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Un cura que transmite entusiasmo

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Uno casi siempre ha sido de misa de 13 h. Los domingos me gusta degustarlos lentamente, sin prisas ni madrugones. Teorías existen para todos los colores: a unos les gusta ir a misa de buena mañana, para privilegiar la relación con el Señor; otros prefieren dejarlo para la tarde-noche, una vez vueltos a casa de la segunda residencia y otros nos inclinamos por ir antes de comer, como si juntar una cosa y la otra recalcase el carácter festivo. Por eso, es extraño que acuda a misas dominicales tempraneras, entendiendo por tempranera una misa de 10 h, dado que antes de esa hora se cuentan con los dedos de la mano las que se encuentran en Barcelona. 

A esta hora acudí este domingo a la parroquia de San Isidro Labrador, en la frontera entre Hospitalet y Barcelona. Celebraba el vicario, Mn. Federico Marfil Mur, un joven sacerdote de 31 años, ordenado en febrero de 2022 y cabe decir que la primera sorpresa que tuve fue la concurrencia de unos 80 feligreses, que no es cifra nada despreciable a esa hora de la mañana. Conozco bastante bien el templo, porque se halla detrás de la Ciudad de la Justicia. En días laborables es una zona eminentemente de paso, por lo que no es raro encontrar rezando a profesionales, funcionarios y justiciables. Pero los domingos la zona queda bastante desértica, lo cual no fue óbice para esa ochentena de personas. Y eso que en domingo se celebran tres misas más.

La segunda sorpresa fue hallarme con un clérigo que sabía unir su celo ministerial con el entusiasmo juvenil. Su semblante tranquilo, su sacerdocio en agraz, su predicación sin equívocos, deben encantar a su parroquia, pues la tiene numerosa, fiel y también juvenil, con presencia de esos adolescentes, treintañeros y matrimonios con hijos que tan raro es encontrar en otras latitudes. Creo que Mn. Fede Marfil les ha conquistado en los escasos dos meses que lleva como vicario de la parroquia, pues de otra forma no se explica que, en tan poco tiempo, con una simple catequesis dominical, sin imponer nada, haya conseguido que la inmensa mayoría reciba la eucaristía de rodillas en el comulgatorio. Con toda naturalidad. La misma con la que pasea por esas calles del barrio de Santa Eulalia con su sotana; sin ningún rubor y sin que la misma cause el recelo que piensan algunos que suscita. Al revés, se percibe el entusiasmo de su orgullo presbiteral.
 
Mn. Miquel Cubero Balboa

Su barrio y su parroquia están encantados con él, pero al bueno de Mn. Fede le han buscado las cosquillas por otros lares. Tampoco lo han acogido con gracia las fuerzas nacional progresistas que han dominado durante años el arciprestazgo al que corresponde su parroquia. Piénsese que ese es el arciprestazgo donde reinaron Casimir Martí y Joaquim Cervera y donde ahora mandan Josep Mª Romaguera, Miguel Cubero Balboa y los jesuitas de Bellvitge. Los mismos que en su día le hicieron la vida imposible a Custodio Ballester. Pero Mn. Marfil los ha desarmado con su exquisita corrección, su natural sosegado y su actitud caritativa. Si alguien se aprendió a la perfección lo de “poner la otra mejilla” fue este curilla bisoño que acaba de aterrizar en lo que antes se llamaba el Cinturón Rojo.

Marfil pertenece a una hornada de sacerdotes que han sido calificados por el nacional-progresismo como ultracatólicos. Sorprendentemente estos ultras consiguen llenar las iglesias de la periferia y desmentir la teoría de algunos resentidos sociales que los concentran en el upper Diagonal. Pijos los llaman porque en lugar de jerséis de marca van con sotana o alzacuellos. Pijos, cuando Mn. Fede nació y vivió en la muy pija Cornellà. Todos estos marcos mentales solo ocultan la envidia ante una insultante juventud. Una insultante juventud que ha tomado la insólita decisión de hacerse sacerdote en un mundo que no comprende dicha vocación. Una insultante juventud que es el único semillero vocacional de nuestros días, pues el nacional progresismo, que tantas lecciones les da y los mira por encima del hombro, hace décadas que no aporta ni un solo seminarista. Esa es la mayor frustración que arrastra: observar cómo quienes van a aguantar la Iglesia en el futuro son aquellos sacerdotes y laicos a los que hasta ahora ridiculizaban.

Levántense temprano un domingo por la mañana y acudan a la parroquia de San Isidro Labrador. Hallarán un templo limpio y cuidado, una celebración concurrida y un sacerdote celoso de su ministerio y encantador como persona. Vale la pena. Y para los despistados e interesados en llevar la insidia a la jerarquía: jamás sacraliza las opiniones políticas. Eso que han hecho otros a los que se aplica la doble vara de medir.
 
Oriol Trillas 

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