mes, cuyas conversaciones más elevadas versan sobre su pensión de jubilación.
Gobernantes corruptos, repletos de mentira y doblez, ligeros para el mal, soberbios y a la vez apáticos, incompetentes e incapaces de sacarse una miserable carrera de letras sin copiar en el examen. Purriosos estudiantes falsificadores de tesis y de currículos, mequetrefes con cartera de ministros cuyo objetivo supremo es cretinizar a las masas para que trabajen, paguen impuestos, forniquen y después… ¡revienten!
Revienten sí, en el hoyo del coronavirus. Esa enfermedad maligna que ha puesto en evidencia la debilidad de una Europa corrompida por sus vicios y la estupidez de una nación, convertida por el poder en un “infierno de cobardes”, dispuestos a abandonar a su propia madre para salvar su pobre personita.
¿Dónde está ahora la voz profética de los pastores de la Iglesia? Los mismos ante los cuales celebrábamos la Misa el día de San Jordi en la capilla del Palacio de la Generalidad, están abandonando a la muerte a nuestros padres y abuelos, a los más débiles, a los descartados del papa Francisco… ¿Y permanecemos en silencio? En obsequioso silencio, sí… los que deberíamos ser la sal de la tierra y la luz del mundo. Si los que tenéis que ser luz no sois luz, ¡qué grande es la oscuridad! (Mateo 6,23). La historia nos juzgará. ¡Y de qué manera!
Custodio Ballester Bielsa, Pbro.
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