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Enfrentarse al ejercicio del poder

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C:\Users\Cesc\Desktop\_archbishopofbarcelo24704248_16aaedd0.jpgDicen que Dios es una línea que se bifurca: Dios presente o Dios ausente. Creo sinceramente que una de las pruebas más fuertes en la vivencia de la fe es que en los momentos de ausencia, cuando parece que hayamos perdido todo en nuestras batallas, nos demos cuenta de si hemos perdido la razón y la cordura, o no. Es entonces cuando en el silencio hemos de dejar hablar al corazón. La esencia última de nuestra condición de creyentes no son tanto los dogmas o la doctrina (que no los aportamos nosotros) como nuestra actitud religiosa (que, ésa sí, es aportación totalmente nuestra a la fe). Y llega un momento en que nos enfrentamos al ejercicio del poder y la autoridad en la Iglesia (que nos viene impuesta también desde fuera).

El sufrimiento de la opresión del poder religioso te pone también frente a ti mismo. Porque del mismo modo que no es infalible cualquier imposición de la interpretación del dogma por cualquiera que tenga poder en la iglesia, porque al fin y al cabo fuimos catequizados desde muy pequeños y conservamos desde entonces nuestro entendimiento y nuestra conciencia de la fe, vemos igual de claro que quien ejerce el poder en la Iglesia, no tiene el don de la infalibilidad en su ejercicio por el simple hecho de estar investido de poder.  Y es entonces cuando te enfrentas a tu conciencia y te planteas con total legitimidad, no cuál es la autoridad canónica, sino la autoridad moral del que te está oprimiendo con su poder. Sobre todo, cuando sabes desde cuántos flancos sufre y ejerce presiones todo poder.   
Pero no es más fácil para la conciencia ejercer el poder que sufrirlo. Ejercer el poder te enfrenta a ti mismo, y es cuando el que lo ejerce debe tomar su cruz y seguirla. Por empezar, se ve empujado a demostrar la fe en sí mismo que se ha visto obligado a ir acreciendo con decisiones no siempre fáciles porque no todos los ojos las ven como justas; una fe que muchas veces es más grande que la fe en Dios. De este modo el poder se convierte en peligroso ejercicio del poder por el poder. Es posible llegar a lo más alto en el escalafón de la Iglesia, al poder en su máxima expresión y no saber para qué usarlo. Basta con llegar, exhibir el poder y plegarse a sus leyes. Y una de ellas, la menos cristiana, es que la fe en la política es garantía de eternidad.
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Hay un camino peligrosoen el ejercicio del poder en la Iglesia que transforma el miedo a la responsabilidad, en ira. El que transita este camino, cuando alcanza el poder ha de abandonar afectos, y los afectos le abandonan a él. Esque olvidar la bondad es una carga que conlleva errores. Es entonces cuando se le presenta el dilema: o volver a los ideales de juventud, o permanecer en el ejercicio traumático del poder aceptando que finalmente has de estar solo. Estar en la cúspide es siempre una forma de orfandad.
Don Juan José, cardenal Omella, arzobispo de Barcelona, al recibir el poder (no se frivolice acentuando que es únicamente un servicio) debe ser consciente de que su poder ministerial es como un imperdible: sólo es útil si se abre. Si deformándolo lo cierra, convirtiéndolo en pulsera, también será útil pero ya no servirá para lo que se ideó. Si ejerce así el poder, muchos de sus sacerdotes viviremos como huérfanos. Pero no olvide, Sr. Cardenal, que progresivamente también aumentará su orfandad.
Nosotros le invitamos a aceptar sus auténticas responsabilidades, sin tolerar presiones, superando la ira o el miedo que le pueden zarandear de arrebato en arrebato, y ejercer el poder con la aflicción de las pérdidas que conlleva. Cuando el poder es tan duro tanto para el que lo ejerce como para el que lo sufre, no se puede llevar con alegría. Es un camino de clave universal. No lo olvide: llegar a ser un buen arzobispo de Barcelona no pasará jamás por ser un líder populista aplaudido más por los extraños que por los propios.
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El P. Manelli, fundador de los Franciscanos de la Inmaculada, en su Calvario cotidiano
Se dice que todos los sacerdotes (sea cual sea nuestro rango jerárquico)somos hombres contradictorios para los que los afectos son decepción: y que por ello y por otros muchos motivos acabamos siendo cobardes e infelices. Nosotros, por su bien y el de nuestra diócesis, le invitamos, don Juan José, a recobrar ciertos atisbos de juventud (¡de inocencia!)donde la piedad, la compasión y el perdón sean virtudes que se le atribuyan. Para ello ha de penetrar en el Misterio, aceptando en las horas crudas su Ausencia. Consuélese pensando que el ejercicio del poder es también una ausencia y que está plagado de trampas. Es un ejercicio de paciencia (inseparable de la humildad), es decir de tiempo. El que finalmente pone a cada uno en su sitio.
Prudentius de Bárcino

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