Sí, al final es la biología la que viene a poner orden en el caos: tanto en el comienzo como en el final de la vida. ¡Ah, claro! Y la moral es la que estructura las costumbres en torno al eje de la biología. ¡Como no podía ser de otro modo! Que sí, que sí, que tanto respecto al inicio de la vida como respecto a su final, estamos en un tremendísimo caos moral que se empeña ahora en sustentarse en el caos biológico. ¡Menuda guasa! Y como la clave de todo es que sobra gente, ya tenemos lo que nos faltaba: el coronavirus como genial herramienta eutanásica.
Después de haberle dado un tremendo revolcón a la función genésica del sexo (biología pura y dura) y después de haber afianzado esa aberración biológico-moral con el aborto (¡lógico!, ¿no?), al final hemos tocado techo: el sexo es un invento cultural. Eso de que los niños tienen pene y las niñas vulva, es una insidia cultural inventada para reprimir el sexo de diseño, rabiosamente antigenésico, cenit de nuestra corrompida civilización. ¡Ya ves por qué derroteros andamos! Los sucios promotores de estas doctrinas, ufanos y sacando pecho; mientras los defensores de la doctrina tradicional, guardan un silencio vergonzante. Es que eso no podía acabar de otra manera: ya lo que quedaba era atacar a la biología.
Y claro, la cultura del sexo agenésico (que luego viene con pretensiones eugenésicas), coronada con el inevitable aborto y con el infanticidio temprano, no podía quedarse ahí. La eu-genesia, por imperativo biológico y por requerimiento lógico, desemboca en la eu-tanasia. Inexorablemente. En efecto, ¿qué otra cosa es el aborto más que una especie de eutanasia preventiva cuando es un aborto muy inicial, y eutanasia precoz cuando al interfecto, el pobre, le sorprenden los instrumentos de tortura chupándose el dedo para aprender a mamar?
Y evidentemente, la eutanasia no puede detenerse en el infanticidio eugenésico. Sería un total despropósito. Ya de puestos, hay que llegar al final. Y ahí estamos, en el final. Y oiga, que no lo disimula ninguno de los grandes gestores demográficos. Cristine Lagarde, presidenta del Banco Mundial (condición para prestar dinero a un país, es que imponga y promueva el aborto; y todos calladitos) está diciendo por activa y por pasiva que háganselo como quieran, pero vayan soltando lastre, vayan liquidando a los viejos: “que la gente viva demasiado, es un riesgo”. (tal y cual). Y sigue: “Si el promedio de vida aumenta tres años más de los previstos, el coste del envejecimiento, que ya es enorme para los gobiernos, empresas, aseguradoras y particulares, aumentaría un 50% en las economías avanzadas”. ¿Es que no queremos entenderlo? ¡Que la economía no da para que los viejos sean tan viejos! Lo dice la banquera mundial. Que hay que hacer algo eficaz. ¡Y pronto! Habló la burra de Balaam y nos barrió el tsunami.
Oiga, que se lo explico un poco más claro: del mismo modo que el Banco Mundial dijo con toda claridad a los países a los que tenía que sacar de la miseria, que “Sin aborto no hay dinero”, este mismo Banco Mundial está ya en la víspera de decir: “Sin eutanasia, no hay dinero”. Si quieren que les echemos una mano, asuman ya de una vez que “que la gente viva demasiado, es un riesgo”. Y que cuidar a los enfermos muy enfermos, es un despropósito económico. Sepan por tanto que sin eutanasia, no hay dinero. En el bien entendido de que ya ni siquiera es necesario ni suficiente hablar de la eutanasia inicial, es decir del aborto. Financiarán la pastilla de los 70 años, ¿no?
Y como era de esperar, como es natural, el tsunami demográfico ha elegido su blanco preferente: la gran barrida la hace entre los viejos. Y ahí tenemos el espectáculo de las residencias de ancianos: absolutamente dantesco. El caso de Cataluña es paradigmático, porque le gusta dar lecciones de esto y de mucho más al mundo, para que vean todos su ultramodernidad “ideológica”, que la hace acreedora a tener su propio Estado, ejemplo para cualquier Estado moderno que se precie. Y para que no se pierda tan sublime doctrina, la dirección de Sanidad lo deja todo bien escrito y bien detallado: paso a paso, punto por punto. Es que como dice la Presidenta del Banco Mundial, la eutanasia se ha convertido en pieza clave de la economía. La eutanasia, pieza clave de la economía y del progreso. ¡Pues igual que el aborto! Bueno, es que al final es el mismo tema.
Cataluña, en su entrenamiento para convertirse en un Estado moderno que sea la envidia del mundo mundial, ha aprovechado a fondo la crisis del coronavirus para meterle mano a la eutanasia benéfica allí donde es más necesaria: en las residencias de ancianos, que es donde más falta hace. Han decidido probar en estas residencias, a título de “medicina preventiva” (sic), medicamentos tan tremendamente agresivos, sobre todo para personas hipermedicalizadas, como el darunavir y la hidroxicloroquina. El problema grave es que se trata de medicamentos exageradamente agresivos, cuyos efectos secundarios, según el prospecto, son devastadores. Y pasa lo que pasa. Parece ser que la “prevención” se ha llevado por delante a una parte de los ancianos caídos en las residencias. La ciencia es así. Y la política también. Eutanasia camuflada. Muy mal camuflada, ¿no? Es lo que hay.
Nuestro problema, el problema de los católicos, es qué hace la Iglesia ante todo esto. Y la única respuesta es: básicamente, se somete con docilidad y mansedumbre a esos programas ideológico-fácticos: por eso procura no estorbar, pasar de puntillas ante los episodios más escabrosos; aunque siempre hay versos sueltos (eventualmente poemas enteros) hasta en los estratos más altos de la jerarquía, que se suman con entusiasmo a esos programas tan modernos, tan efectivos, tan ecologéticos. Desde el “no vamos a estar hablando siempre del aborto”, hasta el eclesiástico-vaticano “aborto por compasión”, pasando por el cura que proclama que paga abortos y las mediáticas monjas aborteras. No nos engañemos, la estrategia ideológica con la eutanasia es la misma: compasiva, misericordiosa, gradual, que vaya calando. En fin, que la Iglesia está desaparecida y por momentos colaborativa por activa o por pasiva, guardando un reverente silencio ante los poderes públicos: hagan lo que hagan.
Y por todo lo que parece, estamos sólo en la primera fase del tsunami demográfico. Que sí, que sí, que hay una operación diabólica de barrido demográfico (“limpieza” llamaban a eso mismo, el siglo pasado), cuya fase sanitaria ya ha cumplido su objetivo: barrer importantísimos contingentes de población costosa. Y a continuación, sin dar respiro, pasar a la segunda fase desencadenando la subsiguiente crisis económica que, con una inexorable táctica malthusiana, se llevará por delante a los más pobres: la más genial manera de luchar contra la pobreza.
¡Menuda limpieza! Como dice el presidente del círculo de Empresarios, al final de los finales estamos ante un simple problema económico. ¿Por qué España está aún en el caos sanitario después de un mes de enconamiento del virus? Pues porque el gobierno no tiene dinero para pagar test, mascarillas, respiradores y equipamiento básico. No es cuestión de tácticas ni estrategias, sino de dinero. Simplemente no hay dinero: ni para los hospitales, ni menos para las residencias. No hay dinero para pagar la salud, que como dice Cristine Lagarde, es tremendamente más cara para los viejos. Y es justo ahí donde se rompe la cuerda. Y luego nos quejaremos de que no dan explicaciones. ¡Claro que las dan! ¡No podían ser más claras y lógicas, gracias al departamento de Sanidad de la Generalidad de Cataluña! Que hasta cuenta con todo un cardenal generosamente colaborativo que, como presidente de la CEE, ha promulgado una Nota de la Comisión Ejecutiva (sí, claro, en Cataluña, las Notas lleva tiempo cargándolas el diablo) que se sostiene en otra nota vaticana, y que relativiza mucho la directiva de la sanidad catalana.
“El racionamiento (dice la nota episcopal-vaticana) debe ser la última opción”. Opción sanitaria, claro está. Y para optar a quién se le racionan los recursos sanitarios, “la edad no puede ser considerada como el único y automático criterio de selección”. Ni único ni automático. La edad, según esta nota, puede ser efectivamente un criterio de triaje. Pero donde radica el error y el horror es en barajarla como criterio único y automático. Si al final (¡o ya de principio!) es un criterio, lo importante es que no sea el único y que no sea automático. O si lo es, seguir el protocolo de la sanidad de Cataluña: imponerlo de tal manera que no se note. El racionamiento, claro está, es una opción; y la edad es criterio de selección, claro que sí. Pero ni único, ni automático. Roma locuta, causa finita. Ha hablado Roma, se acabó la cuestión. ¿Entonces, cómo queda eso de descartar a los ancianos, de regatearles la asistencia sanitaria? Pues nos han dado la más perfecta respuesta jesuítica: ni sí ni no, sino todo lo contrario. Lo que te dé la gana, con tal de que lo vendas como lo mejor (como lo vende la Sanidad de Cataluña).
Pero no nos adelantemos con alborotos preventivos, que estamos sólo en el principio de la película. Resultado de la crisis del coronavirus (¡y no era el único posible!), es que después de faltarnos dinero para la sanidad (sobre todo, sobre todo, para la sanidad de los viejos: ¡horripilante escándalo!), estamos ya a punto de que nos falte dinero para comer: colapso total de la economía. Con el coronavirus no ha hecho más que empezar el tsunami demográfico. Sí, sí, meramente demográfico. En efecto, será mucho mayor la mortalidad (ahora la llaman letalidad) que produzca en adelante el colapso económico, que la producida hasta el momento y la que está por producir el colapso sanitario. Como decía Trump, nos veremos obligados a decidir entre la mortalidad por el coronavirus, y la mortalidad por la plaga de suicidios que puede ocasionar el derrumbe económico. Por más que nos empeñemos en ser distintos de los demás animales de la naturaleza (¡y de los países “en vías de desarrollo”!), la falta de recursos alimentarios (¡o sanitarios!) acaba siendo la principal causa de mortalidad: el más riguroso regulador demográfico.
Y claro, como no podía ser de otro modo, la naturaleza va a la suya, que es contraria a la nuestra. La naturaleza empieza la gran barrida demográfica por los ancianos (“que la gente viva demasiado, es un riesgo”) y la continúa por los más gravemente enfermos. ¿Pero no es la base filosófica y tecnológica de nuestro descomunal sistema sanitario aumentar todo lo posible la esperanza de vida, impidiendo que enfermedades cada vez más graves se lleven a la gente por delante? ¿No es ése su mayor timbre de gloria? ¿Es que no se dan cuenta de que ése es el camino más corto para borrar de un plumazo la corona de gloria y negocio de los países más desarrollados? ¿Seguro que saben lo que están haciendo?
¡Ah, ya!, es que el sistema sanitario tiene un excesivo sustrato cristiano, lo mismo que la moral sexual en que se sostuvo durante milenios la moral de nuestra civilización. Era necesario acabar con ella, y por supuesto con la familia, la institución en que se sostiene esa moral cristiana, sin importar a qué precio. Y con la sanidad ocurre lo mismo: nació de la caridad cristiana, por lo que es inevitable que esté contaminada de cristianismo. Es indispensable poner la eutanasia al servicio de la eugenesia: es lo que funciona desde el primero al último suspiro. Hay que restaurar los valores precristianos y sus normas de conducta. Eso ya se ensayó el siglo pasado, ¡Y funcionó! Lo que pasa es que luego se les torció. Y dejó en muchos una gran añoranza. Ha vuelto el tsunami demográfico, pero en una forma totalmente nueva: la definitiva. Con la colaboración activa y entusiasta de las víctimas (¿recuerdan?). Nada nuevo bajo el sol.
Virtelius Temerarius