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Ahora les toca a ellos revisar

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Que estamos en tiempos en que no podemos dormir, lo deberían saber todos los católicos conscientes del valor de su fe. Que la voluntad de Dios no nos quiere inactivos, es una verdad de cajón que todos deberían haber asumido. La izquierda progresista eclesial en Cataluña, como por ende en todo el mundo, ha tenido siempre dificultad para ello, más si cabe ahora que sus ideólogos han envejecido o han salido trasquilados en su pretensión de renovación eclesial basada en los parámetros a los que acríticamente se adhirieron en la década de los 60. Ni siquiera el inexorable paso del tiempo, cincuenta años recién celebrados de la conclusión del Concilio, ha permitido cambiar la perspectiva histórica de todos aquellos que arguyendo el espíritu del Vaticano II, valoran el punto de llegada en el que nos encontramos con una pertinaz evaluación negativa que les impide dibujar una nueva trayectoria eclesial. 
Para ellos la trayectoria eclesial contemporánea, especialmente desde el pontificado del santo papa Juan Pablo II y cómo no, del peyorativamente “gran revisionista” eclesial que para ellos constituyó el papa Ratzinger, ha sido un fracaso. Desde su mentalidad progresista tienen altísima dificultad para mirar al pasado y encontrar rasgos negativos en su trayectoria, todos aquellos que nos han llevado a desembocar en esta parálisis pastoral, no la neguemos, y en ese pesimismo que de manera corporativa ellos llevan a sus espaldas. Ni siquiera el pontificado de Francisco ni la nueva etapa diocesana que en nuestras coordenadas representa la llegada de don Juan José Omella, les ha hecho cambiar hasta ahora de postulados.
C:\Users\FRANSESC\Desktop\untitled-3_escudo1-300x238.gifPara el progresismo eclesial barcelonés, y por extensión catalán, aún está pendiente la auténtica revolución eclesial que auspició el Vaticano II. Se olvidan de que ya juzgaron así, desde inicios de los 70, el pontificado y la obra del papa del Concilio por antonomasia que fue Pablo VI. Ellos se pretendían precursores de éxito, no revisaron su historia ni su acción pastoral entrando en la cuenta de resultados, y se negaron a admitir cualquier controversia que no pasase por la aceptación a ultranza de los postulados que fueron su armazón ideológico. Imposibilidad pues de diálogo con cualquier sector que no representase el ideal progresista que ellos encarnan.
¿Dónde se encuentra pues el secreto para desbloquear esa parálisis mental y la cerrazón en que se encuentran atrincherados? Esencialmente en la revisión de tres premisas que ellos adoptan como innegociables:
  1. Admitir la utilización acrítica de los documentos con que los teólogos de las comisiones preparatorias del Concilio prepararon el evento y que ellos maximizaron en demasía, convirtiéndolos en “el Concilio”.
  2. Reconocer el uso de los documentos conciliares de manera forzada para conducirlos en beneficio de sus propios fines o ideas preconcebidas, en la acción pastoral concreta.
  3. Reconocer asimismo la falta de contextualización de los mismos en la tradición eclesial barcelonesa precedente, desvalorizando caprichosamente todo aquello que no viniese de la “pars melior et proba” de la diócesis (la mejor y más integra parte): consideración con la que ellos pretendían ser identificados.
En Barcelona, el camino del diálogo y de la reconciliación diocesana pasa por no contarnos una de piratas y por abandonar muchas vanagloriadas denominaciones, que ellos han adoptado como estructura mental. La corriente de opinión que Gérminans representa (y que no discurre por los mismos cauces por los que fluye el río opusdeísta -aunque coincidimos en muchos postulados), al encontrarse marginada y bandeada continuamente por la pretendida mayoría eclesial que esgrimen ser los progresistas, ha tenido la oportunidad de operar un continuo revisionismo de postulados y acciones. A ellos les falta ese gozne. Sin embargo, dado que les atribuimos una cierta altura y preparación intelectual y sobre todo un bien probado pragmatismo en la acción, al menos en los viejos líderes, no estaría de más (visto cuán exiguo es el contingente que les queda de herederos, y cuán paupérrima es su preparación intelectual) que adoptasen una actitud más tendente al diálogo que la que hasta ahora han exhibido.
Como gran obstáculo para ello tienen la tentación de querer contentarnos con las migajas y concesiones de estilo con que suelen alimentar a los opusdeístas, que capitaneados por Joan Costa y Xavier Pagès, desfilan entrenados y compactos. Los toleran porque éstos han admitido el dogma nacionalista, piedra angular de sus postulados eclesiales. Olvidan no obstante que cuando ellos se reúnen (me refiero a la docena de sacerdotes jóvenes que agrupan), tras salir del Centro Sacerdotal Rosellón van a comer al restaurante bebiendo agua y pagando a escote. Nosotros, no lo olviden, cocinamos puchero, no comemos chapatitas y panecillos de sésamo sino hogazas al corte, y bebemos vino, aunque no  siempre de batalla sí brioso y tánico. Del que fa sang! Y además pagamos a rondas. ¡Qué diferente es nuestro mundo!
La pregunta retórica final es obvia. ¿Están dispuestos a un proceso de reconciliación, abandonando el deseo de muerte en la hoguera y la guillotina con que desean ver rodar nuestras cabezas? Quizás don Juan José sea propicio a ello. Los acontecimientos darán la respuesta. Nuestra actitud tiende a ello. La pelota está en su tejado. 
Prudentius de Bárcino

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