Salida de los padres conciliares |
Existe una cuestión-tabú ampliamente ocultada en nuestra Iglesia, un debate que no se quiere afrontar. Se trata del análisis imparcial del Concilio Vaticano II. Las posiciones al respecto son tan frontalmente contrapuestas, que se ha preferido preservarlo como un objeto intocable, cerrado a cualquier crítica. El mayor peligro está en las que provienen de medios calificados de integristas, cuya línea argumental ni siquiera están dispuestos a considerar los que ven en el Vaticano II la salvación de la Iglesia, a través sobre todo de algo tan elástico como “el espíritu del Concilio”. Un “espíritu” que monopolizó el progresismo (en Cataluña, hibridado con el nacionalismo). Baste recordar el libro de Mons. Pere Tena en conmemoración del vigésimo aniversario de la clausura del Concilio: “La impossible restauració” (1985) editado en castellano por PPC en 1987.
Mi convicción es firme, compartiendo tesis con numerosos sociólogos del catolicismo europeo de hoy en día: la crisis del catolicismo en Cataluña de los años 60 y 70 se produjo a partir del Vaticano II, mucho antes de la Transición política española o de las reacciones contrarias a la encíclica Humanae Vitae sobre la contracepción. No es que esos elementos no hayan tenido importancia; pero sólo amplificaron la ola, no la crearon. El Concilio Vaticano II parece haber creado esa reforma, que hizo estallar la crisis que pretendía evitar. La reforma era probablemente necesaria, pero el espíritu con que se aplicó no fue reformista, sino revolucionario. La reforma quedó en manos de auténticos enemigos de lo que había sido la Iglesia hasta entonces. Y fue imposible evitar que se comportaran como furibundos talibanes ansiosos de desfigurar esa imagen detestable de la Iglesia. Es la que Benedicto XVI llamó hermenéutica de la ruptura. Una hermenéutica que se impuso tanto en la liturgia como en la moral.
Si realizásemos una radiografía del catolicismo en la Cataluña de los años 60 y 70 y aún inicios de los 80, convendríamos en observar un ambiente de cierta estabilidad general. Aún una generación con una inmensa mayoría de bautizados y una práctica dominical en torno al 25%; aunque se anunciaba un hundimiento en la práctica religiosa. En la generación más joven se hizo visible en términos de asistencia a misa dominical, vocaciones, pero también confesión. Eran indicios indudables de una grave crisis. Hoy en día los índices han caído vertiginosamente, tanto en bautizados, como en toda la práctica religiosa: matrimonios, entierros, primeras comuniones y confirmaciones. La asistencia a misa dominical no supera el 2%. Pero en el examen de la situación no hemos de ceder a la fácil tentación de explicar este hundimiento cayendo en uno u otro de los dos extremos: el de los dogmáticos que monopolizaron el “espíritu del Concilio y el de los tradicionalistas. Los primeros, al valorar al Concilio se enorgullecen de él viendo una nueva primavera de la Iglesia y rechazan de manera sistemática el establecer un nexo entre el Vaticano II y la crisis, constantemente negada a pesar de la abrumadora evidencia. Los segundos han hecho del Concilio el alfa y el omega de la crisis, responsable de todos los males, rechazando comprender el contexto sociológico real y la necesidad de las reformas que emprendió el Concilio.
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Éxodo rural de los 60-70. Santa Coloma de Gramenet. Barrio del Fondo |
Si queremos ser sinceros y rigurosos, hemos de considerar la amplitud de la crisis por la simultaneidad de dos mutaciones: una religiosa, otra socio-cultural. La mutación religiosa más notoria estuvo básicamente en manos de la Iglesia. “El pueblo” se convirtió en el eje de la acción religiosa, desplazando a Dios. La liturgia se enfocó de cara al pueblo, con lo que Dios fue quedando cada vez más relegado como razón última de la liturgia. Y en cuanto a la mutación socio-cultural, ésta va ligada al final de las reservas rurales del catolicismo, que se produce en ese periodo de urbanización y éxodo hacia los grandes núcleos urbanos; y esto coincide con una menor vitalidad demográfica de las familias católicas, fenómeno muy poco analizado.
En cuanto a la mutación religiosa, hay que subrayar el hecho de que el Vaticano II fue percibido (con la contribución de tantísimos sacerdotes por no decir la mayoría) como el final de la cultura de la práctica obligatoria. A esto hay que añadir la destrucción de la noción de pecado, que ha tenido efectos devastadores sobre el nivel de práctica religiosa. Ambas cosas se vendieron como los frutos más selectos del Vaticano II. No nos podemos imaginar qué efectos desencadenó en el alejamiento de los jóvenes de la Iglesia. Pero más importante quizás ha sido el silencio de los sacerdotes sobre la escatología cristiana, es decir los novísimos. Ese silencio, a mi entender culpable, ha modificado la concepción de la salvación que parecía compartida por todos hasta los años 60.
Dr. Narciso Jubany Arnau |
Podría desde la Teología más clásica o la Apologética más consistente o quizás el recurso a Cartas Pastorales muy pretéritas, reafirmar esos elementos difícilmente contestables. Pero voy a recurrir simplemente a las Glosas Dominicales del que fuera Arzobispo de Barcelona Mons. Narciso Jubany. Estoy procediendo a una lectura sistemática y minuciosa de todas ellas. Del gobierno pastoral del Cardenal Jubany podemos criticar muchas cosas y atribuirle el origen de muchos males. Cierto. Pero lean sus Glosas Dominicales y Cartas Pastorales. Impresionantes. Incisivas, realistas, ponderadas, exigentes, bien fundamentadas en la doctrina. Jubany era un pastor. Y no traten de compararlas con las de otros prelados. Quizás en lo que dijeran tendrían razón. Pero Toledo no era Barcelona.
Otra de las razones que influyeron en el estado de cosas en el que nos encontramos, es la voluntad de ruptura con el pasado que ha predominado en dos o tres generaciones sacerdotales y por extensión, del laicado. También en los obispos. Voluntad fundada en el llamado “espíritu del Concilio” del que Benedicto XVI subrayó los profundos desequilibrios, y por qué no decirlo, maldades.
Analizar todo ello, reflexionar concienzuda y honestamente, así como poner manos a la obra en reparar los errores, será el inicio de cualquier proceso de recuperación y nueva evangelización. Es mi convicción. Capítulo aparte merecería la influencia de los abusos litúrgicos y de una liturgia desacralizada en todo ello. Pero eso es harina de otro costal.Figues d´un altre paner!
Mn. Francesc M. Espinar Comas Párroco del Fondo de Santa Coloma de Gramenet
Licenciado en Derecho Canónico e Historia