Fueron muchos los pobres y enfermos que preparándose a la celebración eucarística se confesaron, asistiendo a la Santa Misa con un silencio y recogimiento admirables. Posteriormente aquellos a los que aún no se les había impuesto el escapulario, lo recibieron. Las muestras de alegría y gratitud fueron continuas en el interior de la humilde capilla: todos vivieron esos momentos con auténticas muestras de fe. Me quedé con un comentario realmente hermoso de un enfermo del Cottolengo que me manifestó “su pena por los pobres sin techo que no tienen casa”. Una espléndida muestra de verdadera misericordia de un enfermo incurable del “Casal del P. Alegre” que es capaz de compadecerse de la suerte de los pobres sin techo y que de esa manera confiesa convencido que el Cottolengo es su casa y su hogar.
Mn. Muñoz a mesa con el voluntariado |
¡Qué belleza escuchar de las bocas de los enfermos y las religiosas del Cottolengo el canto de “Dios es mi Padre” interpretado como regalo por todos ellos a las monjas del Oasis apiñadas en el locutorio entre rejas! Y el amor y la alegría de unos para con otros de los allí presentes. ¡Qué regalo para esas religiosas de vida contemplativa que no salen de su clausura que los pobres vayan a su puerta! Y compartir la misa y la mesa. ¡Qué bien sabe tejer las cosas la Divina Providencia! Y que derroche de amor a la Virgen de todos los participantes que escucharon predicar con emoción a Mn. Muñoz de María Santísima. Y que unieron sus lágrimas a las del sacerdote en sentida corona de gratitud y confianza marianas.
El detallazo de los Jóvenes de San José a toda la concurrencia es digno de subrayar: el regalo de un libro de piedad y una rosa para todos los allí presentes.
¡Qué bien sabe hacer las cosas Dios! Un tiempo soleado todo el día y sólo cuando el último enfermo subía a la furgoneta, empezó a llover. Antes todos habían compartido las gotas de alegría y esperanza con que la fe nos baña, en medio de tantos desiertos de soledad y tristeza. Dios siempre prepara un oasis para los yermos del mundo. Y un techo para ampararnos.
Coia Rius Jané