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Un obispo extrovertido

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Decía Fray Tomás M. Sanguinetti, en una de sus magníficas Glosas, que lo contrario de cristiano es triste, no ateo. Ese aserto chestertoniano se cumple a la perfección con el obispo Omella. Lo pude comprobar el pasado 11 de febrero, en la misa que ofició en la catedral, con motivo de la festividad de la Virgen de Lourdes. Don Juan José transmite afabilidad, empatía, incluso diríamos coloquialmente que “buen rollo”. La realidad es que no podía haber entrado con mejor pie. No estábamos acostumbrados en Barcelona a obispos simpáticos. Desde el rigor canonista de Jubany, pasando por el hieratismo melancólico de Carles o la probidad funcionarial de Sistach, les faltaba a nuestros prelados el buen humor y la llana franqueza del turolense.

Reitero: lo comprobé en la misa de Lourdes. No sólo en la homilía, espontánea y no sujeta a papel alguno (aunque ciertamente imita bastante al papa Francisco, en especial al centrarla en tres iconos, cual suele hacer el Santo Padre); sino en la procesión de las antorchas y en la oración final y bendición de los enfermos en la capilla del claustro. Al final de la misma, el arzobispo se paró a besar a cada uno de los enfermos y discapacitados que venían con la Hospitalidad y después a saludar a cada uno de los fieles que se le acercaban. Y a todos les preguntaba de dónde eran, hasta el punto de que, con esa socarronería aragonesa, a unas mujeres que eran de Bilbao, les espetó “Ay, las bilbaínas, ¿qué hacen en Barcelona?”. Y ciertamente la despedida se hizo larga, sin que el obispo demostrase prisa alguna por concluirla.

Los comentarios de los fieles eran inevitables: “Esto jamás lo hizo el cardenal Sistach”. Ciertamente son dos personalidades muy diferentes, pero está claro que en alegría y extroversión gana el turolense. Como uno no quiso ser menos, también se acercó a saludarle, darle la bienvenida y decirle lo contentos que estamos con su llegada. Y desde esa mirada miope, con sus gafas de varias dioptrías, se le veía feliz y enormemente agradecido de la acogida que se le dispensaba. 

Tras saludarle y comprobar el estupendo ambiente que está produciendo en la diócesis, pensé que ese breve saludo no debía ser el último. Es evidente que los puentes entre Germinans y la Curia están rotos desde hace mucho tiempo y que un sector de la misma nos guarda especial inquina. Pero el talante del nuevo arzobispo puede ser la ocasión especial para hacer tabla rasa del pasado e iniciar una nueva etapa, sin los resquemores acumulados desde hace años. En lo que pueda contribuir, mi granito de arena está aportado desde ahora.

Cual bien manifestó, al iniciar su pontificado, es el momento de escuchar y conocer a todos y cada uno de los que forman la diócesis. Pese a quien le pese, Germinans también forma parte de ella. No sólo como modesto medio de comunicación, sino especialmente como corriente de opinión, formada por quienes en ella escribimos y por cuantos seguidores nos leen y proporcionan la inmensa mayoría de las noticias que publicamos. A menudo los articulistas nos limitamos a dar forma y sentido a las inquietudes y anhelos de una porción destacada de esta diócesis.    

Ni hablo por hablar ni tan siquiera hablo por mí solo. Monseñor Omella nos tiene a su plena disposición. Queremos conocerle y que nos conozca. Charlar, como hace él, de forma abierta, sin libretos ni predisposiciones. Tal como es él y tal como somos nosotros. Le ofrecemos el guante y la mano tendida, con la esperanza de que el acercamiento no sería infructífero.

Oriolt

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