Una vez más se produce el milagro. El pasado sábado 16 de enero, de 9.30 a 11 de la noche, el templo del Tibidabo estaba abarrotado. Pasillos llenos, gente sentada en el suelo, gente en el coro; no cabía nadie más. Una noche muy fría, por debajo de los 5 grados. ¿Y qué había de especial?
Había por una parte una Hora Santa celebrada por los de Medjugorje, que terminaba a las 9.30; y a continuación otra Hora Santa convocada y organizada por los Jóvenes de San José, con dos particularidades añadidas: la veneración de la reliquia del recién canonizado Padre Pío (San Pío de Pietrelcina) y el paso por la Puerta Santa para ganar el Jubileo de la Misericordia. En ambos casos, los convocantes eran asociaciones seglares.
Seglares los convocantes, y sacerdotes los celebrantes. Gracias a Dios nunca faltan en estas convocatorias a actos de culto, sacerdotes dispuestos a la celebración y a confesar. No quedó ningún confesionario vacío y aún quedaban sacerdotes disponibles.
Llama poderosamente la atención que cuando se convoca a los fieles a estas formas de culto que apenas se ven hoy en las iglesias, éstos responden con gran entusiasmo y devoción. Y se junta gran cantidad de gente: como si estuvieran esperándolo. Familias incluso con sus niños pequeños, para hacerles participar desde la infancia de un culto vivo. Algunos se iban durmiendo; pero ahí estaban, participando de esa exaltación de la devoción cristiana.Con una particularidad, y es que los que abarrotaban el templo no eran la población más abundante en las iglesias: ancianos. De éstos había poquísimos, porque ni la distancia de la ciudad, ni la hora ni el frío intenso de la noche eran para este segmento de fieles. Abundaban en cambio los jóvenes y las familias con los niños. Luego, mucha gente de mediana edad.
Es difícil no sorprenderse por este fenómeno desconcertante totalmente contra corriente. Inclinado como está uno al pesimismo respecto a la salud de la práctica religiosa, al ver las iglesias vacías, y con una población de edad avanzada mayoritariamente, que va decreciendo por desgaste vegetativo, le brinca a uno el corazón ante semejante concentración de fieles en lugar y en tiempo tan arduo.
El vaciado lento y progresivo de las iglesias es un hecho incontestable, que deprime al más optimista. El primer diagnóstico del fenómeno es demográfico por un lado, y de educación por otro. Hace más de un decenio que la Escola Cristiana que dicen aquí, es decir los colegios religiosos, ya no ejercen de tales. La mayoría no tienen ni capilla, destinada ya a salón de actos o a aula de usos múltiples. Y hasta los crucifijos están desapareciendo de las aulas. Y las clases de religión, aparte de no abarcar más que a una parte del alumnado, tampoco acaban de ser lo que dicen ser.
Pues bien, partiendo de una realidad que se nos impone, y es que de la inmensa mayoría de los colegios religiosos no salen fieles que frecuenten la iglesia; al que hay que añadir el hecho demográfico de la reducción galopante de la generación que salió de esos mismos colegios formada en la fe y con hambre de iglesia; partiendo de esa lamentable realidad, es lógico que al asistir a un acto de culto tan multitudinario, tengamos la sensación de que en el alma profunda de la Iglesia se está produciendo el milagro.
Por lo demás, no fue una celebración planificada con tiempo, porque los Jóvenes de San José supieron que la reliquia del Padre Pío estaría en Barcelona justo el martes, con sólo cuatro días de tiempo para movilizarse. El mismo martes se pusieron en contacto con el P. Nicolás, el superior de la comunidad salesiana del Tibidabo, quien dio todas las facilidades para que pudiera celebrarse este culto. Invitaron también al nuevo arzobispo; pero es obvio que con tan poco tiempo le pillasen con la agenda ocupada. Pero he aquí un dato importante de proximidad: aunque la invitación se había hecho al arzobispado y había quedado en las oficinas, en cuanto le llegó al arzobispo, él mismo se cuidó de llamar para explicar que le hubiese encantado presidir esa Hora Santa.

A la terminación del acto litúrgico, en su mejor estilo de combinar devoción y acción, anunciaron que procederían a hacer colecta para poder continuar su acción de apostolado en la calle. No de solidaridad, sino de apostolado: dando no sólo comida y ropa a los más necesitados, sino también amistad y calor humano, del que forma parte ofrecerles el consuelo de Dios, que tanto necesitan. Ofreciendo, no imponiendo. Una forma de hacer caridad que han arrinconado ya las grandes instituciones de caridad de la Iglesia; igual que los colegios religiosos han aparcado ya su distintivo religioso en la forma de educar a la juventud que se confía a ellos.
Damos gracias a Dios porque no se haya extinguido esta bellísima forma de apostolado, y felicitamos a los Jóvenes de San José por contribuir a darle a la Iglesia una juventud tan bien formada.
Cesáreo Marítimo