Para entender los últimos “sucesos” homoclericales en las diócesis de Barcelona y Madrid (¡la Iglesia en la sección de sucesos!) es preciso ampliar el foco para entender que no nos encontramos ante hechos aislados e inexplicables, sino que todo eso tiene su explicación en un gravísimo problema sistémico, al que unos denominan “lobby”, y otros, más severos, denominan “mafia; y el P. Oko, “homoclanes”.
El P. Dariusz Oko, en su artículo de 2013 “Con el papa contra la homoherejía” (se trata del papa Benedicto XVI), nos da una primera clave:
“Charles Scicluna, ahora arzobispo, pero en su juventud "fiscal" en la Sección Disciplinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, hablando de parte de Benedicto XVI, condenó fuertemente no sólo a los perpetradores, sino también a sus superiores en la Iglesia que encubrieron sus delitos. Llamó también a oponerse con firmeza a tal conducta, a cooperar abiertamente con la policía tomando el ejemplo de limpieza que da la Santa Sede”. Apunta directo a los encubridores, los superiores en la Iglesia de los perpetradores. La lacra que resplandece con luz propia, con cada nuevo escándalo.
El problema ha crecido, explica el P. Oko, hasta hacerse monstruoso porque, se le ha permitido al lobby rosa hacer lo que quisiera durante mucho tiempo (muchísimo: hace ya más de 30 años, el P. Malachi Martin analiza este fenómeno ya totalmente madurado a lo largo de decenios). De ahí que considere imprescindible entender los mecanismos que permiten que esa camarilla haya llegado a tener tanta influencia. Y uno de esos mecanismos (sin duda determinante) ha sido el encubrimiento por parte de los superiores: unas veces, demasiadas, por acción y otras por omisión.
A este respecto son luminosísimas las palabras del P. Józef Augustyn S.J., citado en su artículo por el P. Oko, que dicen: "El problema, en mi opinión, no está "en ellos" sino en nuestra reacción "ante ellos". ¿Cómo podemos reaccionar nosotros, los sacerdotes comunes y nuestros superiores ante la conducta de ellos? ¿Cederemos al miedo, daremos un paso atrás, nos llamaremos a silencio, haremos cuenta de que el problema no existe? ¿O nos enfrentaremos al problema, seremos claros, los extraeremos de sus posiciones, los cesaremos en sus cargos? Esos no deben trabajar en seminarios o tener ninguna posición importante. Si el lobby homosexual existe y tiene algo que ver en las estructuras de la Iglesia, es porque nosotros se lo permitimos, nos rendimos, nos retiramos, hacemos cuenta de que no existen y así por el estilo ... Si suponemos a priori que nunca ha existido un lobby de sacerdotes homosexuales, y que tal cosa no existe ni existirá, estamos apoyando este fenómeno de hecho. El lobby homosexual del clero se escapa sin pagar las consecuencias y se convierte en una seria amenaza.
Y un pasaje más, del P. Józef Augustyn, que aporta el P. Dariusz Oko en su artículo: "La Iglesia no genera la homosexualidad, pero es víctima de hombres deshonestos con tendencias homosexuales que sacan ventaja de sus estructuras para complacer sus más bajos instintos. Los sacerdotes que son homosexuales activos, son maestros del disfraz. Frecuentemente son expuestos por accidente. La verdadera amenaza a la Iglesia son los sacerdotes homosexuales cínicos que sacan ventaja de sus funciones para provecho propio, a veces en forma extraordinaria y malvada. Tales situaciones causan gran sufrimiento a la Iglesia, a la comunidad sacerdotal y a los superiores. El problema es verdaderamente difícil". Habla, obviamente, de los homosexuales activos: algo que se va normalizando, a medida que avanza la convicción de que no existe el pecado, ni la culpa ni por tanto el arrepentimiento; y que por eso en la confesión hay que perdonarlo todo, todo, todo.
El P. Dariusz Oko aporta dos ejemplos muy significativos de cómo la mafia lavanda clerical construye sus barreras, auténticas fortificaciones, para dejarle las manos bien atadas a la Iglesia, de manera que los sacerdotes, obispos y cardenales que deciden vivir su inclinación homosexual en plena actividad, estén siempre protegidos no por una, sino por varias líneas defensivas, de manera que resulte sumamente difícil que lleguen a buen puerto las denuncias sobre la vida disipada, y eventualmente los delitos de estos clérigos.
Ese fue el caso del sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. Siendo su vida disipada un auténtico escándalo, también con menores, sin el menor freno. Se blindó de tal manera que ni sus numerosos abusos contra jóvenes seminaristas de su congregación, ni siquiera los que cometió con sus propios hijos (buscaba y conseguía sexo fuese como fuese, sin mirar con quién), llegaron a conocimiento de quienes podían actuar contra ellos. Los canales eclesiásticos de denuncia no funcionaron en absoluto. Fue preciso montar el escándalo y hacer llegar la información a la prensa. El papa por fin se enteró... por la prensa. Porque en los canales internos de información siempre hubo alguien del lobby frenando eficazmente cualquier información y cualquier investigación al respecto.
Síntomático también el caso del obispo Weakland, que tuvo 25 años de tiempo para dedicarse a sus escandalosas tropelías sexuales desde su diócesis de Milwakee, Estados Unidos. Allí se dedicó sistemáticamente a ejercer su depredación en el seminario, y a promover al sacerdocio y hasta al episcopado a sujetos que había atraído hacia su modo de vida, encubriéndolos y protegiéndolos celosamente. Esos 25 años de episcopado le dieron ocasión de montar red (lobby) homosexual en su diócesis y mucho más allá. Parece que al final lo más llamativo fue que detrajo de los fondos del obispado, medio millón de dólares, para uno de sus ex amantes. Sin menoscabo de las cantidades menores que fue detrayendo, durante toda su carrera, de los donativos de los fieles para engrasar su vida licenciosa.
Por ese mismo camino efebófilo anduvo el cardenal de Washington, Theodore McCarrick que, gracias a sus poderosos contactos, fue un extraordinario mecenas del Vaticano y fue distinguido con el cargo de consejero áulico del papa Francisco que, por cierto, le levantó las sanciones que le había impuesto su predecesor Benedicto. El mismo cardenal de Boston, Seán O’Malley, con fama de inflexible castigador de abusadores e invitado ahora por Omella a dar lecciones al clero barcelonés, se desentendió del caso cuando recibió las primeras denuncias contra McCarrick: “No es mi tema. Yo sólo me encargo de la pedofilia”.
El Papa Francisco con el cardenal McCarrick
Con sólo estos tres ejemplos se ve claro la capacidad que tuvo el sector corrompido de la Iglesia, de construir su red de protección en defensa de los abusadores sexuales (ahí no incluyeron la protección de los heterosexuales). Y no fueron sólo estos tres casos, sino muchas decenas que se retroalimentaron eficazmente.
EPÍLOGO: el asunto que trata el P.Dariusz Oko en su largo artículo es tan desagradable que, en 2021 mereció una multa de 3.150 euros. No sólo eso, sino que para remarcar la gravedad y la insolencia del asunto, se le impuso también una multa de 4.000 euros a su superior, el responsable de la revista Theologisches, en que se publicó el artículo. Era el anciano (de 91 años) P. Johannes Stöhr. Y no, ninguna jefatura eclesiástica salió en su ayuda para recurrir las multas ni para defenderlos.
Nótese, de todos modos, que el P. Dariusz Oko no tiene nada que decir de la inclinación homosexual de algunos miembros del clero, sino del gran salto que va de la inclinación a la práctica. Que de ningún modo puede ser cohonestada: del mismo modo que tampoco puede ser cohonestada la incontinencia del heterosexual que hace de su inclinación una fuente de desmanes, poniendo en riesgo la integridad sexual de cuantas mujeres de buen ver se cruzan en su camino. La continencia es un freno moral indispensable para evitar que se desborde toda inclinación sexual desordenada, sea del signo que sea. En eso toda la Iglesia estaba de acuerdo desde tiempo inmemorial, hasta que fue corroída por esta plaga que merece hoy tantas bendiciones desde lo más alto de la Iglesia.
Lluís Llagostera