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El arzobispo Ureña se vio forzado a dimitir por el caso del diácono de Épila |
Pero a ver, ¿no fue Omella el que le organizó al arzobispo Ureña la de Dios es Cristo, a cuenta de un diácono homosexual? Puntualizo: acusado de ser homosexual, no sodomita; que la Iglesia nunca ha condenado la condición de, sino los pecados de. En cualquier caso, nadie estaba en condiciones de acusarlo de sodomía. Ni siquiera a Mons. Ricca se le pudo acusar de tal cosa a pesar del culebrón que montó con el sargento de la Guardia Suiza. ¿Qué hace pues ese mismo Omella defenestrando de la peor manera a un cura de su diócesis por haber predicado contra la sodomía? ¿Qué ha cambiado de entonces a hoy? ¿Sólo han pasado los años, o han pasado cosas más importantes, de las que marcan los años a fuego?
Por supuesto que con el paso de los años, Omella ha pasado de la condición de cura de a pie, a cardenal especialmente querido por el Papa. Con pretensiones incluso de ser el más fiel intérprete y representante de sus doctrinas y estilos. Pero eso no tiene la menor relevancia para la Iglesia. Entre el Omella cura y el Omella cardenal, han pasado en el mundo y le han pasado a la Iglesia cosas que han cambiado a uno y a otra, más que la primera y la segunda Guerra Mundial juntas. Mucho más de lo que sería capaz de cambiar el mundo una tercera guerra mundial. Y esos cambios se han producido en el plano reproductivo, es decir en la moral sexual, que es de lo que va la moral católica y la ideología de género que se le enfrenta. Y esto sí que tiene tremendísima relevancia para la Iglesia. Sobre todo, teniendo enfrente al Islam.
Las civilizaciones se distinguen unas de otras por cómo resuelven los dos problemas que mueven la vida de todo bicho viviente: la manutención y la reproducción. En torno a estas dos necesidades gira la vida de todos los animales, incluida la vida del hombre. Nuestro tiempo tiene resuelta la manutención tan brillantemente a causa de la creciente productividad, que no hay ningún problema, absolutamente ninguno, para mantener con los actuales niveles a toda la humanidad. Y algo mejor repartido de lo que está, hasta se podría mantener la distinción ricos/pobres. Pero el que eso no ocurra es una cuestión de moral. Cuestión de principios y cuestión de aplicarlos a las costumbres. Y no es nada frecuente que los individuos y los pueblos mantengan formas de moralidad distintas en lo productivo y en lo reproductivo. El inmoral en un plano, el que abusa y atropella en ese plano, suele abusar y atropellar en el otro. Permitidme que lo repita: la inmoralidad en el plano sexual (la castidad en la pareja, tan a menudo necesaria, es una de las formas más generosas de caridad) va asociada a la inmoralidad en el plano social, político y económico.![]() |
Daniel Peruga, cuando era diácono de Épila |
Y obviamente sobre esta otra gran necesidad vital incide la moral de las civilizaciones. De manera que al final de todo, cada civilización se distingue por su moral reproductiva, es decir por su moral sexual. Evidente de toda evidencia. Y como la reproducción no es un hecho inmanente (que queda en el individuo) sino trascendente (que va más allá de él: en primer lugar trasciende al hijo cuando aparece, y a la sociedad de la que forma parte), he ahí por qué todas las civilizaciones establecen sus códigos de conducta sexual. Es decir que no hay ni una sola civilización que no diseñe e imponga una rígida moral sexual: y eso es así porque consideran que el sexo no es cosa de cada uno, sino que tiene trascendencia colectiva. Todas las civilizaciones menos la occidental “de género”.
Llegados aquí, no cuesta entender por qué primero el judaísmo y luego el cristianismo (y no son las únicas civilizaciones que han actuado en esta dirección) han mantenido una postura inequívoca contra la sodomía: porque es una desviación no reproductiva de las costumbres sexuales, es decir de la moral. Y obviamente la desviación del sexo hacia una forma no reproductiva, pone en riesgo la permanencia de la colectividad. A nivel de familias se ve más claro. La historia nos ha proporcionado una abundante crónica rosa en la que se ve cómo muchas dinastías se fueron a pique a causa de la sodomía: del sexo no reproductivo como original y genial forma de vivir algunos soberanos.
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Mons. Ricca con el Papa Francisco |
Entonces, ¿qué pinta la Iglesia poniéndole música de acompañamiento a la estridente sinfonía de desactivación de la función reproductiva del sexo, que empieza en la clara promoción del sexo homosexual? ¿Qué papel juega ahí la Iglesia? ¿Qué ha cambiado en la Iglesia desde que el bisoño obispo Omella le monta un Cristo al arzobispo Ureña por tolerar que haya un diácono homosexual en la Cesaraugustana diócesis, hasta que el viejo cardenal Omella va y le monta la de Dios es Cristo a un cura de su diócesis por leer en una homilía el texto en que san Pablo condena la sodomía? El primer Omella, tan fundamentalista en contra de la homosexualidad que ni siquiera tolera en su antigua diócesis de Zaragoza a un diácono homosexual… al que en ningún momento se le acusa de sodomía, ni a Ureña de consentirla. Y el segundo Omella, el ya cardenal, cambiado como un calcetín del revés, se ensaña con un cura de su diócesis mucho más tibio de lo que fue él de más joven, en la condena de la homosexualidad.
¿Tanto ha calado la homosexualidad en la Iglesia, que en el primer caso es el obispo de Logroño el que echa al obispo de Zaragoza por ser “tolerante” con la homosexualidad al indemnizar a un libidinoso clérigo para que haga las maletas y se vaya, y en el segundo es el cardenal el que expulsa de su diócesis al sacerdote que condena los actos de homosexualidad, o sea la sodomía? ¿Tanto ha cambiado la Iglesia? Porque Omella y Custodio Ballester no son más que el síntoma de una grave enfermedad que sufre la Iglesia. Y eso sí que es preocupante. Y mucho: en la misma Pamplona, donde el diácono realizó sus estudios eclesiásticos, los sesudos prohombres del Opus Dei parece que no se enteraron -o no quisieron- de las lúbricas inclinaciones del futuro clérigo que ya entonces apuntaba maneras.
El que Omella haya interpretado el “Quién soy yo para juzgar” como “Quién es un cura cualquiera para juzgar”, y la promoción del convicto y confeso Mons. Ricca como una evidente aceptación de su condición en la Iglesia, no tiene la menor gravedad. Es una deducción lógica. Si el jefe supremo no es quién para juzgar, menos lo será un simple soldado. Evidente. Y si Omella, hombre del aparato, quiere hacerse especialmente agradable a su jefe, ya sabe que es así como ha de actuar. Es decir que ha de desactivar en su diócesis (y los demás obispos en las suyas) cualquier alusión crítica a la sodomía. Y mucho menos ha de consentir que un cura predique con toda solemnidad que es un pecado grave. Porque hay que evitar que se sientan ofendidos los sodomitas.
¿Qué ha cambiado pues, para que el obispo Omella consiga defenestrar al arzobispo Ureña por tolerar a un diácono homosexual, mientras el cardenal Omella lanza toda la caballería contra un cura de su diócesis por haberse atrevido a condenar la sodomía en un sermón, sin señalar a ninguna persona concreta?
El cambio es evidente: el cardenal Omella, junto con el papa, se ha alineado contra la condena de la sodomía por la Iglesia (puntualizo: no a favor de la sodomía, sino contra su condena), porque el mundo ama y promociona la sodomía, y no es cosa de ponerse al mundo en contra. Así que la cuestión es: ¿Es malo pues, o simplemente inconveniente que la Iglesia siga defendiendo la moral católica? ¿Es mejor que calle y consienta respecto a la sodomía? Ésa parece ser la nueva consigna, de manera que el cardenal Omella, que estuvo a punto incluso de auxiliarse de un obispo homosexual, se lanza furibundo contra el obispo Omella y se lleva por delante a todo el que se atreva a defenderle.
Esquizofrénico, ¿no? Pues ésa es la lamentable situación de la Iglesia. La pastoral en pro de los homosexuales se ha convertido en pastoral en pro de la homosexualidad. Es lo que exige la coherencia. Si la Iglesia quiere que los homosexuales estén a su lado, ¿cómo se le ocurre condenar la homosexualidad? La gran novedad es pues, que tenemos una Iglesia convertida a la “sodomística”, es decir a la doctrina en pro de la sodomía. No a la misma sodomía, claro está. Se puede confeccionar una interesante antología sobre este cambio: desde las teologías de la homosexualidad, cuya condena aún esperamos, al “Quién soy yo”, al poco menos que nefando Sínodo de la Familia, a la sibilina Amoris Laetitia, al “Lo dice bien claro el catecismo de la Iglesia católica” (pero yo no lo he dicho), a la convivencia pacífica con el orgullo gay y con la entrega de la formación sexual y afectiva de la infancia en nuestras escuelas al lobby LGTB (sin que la Iglesia diga esta boca es mía), hasta la reciente expulsión de mossén Custodio por denunciar la sodomía conforme a la doctrina de la Iglesia. Las huestes de la Iglesia, con sus príncipes a la cabeza, van conquistando ese territorio que antes les estuvo vedado.
¡Quién te ha visto y quién te ve, Santísima Madre Iglesia! ¡Cómo se está afeando tu inmaculado rostro! Pero no erremos el diagnóstico: Omella no es la enfermedad, es el síntoma. Y por lo que a él respecta, las consignas son las consignas.
Virtelius Temerarius