Parece elemental que el Vaticano no aceptará que vaya a visitar al papa un candidato del signo que sea, en el fragor de las elecciones. Porque es una torpeza diplomática de gran envergadura: esa visita sería interpretada por la opinión pública como apoyo explícito al candidato en cuestión. Sería una injerencia, por tanto, en la política de un país. Algo a lo que no puede jugar de ningún modo la diplomacia vaticana.
Pues resulta que ahora los gobiernos de España y Cataluña (regidos por Pedro Sánchez y Pere Aragonés respectivamente) están en la penúltima fase de unas elecciones que han incidido de lleno en el agrio debate de la independencia de Cataluña, con una amnistía de carácter totalmente político para allanar el camino a esa independencia. Y respecto a esa amnistía, aún no se sabe para cuántos delincuentes; con la sospecha, el temor o la esperanza (depende del lado de la trinchera en que está cada uno) de que esa amnistía alcance incluso a actos tipificados como de terrorismo. Y va el papa y en el momento más álgido de la contienda, recibe a uno de los contendientes. Justo el día después de la firma del pacto político entre Sánchez y Aragonés. Dicen que para pacificar Cataluña. Entendemos que Puigdemont, el tercero en discordia, debe de estar mordiéndose las uñas ante tamaño favoritismo por parte del Vaticano. Bueno, Puigdemont también se ha buscado una manera, mucho más catalanista, de poner a la Iglesia de su parte.
Es evidente que esta visita no fue resultado de una llamada directa de Pere Aragonés al papa, sino que en ese acuerdo han intervenido varias personas, justamente para evitar cualquier género de agravios. Situaciones que el Vaticano, y sobre todo el Santo Padre, han de evitar por todos los medios, porque estamos en un terreno minado, lleno de peligros. Es totalmente previsible que para algo así, el Vaticano haya consultado al cardenal Omella, perfecto conocedor del terreno que se está pisando. Pero visto lo visto, también podemos poner eso en duda.
Tendemos a echarle la culpa a Omella de las solemnísimas meteduras de pata del papa en relación con la vida eclesiástica y política de Barcelona en primer lugar, y de toda Cataluña por extensión. Suponemos, porque es lo razonable, que el cardenal Omella estuvo detrás del planteamiento de la visita de Aragonés al papa. Que por lo menos le habrán consultado. Pero tiene tantos misterios el rosario de dislates de todo género que venimos contemplando en la relación y el relacionamiento del papa con la archidiócesis de Barcelona (la visita de los seminaristas), con la Iglesia en Cataluña (la bendición en español de la imagen de la Virgen de Montserrat) y con Cataluña (ahora, la visita del presidente de la Generalidad), tantas meteduras de pata, que superando las limitaciones de nuestro cardenal, nos obligan a volver la vista a ese ejercicio tan absolutista de la autoridad que caracteriza a nuestro Sumo Pontífice. Es evidente, en efecto, que está en su estilo personalísimo pasar, siempre que así le parece, por encima de las estructuras políticas, diplomáticas y eclesiásticas del Vaticano.
No debiéramos, por tanto, precipitarnos a cargarle el muerto de esta gravísima metedura de pata a Omella; aunque somos muchos los convencidos de que tampoco le importaría cargar con una responsabilidad que no es suya, si haciéndolo así, le presta un servicio a su superior.
El pasado 6 de noviembre, nuestro colaborador Oriol Trillas nos ilustraba y recreaba con su divertido artículo “Pequeño, ridículo y gafe” referido a la visita del “Molt petit Honorable Pere Aragonés”. Lo de “ridículo” era a cuenta de lo pretencioso del President, de elegir como tema de intercambio con el Santo Padre, durante los interminables 40 minutos de pesadilla, el de la guerra entre Israel y Hamás, con el tremendo drama humanitario de Gaza y el sacrificio del pueblo palestino. Pues sí, ahí se le apareció ese hombrecito al Santo Padre como un espectro, decidido a señalarle, como gran maestro de la política mundial, las líneas maestras de su actuación en tan duro conflicto.
Tiró por ahí el señor Aragonés en vez de hablarle de lo que él entiende, del procès. O hablarle, incluso, para no regar fuera del tiesto, de fútbol, como hace cualquiera cuando no sabe con quién está hablando. Un tema, por cierto, en el que se desempeña el papa con gran soltura. Tan claro tenía Aragonés lo del fútbol que, en vez de regalarle un libro o una imagen sagrada con historia, va y como si el papa fuera su colega o un amiguete, le regala una camiseta firmada por todos los jugadores de un equipo argentino. Es evidente que el departamento de servicios diplomáticos de la Generalidad está en mantillas y no sabe dónde pisa. Y encima, dejando de lado el que es más que un club, el Barsa.
Y lo de “gafe” del título, venía a cuenta de que, según el divertido articulista, a causa de la impresión que le produjo tal aparición, el papa se quedó lívido y sin habla; y la cosa no fue a más, porque el papa le cortó para que no continuara el hombrecito asegurándole que tenía la solución para el conflicto de Ucrania. La afectación de la salud del papa llegó hasta el punto de que su médico le recomendó guardar cama. Pero el papa siguió en su tarea: eso sí, entregando el discurso por escrito a los de la siguiente audiencia, porque ya no le quedaba voz para leerlo.
En fin, una audiencia además de inoportuna, lamentable. Y una vez más es pertinente preguntarnos qué pasa en el Vaticano que se producen tan solemnes meteduras de pata. En un Estado, el Vaticano, que ha servido de modelo de funcionamiento a muchos otros Estados, sobre todo en cuanto a la diplomacia (y antes, en cuanto al derecho). En efecto, la diplomacia vaticana pasa por ser una de las mejores del mundo. Sí, puede ser que la vaticana merezca ese título; pero resulta que la diplomacia catalana le hizo un flaco favor a su prestigio internacional.
Parece bastante evidente que ni el Estado-Ciudad del Vaticano ni la Generalidad de Cataluña, tan volcada en los intentos por convertirse en administradora de un nuevo Estado, han contado con la colaboración del cardenal Omella. O que el personal que tiene éste para esos menesteres diplomáticos, anda por la misma talla de los servicios diplomáticos de la Generalidad y del hombrecito que éstos enviaron a darle lecciones al papa.
Ni los españoles ni los catalanes, tanto los partidarios de la amnistía como los opuestos, para los que están estudiando la doble nacionalidad, como en Israel, nos merecemos que se ofrezca de nosotros una imagen tan lamentable, con tan escaso sentido de la dignidad y del más elemental sentido diplomático.
Tal como están las cosas, más de uno leerá esa audiencia en el sentido de que el papa se ha decantado por los comecuras de ERC (eso fue en la guerra civil), más afines a él por su izquierdismo, que por los conservadores derechistas de Puigdemont (Junts: ¿quién no recuerda la beatería de Pujol y de su beatísima esposa?), que se significan por su clericalismo (“meapilas” suelen llamarlos por ello), interfiriendo en la lucha de poder que mantienen ambas formaciones. Y aún serán más los que se inclinen por la lectura según la cual el papa ha decidido en el último momento echarle un cable a Pedro Sánchez, bendiciendo en cierto modo la amnistía por la que tanto suspira y que ha pactado en primer lugar con el pequeño visitante del papa.
Pero no se alteren ni los unos ni los otros, que entre el abad de Montserrat y el President Puigdemont han equilibrado la balanza. El padre abad ha ido a Bruselas a bendecir en la sede del Parlamento Europeo el pacto firmado entre Sánchez y Puigdemont, el que en virtud de ese pacto pasará a ser el hombre fuerte de la política catalana; y si las cosas siguen por ese glorioso camino, quién sabe si en esta misma legislatura, el presidente de la República Independiente de Cataluña. Aquí, el que no corre, vuela. Es que la cosa se ha puesto frenética, porque se les acaba el tiempo. Y a los espectadores, la paciencia.
A todo eso, la Iglesia en Cataluña va tomando posiciones. Y el Vaticano, ayudando.
Virtelius Temerarius