Sí, claro, uno puede ondear banderas de bien llevar, por las que nadie te cuestiona, por ser las que se llevan; que es lo que hace la Iglesia cuando se empeña en distinguirse en su afán de acomodarse al mundo; o puede optar por enarbolar banderas incómodas que caracterizan a la Iglesia, porque sólo ella las enarbola: son banderas que no acepta el mundo.
¿Qué hubiese pasado si la Iglesia se hubiese empleado a fondo en ayudar a los cristianos perseguidos abriéndoles las puertas de nuestras parroquias, de nuestros conventos y de nuestras instituciones a los que optaran por refugiarse entre nosotros? No lo ha hecho. Oportunidad perdida de que el mundo, bien a su pesar, se viese obligado a exclamar, como los paganos viendo a las primeras comunidades cristianas: “Ved cómo se aman”.
Porque resulta que hoy se lleva justamente la bandera de la acogida a los refugiados, pero sin sectarismos, sin cuestionarse nada; es el tiempo de los refugiados. Y la Iglesia que no atendió a los suyos, se ha sumado gozosa a la iniciativa del mundo, de acoger a cualesquiera refugiados, procurando que no sean cristianos perseguidos, no vaya a ser que el mundo le afee esta conducta. Pero no tardarán en arriar esta bandera, porque se nos viene el tiempo del terrorismo en casa, y con unos niveles de psicosis (es decir de acomodación mental y anímica a la nueva bandera) que hacen inútiles e inconvenientes todas las objeciones.
Y claro, en ese confuso flamear de banderas, va el cardenal Cañizares y cargado de razón se adelanta al cambio que se ve venir: advierte que con el alboroto de los refugiados, se pueden colar terroristas. ¡Por poco lo linchan! Y ahora que se sabe a ciencia cierta que se han colado efectivamente, ¿qué? Pues nada, que los dispuestos a lincharle tenían razón. ¿Y cuál era su razón? ¡Pues cuál iba a ser! Que iban a favor de la corriente. Y la corriente, ya se sabe, la impone el poder. No necesariamente el poder político, sino el poder mediático, que no siempre coinciden.
¿Y las advertencias sobre el peligro de la invasión islámica? ¡Pura xenofobia propia de nostálgicos de la Santa Inquisición! El pensamiento oficial nos prohíbe siquiera debatir el tema. Muy peligroso, claro está, porque expone a las mentes débiles a los embates de los enemigos de la filantropía y de la solidaridad universal: haz bien y no mires a quién. ¿Y las disquisiciones sobre la naturaleza misma del Islam, Corán en mano? No, no, eso no se puede. No podemos leer nosotros directamente el Corán: Dios nos libre del libre examen del Corán, porque nos arriesgamos a interpretarlo con graves desviaciones respecto a las valoraciones vigentes en nuestro sistema de pensamiento políticamente correcto.
¿Así podemos hacer ya un juicio crítico sobre la política del gobierno catalán, apoyado fervientemente por la Iglesia que peregrina en Cataluña, propiciando la inmigración musulmana con preferencia a la hispanoamericana? ¿Podemos hacer ya un juicio crítico sobre la solidaridad selectiva en favor de los musulmanes, tanto de las administraciones como de la Iglesia? ¿Podemos ya decir abiertamente que unos y otros se han equivocado y han conseguido que Cataluña sea uno de los núcleos más fuertes de los islamistas en Europa? Bueno, siempre cabe la opción de seguir manteniendo en Cataluña esta bandera proislamista y antihispanoamericana contra viento y marea. Los hispanohablantes fuera de las iglesias, y los musulmanes multiplicando sus mezquitas. Y haciéndose querer por los constructores del nuevo Estado a base de hablar con ellos en catalán. ¡Qué gozada! Es la opción: y con los cambios precipitados de banderas a los que estamos asistiendo, parece que tanto la administración catalana como la Iglesia en Cataluña han elegido la más peligrosa.
¿Y el no a la guerra? ¿Qué hacemos con él? Está corriendo un peligro gravísimo, ahora que se anuncia el cambio de bandera. ¿Qué hacemos pues? Bueno, hay muchos métodos para seguir diciendo no a la guerra y desencadenar todas las guerras que nos convengan. Eso nunca ha sido un problema. Ya, pero los que en sus homilías entran de lleno en la política, aquellos cuya escuálida parroquia, acostumbrada ya a la homilía mitinesca estará esperando su posicionamiento, ¿qué bandera abrazarán?
Y luego tenemos la bandera de la solidaridad, tan institucionalizada, abrazada con gran devoción por los laicos de todo pelaje, una bandera bajo cuya protección la gente de Iglesia se siente más a gusto que en la caridad cristiana: hasta el punto de que cuesta ya bastante identificar a Cáritas con la Iglesia y con el Evangelio. Ciertamente es mucho más cómoda y más universal la solidaridad que la caridad.
Y más banderas tras las que va una parte muy considerable de la Iglesia, claro que sí, como la bandera arcoíris, la bandera de la modernización de la normativa matrimonial (a su servicio está la nulidad exprés), y todo lo que sea acomodación de la Iglesia a las corrientes dominantes en el mundo.
Y de la bandera de la vida y de la familia, ¿qué se hizo? Pues como no se lleva, y como es duro e incómodo ir contra corriente, es una bandera totalmente arriada en algunos entornos eclesiásticos, y a media asta en otros. Estamos en momentos propicios para algunas banderas emergentes, e infaustos para otras que declinan. Y no porque hayan caducado las causas defendidas por esas banderas, sino porque nos dejamos arrastrar por las modas y preferencias del mundo; y la defensa de la vida y de la familia no sólo no está de moda en el mundo, sino que está tremendamente mal vista: es políticamente incorrecta, y por eso crea incomodidad en el mundo ¡y hasta en la Iglesia!, empeñarse en ondear esa bandera. Los defensores de la vida y de la familia tenemos un enemigo más, y éste en casa: el calculadísimo silencio de los nuestros. Un silencio que resuena potente… y ominoso.
Tiempos difíciles por muchos conceptos; pero también por éste. Nos dejamos arrastrar con demasiada docilidad tras las banderas que enarbola el mundo.
Cesáreo Marítimo
¿Qué hubiese pasado si la Iglesia se hubiese empleado a fondo en ayudar a los cristianos perseguidos abriéndoles las puertas de nuestras parroquias, de nuestros conventos y de nuestras instituciones a los que optaran por refugiarse entre nosotros? No lo ha hecho. Oportunidad perdida de que el mundo, bien a su pesar, se viese obligado a exclamar, como los paganos viendo a las primeras comunidades cristianas: “Ved cómo se aman”.
Porque resulta que hoy se lleva justamente la bandera de la acogida a los refugiados, pero sin sectarismos, sin cuestionarse nada; es el tiempo de los refugiados. Y la Iglesia que no atendió a los suyos, se ha sumado gozosa a la iniciativa del mundo, de acoger a cualesquiera refugiados, procurando que no sean cristianos perseguidos, no vaya a ser que el mundo le afee esta conducta. Pero no tardarán en arriar esta bandera, porque se nos viene el tiempo del terrorismo en casa, y con unos niveles de psicosis (es decir de acomodación mental y anímica a la nueva bandera) que hacen inútiles e inconvenientes todas las objeciones.

¿Y las advertencias sobre el peligro de la invasión islámica? ¡Pura xenofobia propia de nostálgicos de la Santa Inquisición! El pensamiento oficial nos prohíbe siquiera debatir el tema. Muy peligroso, claro está, porque expone a las mentes débiles a los embates de los enemigos de la filantropía y de la solidaridad universal: haz bien y no mires a quién. ¿Y las disquisiciones sobre la naturaleza misma del Islam, Corán en mano? No, no, eso no se puede. No podemos leer nosotros directamente el Corán: Dios nos libre del libre examen del Corán, porque nos arriesgamos a interpretarlo con graves desviaciones respecto a las valoraciones vigentes en nuestro sistema de pensamiento políticamente correcto.
¿Así podemos hacer ya un juicio crítico sobre la política del gobierno catalán, apoyado fervientemente por la Iglesia que peregrina en Cataluña, propiciando la inmigración musulmana con preferencia a la hispanoamericana? ¿Podemos hacer ya un juicio crítico sobre la solidaridad selectiva en favor de los musulmanes, tanto de las administraciones como de la Iglesia? ¿Podemos ya decir abiertamente que unos y otros se han equivocado y han conseguido que Cataluña sea uno de los núcleos más fuertes de los islamistas en Europa? Bueno, siempre cabe la opción de seguir manteniendo en Cataluña esta bandera proislamista y antihispanoamericana contra viento y marea. Los hispanohablantes fuera de las iglesias, y los musulmanes multiplicando sus mezquitas. Y haciéndose querer por los constructores del nuevo Estado a base de hablar con ellos en catalán. ¡Qué gozada! Es la opción: y con los cambios precipitados de banderas a los que estamos asistiendo, parece que tanto la administración catalana como la Iglesia en Cataluña han elegido la más peligrosa.

Y luego tenemos la bandera de la solidaridad, tan institucionalizada, abrazada con gran devoción por los laicos de todo pelaje, una bandera bajo cuya protección la gente de Iglesia se siente más a gusto que en la caridad cristiana: hasta el punto de que cuesta ya bastante identificar a Cáritas con la Iglesia y con el Evangelio. Ciertamente es mucho más cómoda y más universal la solidaridad que la caridad.
Y más banderas tras las que va una parte muy considerable de la Iglesia, claro que sí, como la bandera arcoíris, la bandera de la modernización de la normativa matrimonial (a su servicio está la nulidad exprés), y todo lo que sea acomodación de la Iglesia a las corrientes dominantes en el mundo.
Y de la bandera de la vida y de la familia, ¿qué se hizo? Pues como no se lleva, y como es duro e incómodo ir contra corriente, es una bandera totalmente arriada en algunos entornos eclesiásticos, y a media asta en otros. Estamos en momentos propicios para algunas banderas emergentes, e infaustos para otras que declinan. Y no porque hayan caducado las causas defendidas por esas banderas, sino porque nos dejamos arrastrar por las modas y preferencias del mundo; y la defensa de la vida y de la familia no sólo no está de moda en el mundo, sino que está tremendamente mal vista: es políticamente incorrecta, y por eso crea incomodidad en el mundo ¡y hasta en la Iglesia!, empeñarse en ondear esa bandera. Los defensores de la vida y de la familia tenemos un enemigo más, y éste en casa: el calculadísimo silencio de los nuestros. Un silencio que resuena potente… y ominoso.
Tiempos difíciles por muchos conceptos; pero también por éste. Nos dejamos arrastrar con demasiada docilidad tras las banderas que enarbola el mundo.
Cesáreo Marítimo