Juanjo, la verdad es que ya no sé si llamarte amigo o Eminencia o Eminentísimo Señor Cardenal. Es que me da corte llamarte amigo sin más, porque entiendo que llamarte así en público un pobre cojo, es desmerecerte. Y digo esto porque a cada paso que das, más relumbra tu eminentísima eminencia. Porque, la verdad, no encuentro palabras para ponderar la gran gesta que te has echado entre pecho y espalda de que, mientras ahí en el barro discuten agriamente la cosa ésa de la amnistía a los sediciosos nacionalistas (de momento, sólo los catalanes; pero punto seguido, los sediciosos vascos, es decir los terroristas); mientras andan todos a rastras enfangándose con eso de la amnistía, tú te elevas por encima de todos y, como quien no quiere la cosa, consigues que sea el papa el que bendiga y santifique esa amnistía que, según dicen los ultras, amenaza con romper España.
El logro de tu antecesor Sistach, que consiguió
traerse al papa a consagrar la Sagrada Familia, es una bagatela si lo
comparamos con tu inmenso logro de llevarte al Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya a presencia
del papa, para que éste bendiga y consagre sus Molt Honorables Pactes Amnistiosos con Pedro Sánchez. Todo ello en
desagravio por el imperdonable tropiezo con el que comprometieron al bueno del
papa Francisco, haciéndole bendecir a la Mare de Déu de Montserrat en español.
Un tropiezo imperdonable que tus enemigos corrieron a achacártelo a ti.
Pero no acaba ahí la gesta, ni mucho menos. Y es que
has dado justamente en el punto más débil y más dulce de nuestro Santo Padre:
el perdón. Pero no el del perdonavidas o el del sacerdote que perdona los
pecados, manteniendo su superioridad moral sobre el delincuente y el pecador,
sino el generosísimo perdón del que iguala al pecador con el justo,
justificando totalmente la conducta que llevó a la condena judicial y social.
Lo que hasta ayer fue pecado y delito se santifica definitivamente, por el bien
superior de la hermandad y de la paz social. No dudamos ni por un instante de que ante tu
presencia eminentísima y fuera de los focos tan inclinados al chismorreo y a la
maledicencia, el Molt Honorable y el
Santo Padre se fundirían en un abrazo de complicidad insuperable. La clave,
evidentemente, está en la eliminación del código moral, del código civil y del
código penal, de todos los pecados y figuras penales que nos sea posible.
Porque según la dulcísima doctrina papal, que tanta resistencia soporta por
parte del clericalismo hipócrita, a los ojos de Dios no hay distinción entre
justos y pecadores: todos somos iguales.
No me digas, mi eminentísimo amigo cardenal, que no
es ésta tu mayor proeza: no sólo a los ojos de Su Santidad, sino también a los
ojos de esos políticos mezquinos que no están dispuestos a perdonar, que sólo
entienden su propia visión de la convivencia por no dignarse escuchar (estamos
en período de escucha sinodal) también al pecador. Dejarse de tanta escucha al
justo, para poner especial amor en la escucha al pecador. Aplicándole la
escucha amorosa más heroica, que no es la de “vete y no peques más”, sino la de
“sigue feliz entre nosotros haciendo lo que hacías, porque a partir de ahora,
ni eso será pecado, ni tú serás pecador: te liberamos definitivamente de la
categoría de pecador y delincuente”.
Mi admiración por ti, mi querido cardenal, alcanza
las más altas cotas cuando me fijo en la afinidad (nada casual) entre el papa
Francisco y el presidente de la Generalidad de Cataluña. Una afinidad marcada
profundamente por la opción por los pobres en la que tanto ha luchado el papa
no sólo desde la Santa Sede, sino también en sus tiempos tan difíciles de alto
jerarca eclesiástico argentino. Volcado totalmente en la Teología de la
Liberación, tan controvertida y que tantos tropiezos le granjeó con las
autoridades del país (los detractores del papa manejan versiones truculentas de
esos episodios) que en cierto modo, aunque en forma más piadosa, es el lema de
su pontificado: la suprema virtud frente a la cual no valen nada ni la
doctrina, ni la moral (como no sea la moral de la solidaridad universal) ni la
liturgia ni los demás tics clericalistas que emborronan la imagen de la
Iglesia.
Pues sí, pronto se ha encontrado con su alma gemela, el minúsculo Pere Aragonés,
que declaró en su cuenta del antiguo Twiter, con ocasión de la muerte de Pere
Casaldàliga, el obispo catalán de los pobres, que “Muchos ateos, si de alguna iglesia tenemos que ser (Aragonés se
confiesa ateo), sería la de Pere
Casaldàliga. Gracias por una vida dedicada a la libertad de los más oprimidos”.
Lo que trasladado a la circunstancia actual equivale a: “Si de alguna Iglesia
tendría que ser, sería la del papa Francisco”. Sí señor, dando además con la
gran afinidad de los dos personajes. La categoría de pecador es humillante, es
un agravio. Así que hay que eliminarla. Amnistía en toda regla.
¿Sólo eso? No, aún hay más, y es que formalmente
esta audiencia fue solicitada a través de una carta oficial de la Generalidad
hace cuatro meses. ¿Y qué decía esa carta? Pues que se trataba de cultivar las relaciones entre las instituciones catalanas
y el Vaticano. Genial, absolutamente genial. De hecho, se trata de
relaciones con el Estado Vaticano, con lo que “las instituciones catalanas”
recibirán el tratamiento normal de Estado a Estado, aunque prescindiendo en
este momento (por no alborotar aún más el gallinero) del ceremonial y boato que
corresponde a ese rango. El virtual “Jefe del Estado Catalán” será recibido por
el Jefe del Estado Vaticano. ¡Todo un símbolo!
Créeme, Eminentísimo Cardenal, Cataluña te lo
agradecerá eternamente. Porque estás prestándole un enorme servicio en un
momento especialmente conflictivo en que los timoratos se echan atrás como
animalillos asustadizos. Di que sí, Eminencia, di que sí. Es una genialidad que
en un momento tan convulso y tan confuso, tengas el valor de dar un paso
adelante para posicionar a la Iglesia junto a los nuevos poderes emergentes. La
Iglesia en Cataluña tiene ya muy poco que esperar de la clase política española
y de sus poderes tan ruinosos, tan caducos. Estás donde toca estar. Si el
problema de Palestina e Israel se resuelve con los dos Estados, ¿por qué no va
a valer esa misma solución para el conflicto entre España y Cataluña? Pues sí,
señor, ahí estás tú, nuestro eminentísimo Juan José Omella, para ir hilvanando esa solución con la ayuda
inestimable del Estado Vaticano.
Lo que está claro
es que tú, Juanjo, sin ser un aristócrata como los trasnochados cardenales
renacentistas, ni doctor en teología (ni siquiera licenciado, no te hace
falta), has hecho más por la Iglesia en Cataluña que el mismísimo obispo Torras
y Bages con todos sus sermones o el cardenal Vidal y Barraquer con todo su almibarado
politiqueo con los enemigos de la Iglesia. No has dejado, eso no, a tu auxiliar
tirado para que lo fusilen los rojos mientras salvabas tu pobre personita al
amparo de la Generalitat, como hizo él. Sin embargo, lo que sabes
perfectamente, amigo Juanjo, es que la pequeñísima sombra de Pere Aragonés,
poco puede cobijarte. Pero, de momento, has salvado los trastos poniéndole una
vela a Dios y otra al diablo. Y en eso, ay Juanjo, no hay quien te gane.
Y sobre todo, Juan
José amigo, cardenal eminentísimo, no dejes que te roben el mérito de esta gran
gesta tuya. Andan ya por aquí los envidiosos, diciendo que tú no tienes nada
que ver en esto, que lo arreglaron personalmente el Molt petit Honorable y el papa. ¡Y un jamón! El Vaticano no mueve
un dedo en relación con Cataluña y con España sin informarte puntualmente y sin buscar tu sabio consejo. Comme il faut!
El Cojo de Calanda