El actual presidente de la Generalidad, Carles Puigdemont, nació en la muy carlista villa de Amer, donde se asentaba el cuartel general de Ramón Cabrera en la segunda guerra dinástica del siglo XIX. Su familia era tan absolutamente apegada a la comunión tradicionalista que en la Guerra Civil española escondió un cura en su casa y el abuelo paterno huyó a Francia, por mor de no ser movilizado en las filas republicanas. No cabe decir que, con la entrada de las tropas nacionales, volvió el abuelo, salió del escondite el sacerdote oculto y la familia Puigdemont recobró su natural devoción y piedad, tributaria del linaje de unos ancestros presididos por el lema de “Dios, Patria, Fueros, Rey”.
Los padres del actual mandatario fueron consecuentes con la tradición familiar y enviaron a estudiar al niño al internado del Santuario gerundense de Santa Maria del Colell, donde iban los hijos de las familias ricas gerundenses, todas ellas con un pasado carlista, nada remoto. Ahí estuvo cinco años – de los 10 a los 15- educado en la rigidez espartana del llamado Seminario-Colegio. Rigidez espartana en la disciplina, en los estudios y en la formación religiosa de unos niños de casa bien. Eran los años 70 y a pesar de haberse iniciado el pandemónium postconciliar, en El Colell seguía imperando la religiosidad tradicional junto al castigo físico, no exento muchas veces de brutalidad.
El joven Carles no quedó atormentado por su estancia en el internado. Al revés, sus inquietudes religiosas, unidas al pio ambiente familiar, le llevaron a pasar sus veranos posteriores en el Monasterio de Poblet, concitando incluso alguna esperanza vocacional. Todo quedó en agua de borrajas y la saga carlista de los Puigdemont perdió la continuidad y la esperanza que habían depositado en aquel muchacho inquieto. Como a otros muchos, especialmente gerundenses, el giro fue copernicano y pasó de la carcundia a la fría apatía, cuando no al abandono de la tradición familiar.
Ahora, el presidente se ha destapado con unas declaraciones en la revista L’Avenç, en las que reconoce su desvinculación con la Iglesia, a pesar de sus antecedentes juveniles, pero en las que afirma que en lo que sí cree es “en les arrels cristianes de Catalunya”. Si se lee bien la entrevista parece ser que es en lo único que cree. Es curiosa la apelación a ese mantra de “les arrels cristianes”, el cual se repite muchas veces por políticos, intelectuales, periodistas e incluso algún eclesiástico.
Les “arrels cristianes” sirven tanto para un barrido como para un fregado. Nadie sabe bien lo que son, ni han sido oportunamente definidas, pero sirven para dar una pátina de respetabilidad al supuesto corpus ideológico del que las menta. No obligan a nada. Son meras raíces, que se remontan al origen de los tiempos. Se ignora si debemos retrotraerlas a Marti l’Humà, a Pere el Cerimonios, al abad Oliva, a Sardà y Salvany, al cardenal Gomà o Pla i Deniel. Catalanes todos ellos, con sus raíces cristianas.
El único escrito referente a las mismas es el documento elaborado por los obispos catalanes en el año 1985, titulado Arrels cristianes de Catalunya, también citado a diestro y siniestro. Un documento plenamente constitucional, que no pasaba de un mero voluntarismo autonomista, tan denostado en la actualidad, en el que, a pesar de que se insiste en lo contrario, no existe ningún postulado auto-determinista, sino que, por el contrario, se sostiene lo siguiente:
"Debemos recordar la necesaria clarificación entre los conceptos de Nación y Estado para una correcta interpretación de la realidad, pues no pretenden reducir los lazos de solidaridad entre los pueblos de España a unas relaciones puramente administrativas. La historia común, con todo lo que tiene de positivo y de negativo, la interrelación, incrementada en nuestro tiempo por los fenómenos migratorios, las grandes afinidades entre las cuales ocupa un lugar importantísimo la fe que compartimos, han tejido una base sólida para la comprensión, el afecto y la colaboración entre todos"
Un posicionamiento bastante light, respetuoso con la Constitución y solidario con las demás comunidades de España, el cual no suscribiría, hoy en día, ningún Puigdemont ni ningún gerundense ex-alumno de El Colell.
Oriolt