Ha venido a España para presentar su libro “Felicidad es cambio” y antes de ir a Valencia y a Madrid ha pasado por Barcelona donde lo ha recibido don Juan José, el delegado de Medios de Comunicación Sr. Ramón Ollé y algunos otros subalternos del régimen. Se trata del brasileño de padres italianos Mons. Darío Edoardo Viganò, desde hace año y medio Prefecto de la Secretaría para la Comunicación, ese nuevo Dicasterio creado por el papa Francisco. Es director del Centro Televisivo Vaticano además de otros muchos cargos docentes. A pesar de sus 54 años es quizás el hombre de carrera más fulgurante de los que hoy se encuentran en el círculo de amigos y confidentes del papa y por extensión, de los que cortan el bacalao en Roma.
No sólo ha subido pues los quinientos treinta y siete escalones que separan la base de la basílica de San Pedro de la linterna de la cúpula para instalar una cámara televisiva desde donde retransmitir panorámicas desde “er Cuppolone” como llaman los romanos a la cúpula de Miguel Ángel, sino que ha ascendido hasta la cúpula más influyente en este pontificado mediático y del todo peculiar. Dice que usa la televisión como un evangelio contemporáneo, pero lo suyo es más parecido al teatro de una moderna película neorrealista. No por nada Francisco se declara un gran amante de la filmografía neorrealista italiana desde “Roma, città aperta” de Rossellini pasando por “La strada” de Fellini donde dice haber descubierto “una referencia al franciscanismo”. Quizás por ello Viganò nos retrasmitió la partida de Benedicto XVI hacia Castelgandolfo en helicóptero con encuadres de cámara parecidos a los de aquellas imágenes fellinianas en “La dolce vita” en la que una estatua del Corazón de Jesús sobrevolaba Roma.
No sólo ha subido pues los quinientos treinta y siete escalones que separan la base de la basílica de San Pedro de la linterna de la cúpula para instalar una cámara televisiva desde donde retransmitir panorámicas desde “er Cuppolone” como llaman los romanos a la cúpula de Miguel Ángel, sino que ha ascendido hasta la cúpula más influyente en este pontificado mediático y del todo peculiar. Dice que usa la televisión como un evangelio contemporáneo, pero lo suyo es más parecido al teatro de una moderna película neorrealista. No por nada Francisco se declara un gran amante de la filmografía neorrealista italiana desde “Roma, città aperta” de Rossellini pasando por “La strada” de Fellini donde dice haber descubierto “una referencia al franciscanismo”. Quizás por ello Viganò nos retrasmitió la partida de Benedicto XVI hacia Castelgandolfo en helicóptero con encuadres de cámara parecidos a los de aquellas imágenes fellinianas en “La dolce vita” en la que una estatua del Corazón de Jesús sobrevolaba Roma.
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La estatua de Cristo en el inicio de “La dolce vita” de Fellini y el helicóptero de Benedicto XVI |
Viganò expresa su deseo de acercar la figura del Papa a los fieles acercando la perspectiva de estos hasta el punto más extremo donde limita lo humano y lo sobrenatural. En su rostro se adivina siempre la sombra casi imperceptible de una sonrisa bien controlada y la mirada de autosatisfacción de un triunfador.
Es sudamericano como Bergoglio, ha trascurrido su infancia en Rio de Janeiro, se trasladó a Milán donde estudió, creciendo en los ambientes de la Curia Arzobispal de Milán, entablando una fuerte amistad con el Cardenal Martini quien lo mandó a estudiar con los jesuitas aunque se especializó en Comunicación estudiando con los salesianos. Por encima de sus inclinaciones cinéfilas y televisivas es ante todo un experto en management que controla los mecanismos de conveniencia de los administradores económicos de los diversos medios.
Es sudamericano como Bergoglio, ha trascurrido su infancia en Rio de Janeiro, se trasladó a Milán donde estudió, creciendo en los ambientes de la Curia Arzobispal de Milán, entablando una fuerte amistad con el Cardenal Martini quien lo mandó a estudiar con los jesuitas aunque se especializó en Comunicación estudiando con los salesianos. Por encima de sus inclinaciones cinéfilas y televisivas es ante todo un experto en management que controla los mecanismos de conveniencia de los administradores económicos de los diversos medios.
Única foto del segundo encuentro |
Del monseñor ítalo-brasileño es la autoría, entre otras, de la imagen del papa que sube las escaleras de su avión en su viaje a Río, arrastrando una vieja bolsa de piel negra. Pero también aquel capaz de suscitar un terremoto teológico a partir de una conversación informal durante un vuelo en la que el papa afirmó “¿Quién soy yo para juzgar?” documentada con una toma aérea encuadrando el logo promocional de Alitalia. ¡No es nadie don Darío!
Esta es la historia del peso de lo sagrado y un ensayo sobre el valor de los mass media, avalados eso sí con suculentas ganancias. Si Hollywood tiene una deuda con la Iglesia por no haber erigido un monumento al apóstol San Juan en homenaje de reconocimiento por la gran fuerza visual y comunicativa de su obra, ahora en la persona de Viganò la Santa Sede recupera los royalty´s con intereses.
Hemos pasado de la silla gestatoria de Pablo VI, el último papa que la usó, a la pantalla gestual de papa Bergoglio. Este es el tiempo de Francisco: un pontificado que tiene la ambición y la fuerza de relatar y comunicar, pero también la voluntad de controlar la imagen como ningún otro pontificado anterior. Y aún con eso, Viganò dará más de un disgusto. Lo podemos adivinar.
Prudentius de Bárcino