Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Ahí estamos. Y es un auténtico milagro que estemos ahí, porque de todos los misterios de nuestra religión, el más arduo es el de la Eucaristía. La presencia de Jesús en la Eucaristía y la perpetuación de su sacrificio redentor en cada misa, son a pesar de ello, misterios en que estamos sumergidos piadosa y alegremente los católicos, sin hacernos preguntas que sólo podemos contestar catecismo en mano. Aceptamos el misterio que más directamente nos afecta: es el gran banquete al que estamos invitados. Y de lo que se trata es de celebrarlo por todo lo alto una vez al año. Eso es el Corpus.
¿Y por qué una fiesta tan ostentosa? Permítaseme la irreverencia, pero tentado estoy de decir que esto forma parte del misterio de la Eucaristía. Más cuando vemos que a pesar del laicismo galopante que estamos sufriendo, la fiesta del Corpus se mantiene en todo su esplendor. Ahí tenemos el ejemplo de Sitges, ciudad laicista donde las haya: aunque todo lo que rodea la fiesta amenaza con engullirse la procesión del Corpus, que es su núcleo, sigue en pie el hecho, de enorme valor simbólico, de que todas esas alfombras de flores en las calles son para honrar el Santísimo Cuerpo de Cristo, que portado en la custodia bajo palio, recorre las calles de la ciudad. Y no son sólo las calles: son los patios, son los balcones, es todo. Una exhibición por todo lo alto, del núcleo de nuestra fe. ¿Que la mayoría se sienten poco o nada vinculados al misterio? Tampoco importa en exceso: aunque sea indirectamente, todos contribuyen este día a dar gloria a Dios en la Eucaristía.
Con todo ello, el Corpus con su acto central que es la procesión, ha acabado siendo una fiesta religiosa de gran colorido, en la que se sintetizan todas las pulsiones del pueblo: tanto las religiosas como las profanas. Y según soplan los vientos, la parte profana arrincona la religiosa hasta dejarla en mero apéndice, llegando incluso a anularla, como en las fiestas de La Patúm de Berga, que eran en realidad las fiestas del Corpus, hasta que la Iglesia desertó y les dejó la fiesta completa a las actividades profanas.
El nuevo arzobispo de Barcelona parece dispuesto a recuperar el antiguo esplendor de la procesión del Corpus: ha escrito una carta pastoral dirigida a sacerdotes, religiosos y religiosas, colegios, catequistas, profesores de religión, consejos parroquiales, dirigentes de movimientos y asociaciones, para animarles a participar en la procesión de esta gran manifestación pública de nuestra fe. Muy buena iniciativa, porque es el momento en que la Iglesia ha de volver a celebrar su gran desfile anual para exhibir ante la sociedad civil y política cuál es la fuerza religiosa de la archidiócesis: haciendo la mayor exhibición pública de fe y de reverencia a Dios en el misterio que más nos lo acerca: la Eucaristía.
Pero lo más impresionante es que toda esa agitación, toda esa actividad contra reloj es un prolongado e intenso acto de culto, un acto de adoración al Santísimo, que culmina en la procesión. En cualquier caso, bien venidas sean las procesiones del Corpus, que se van alzando cada vez con más vigor: tanto las de carácter más institucional, como las populares. Muy bien venidas, para la mayor gloria de Dios y para nuestra santificación.
Virtelius Temerarius