Ahora que tenemos ya a Omella presidente de la CEE como el pato cojo (vade retro!), ya totalmente amortizado (sic transit gloria mundi), podemos hacer el balance de su misión tanto en la Conferencia Episcopal como en la archidiócesis de Barcelona. En efecto, “por sus obras los conoceréis”. Y obras, precisamente obras en la Conferencia Episcopal, no se le conocen. Quiero decir, obras pastorales y evangelizadoras. Obras administrativas, sí. Se le puede premiar con la gran cruz al mérito administrativo, por su enorme gesta de las decenas de miles de inmatriculaciones de bienes de la Iglesia: sí, Omella ha consolidado el catálogo de bienes de la Iglesia en España.
Pero bien mirado, se trata de un regalo envenenado que le
han hecho sus amigos del gobierno, que para desquitarse de tamaño derroche de
generosidad, están trabajando activamente en la llamada “desamortización de
Montero”: una morterada de cuidado. Consiste en incluir en el IBI el mayor
número de inmuebles de la Iglesia (los que no están destinados directamente al
culto), que de momento cifran en unos 15.000: lo que representaría la friolera
de dos mil millones de euros anuales que pagaría la Iglesia a Hacienda; aunque
la idea es ir extendiendo el cargo del IBI paso a paso a casi 35.000. Esto, más
se parece a un estrangulamiento económico perfectamente diseñado (¡y Omella,
sin catarlo siquiera: nada que nada para acabar mordiendo el anzuelo) que a un
acto de generosidad del gobierno. Sólo hay que darles tiempo. Dios los cría y
ellos se juntan para las trapacerías económicas. ¿Quién ha enredado a quién?
En el último discurso de Omella en la Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal, tenemos la radiografía de toda su trayectoria como
máximo gestor del colectivo de los obispos españoles. Todo el discurso es una
imagen suya en estado puro. Evidentemente, siempre mirando a su jefe por el
rabillo del ojo y procurando no soliviantar a sus más directos subordinados
(por lo que se ve, más bien sus coordinados). Está claro que lo suyo no es ni
la doctrina ni la pastoral. Lo suyo son los euros y el patrimonio.
En efecto, tal como vemos en el discurso, tanto en
doctrina como en pastoral, Omella es un personaje gris, ni blanco ni negro, que
eventualmente opta por mostrar apariencias de más blanco o más negro, en razón
de lo que le convenga en cada momento. Es lo que se dice por aquí: una de cal y
otra de arena, para evitar que se le alborote el gallinero. Es lo que tiene
andar escaso de convicciones. Puede cambiarlas con total facilidad, como le ha
ocurrido con su prodigiosa conversión a la sinodalidad. Y por supuesto, sin
borrar su sonrisa y su amabilidad, que son sus mejores armas. Siempre
estrechando manos y tendiendo puentes, evitando por todos los medios hacer
enemigos, y negándose a darse por enterado de que lo son los que lo son.
De todos modos, no está nada mal la gesta de las
inmatriculaciones, que a la vuelta de la esquina se nos convierte en una
auténtica desamortización, es decir en la peor ruina de la Iglesia en el
aspecto económico. Es un modelo de decisión totalmente primaria, sin calcular
las consecuencias de ese acto: comportamiento propio del estratega bisoño. Buen ejemplo para entender cómo la jerarquía
de la Iglesia, en el plano doctrinal, moral y litúrgico está tomando decisiones
con apariencia de cosas maravillosas, pero que a muy corto plazo se nos
convierten en tremendas calamidades. Eso es lo que nos trae la nefasta gestión
de las sinodalidades, de tan corta visión.
El primer gran recurso del discurso de Omella, dentro de
su estilo (un estilo que lleva años haciendo furor en la Iglesia) es apelar a que
es la hora de los laicos. En vez de pasarles cuentas a los obispos, que para
algo es su jefe supremo, los deja tranquilos en su beatifica apatía dominante y
les dice que en la Iglesia de hoy y de mañana, a quienes les corresponde hacer el
trabajo es a los laicos; que a ellos les toca evangelizar, y que es tarea de
ellos dinamizar las parroquias. Que los laicos han de estar disponibles para
todo (para confesar incluso y para bautizar y predicar, dicen por ahora los
sinodales one, seguros de que se les
unirán los sinodales two). Son los
vientos sinodales, que alguien los sembró con la esperanza de recoger
tempestades: disponibles para todo, menos para decir misa. Lo de los
eclesiásticos de carrera ya es cosa del pasado. En fin, el discurso de Omella a
los obispos, discurrió como si fuese tan satisfactoria e irreprochable la tarea
pastoral que ejercen, que no ha lugar a pedirles cuentas ni a hacerles ninguna
clase de reproche ni de recomendación; lo que realmente se traslucía de ese discurso,
es que la norma suprema en su trato con los obispos, es respetar el
corporativismo como único principio inviolable.
Les habla, claro está, de su gran tema de la pederastia,
su gran esfuerzo de clarificación. Pero no les dice a los obispos, que los
tiene allí delante, que si ellos hubieran cumplido con su deber de vigilar y
atajar el mal, no se hubiese llegado a los niveles de abuso a los que llegó la
Iglesia (la Iglesia, dicen los airados torquemadas del mundo): sí, sí, la
Iglesia, que es lo que les interesa destruir. Si los obispos hubiesen vigilado
con celo (que ése es el oficio que va en su nombre: epí-skopos, inspector, vigilante), el mal se hubiese atajado en su
raíz. Pero ellos, a lucir su dignidad y poco más, mientras dejaban crecer en la
Iglesia un cáncer que la ha puesto en tremendo riesgo. ¡Qué iba a decir el
pobre Omella, si hasta él tiene cadáveres ocultos bajo la alfombra! No son
suyos, pero ahí los tiene bien guardados. Y sin embargo no fue así, no hubo
para ellos el menor reproche: para qué les iba a incomodar su máximo
representante. No, no tocaba. Los obispos están para lo que están y no es justo
que se les moleste con esas tonterías; y mucho menos, que se les pidan
responsabilidades.
Y como decía en estas mismas páginas Francisco Fabra,
habló de la importancia de la familia. Pero él, convertido ya en cardenal 2030
y en adicto al Camino Sinodal, hasta el punto de manifestarlo por escrito, al
hablarles de la familia a los obispos, se guarda muy mucho de explicitar que se
refiere a la familia tradicional, es decir la familia cristiana, la formada por
padre varón, madre mujer y por los hijos. No lo explicitó, porque nos está
preparando a todos, desde el altísimo consejo del Sínodo de la Sinodalidad,
para que de una vez aceptemos las otras clases de familia que han puesto a
nuestra disposición el mundo, el demonio, la carne y el Camino Sinodal; y que,
en sintonía con éste, se ha propuesto regalarnos la Iglesia en el trasiego de
la sinodalidad. A esta promoción suya de las otras clases de familia, nos
recuerda un comentarista, Omella le dio un impulso de no retorno en La
Vanguardia y en la Hoja Dominical de 20 de diciembre de 2019.
Y respecto a la libertad de enseñanza, a la que también
se refirió en su discurso, va y se descuelga con el ya arcaico cheque escolar
(injerencia política, mucho más explícita que la que pretende evitar al pasar
de puntillas sobre el aborto, la ideología de género y la eutanasia). Y por
cierto, procura no chocar de frente con las políticas del gobierno que se
emplean en la corrupción de menores en la escuela, al referirse a la educación
sexual y afectiva. Y malabarista y simpático como es él, resulta que sus
palabras valen tanto para defender los criterios de la Iglesia y su moral
tradicional, como para apalancar las novedades morales anticristianas del
gobierno y la corrupción de menores en la escuela. Así que el presidente de los
obispos españoles, con gran habilidad consigue explicar las cosas de tal manera
que puedan confluir los dos sínodos: el alemán, tan mundano y tan ajustado a
los deseos del gobierno, y el de la sinodalidad. Dejando meridianamente claro
que la sublime ingeniería teológica que tan eficazmente trabaja junto al papa,
está ya muy cerca de conseguir que no haya contradicción alguna entre ellos.
Y por supuesto, no les recuerda a los obispos que tiene
ahí delante, su responsabilidad en el deterioro progresivo de la asignatura de
religión, que tanto defienden en cuanto a su valor económico, pero que tienen
totalmente desatendida en cuanto a contenidos y a eficacia formativa. No,
claro, cómo va a echarles eso en cara a los demás obispos, si él mismo, siendo
como es presidente de la fundación que agrupa en Cataluña todas las escuelas
católicas, las tiene hechas un erial en cuanto a formación religiosa se
refiere. Se repite lo de los cadáveres bajo la alfombra.
Un discurso, en fin, el de Omella, que se dedica a
amortiguar cualquier golpe. Que no se noten los fallos del camino ni los baches
ni los fallos de conducción. Muy buen sistema para la Conferencia Episcopal en
pleno, a la que no ha de inquietar lo más mínimo la decadencia eclesial que tan
sobriamente están administrando. La conclusión obvia es que la clase dominante
de la Iglesia puede seguir su curso tal como lo está llevando. Sin reproche
alguno, que no tiene por qué, sin autocríticas ni cosas por el estilo. Nada de
adelantarse a anunciar la desamortización que le está preparando la Montero a
la Iglesia (¡y pensar que eso no deja de ser un mal menor!), no vaya a
alterarles el sueño a los excelentísimos y reverendísimos señores obispos. Y si
ni siquiera la desamortización por la que tan denodadamente ha luchado Omella
es capaz de inquietarlos, ¡porque no la ven!, no es de temer que les quiten el
sueño las bagatelas ideológicas que sacuden al mundo y a la Iglesia. Ni la más
terrible desamortización ideológica y doctrinal de los sínodos y las sinodalidades.
No, no ven más allá de dos palmos de sus narices. No son capaces de vislumbrar
las consecuencias de sus acciones ni las de sus omisiones.