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A Carles no lo recibieron mal

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Toma de posesión de Ricardo Maria Carles como arzobispo de Barcelona (1990)
Nadie sabe como transcurrirá el pontificado de Don Juan José Omella en Barcelona, todo lo que a estas alturas se pueda decir es pura ciencia-ficción, pero lo que parece bastante claro es que el nacional-progresismo no lo va a recibir con uñas y dientes, aunque tampoco con euforia, simplemente a la expectativa de ver como irán las cosas para mover ficha.

Hace 25 años se producía en nuestra diócesis otro relevo, llegaba un obispo valenciano para substituir al catalán Don Narcís Jubany, también hablaba la lengua de la tierra y contaba con la ventaja de haber regido durante muchos años una diócesis catalana, concretamente la de Tortosa. Aunque el recuerdo de Don Ricardo está marcado por la campaña que se realizó por el nacional-progresismo para desacreditarlo y debilitarlo humana y eclesialmente, el recibimiento no fue malo, todos estaban expectantes para ver sus primeros movimientos y éstos inicialmente no recibieron críticas.

Porque Don Ricardo llegó asustado a Barcelona, con ese síndrome de Estocolmo tan típico de los obispos valencianos, él sabía a donde quería ir, pero ingenuamente pensaba que era posible curar los males de aquella diócesis enferma, dando mimos y cariños a lo peor de su clero. Repitió el error de Don Marcelo, creando obispos auxiliares bien vistos por el progresismo, nombrando al actual copríncipe como rector del Seminario y luego obispo auxiliar, y el giro conservador brilló por su ausencia en los primeros compases de su tembloroso gobierno.

Carles, con su entonces auxiliar Soler Perdigó
Era aquella época en que sus  peores obispos auxiliares (Vives, Traserra y Soler Perdigó) repetían aquella célebre frase de "Mientras el arzobispo reza, nosotros mandamos". Porque habían visto su profunda vida espiritual y de oración en contraste con su vida mundana y apegada al poder. No les molestaba, le hacían hacer lo que querían y todo el mundo contento.

Las cosas cambiaron cuando buenos sacerdotes e incluso seminaristas (a los que tanto quería y cuidaba) le explicaban la realidad de las cosas con toda su crudeza, que no era ni mucho menos como se la explicaban sus auxiliares. Empezó a ver que tenía que cambiarse esa dinámica, pero le costaba actuar, hubo un detonante que le hizo dar un puñetazo en la mesa y fue la denuncia llegada desde Torre Annunziata (en Nápoles) de blanqueo de dinero y tráfico de armas contra su persona. Aquello ya fue demasiado, hasta entonces se había comido todos los marrones de los desmanes de sus auxiliares, pero esto sobrepasó todas sus previsiones.

Entonces decidió sacar de la sala de máquinas del obispado a Don Jaume Traserra y del Seminario a Don Joan Enric, y allí empezaron los problemas, con esos poderosos enemigos en su contra, añadiendo el apoyo de Soler Perdigó con quien formaban un verdadero trío conspirativo, la movida estaba servida y el clero protestón, ansioso durante muchos años de sacar el hacha de guerra, corrió rápido a apuntarse a la batalla.

Carles, junto al Nuncio Lajos Kada y sus auxiliares
Faltaba otro frente y era el político, al no plegarse Don Ricardo a los deseos de Pujol y los suyos de sumarse al nacionalismo exacerbado que tanto había criticado San Juan Pablo II, se creó un nuevo enemigo y este también era de los gordos y de los vengativos. El pobre cardenal valenciano había entrado en el fango de aquellos que no aceptaban ser dominados por el nacionalismo y por el clero progresista que echó a Don Marcelo y maniató a Don Narcís.

El problema es que Don Ricardo no aprendíó la lección y volvió a repetir casi el mismo error. Se liberó de Traserra, Vives y Perdigó, pero se puso en manos de Don Joan Carrera, que siendo buena persona, acabó metiendo en el obispado a un buen número de convergentes en altos cargos diocesanos (Enric Puig, Marcelí Joan, Ignasi Torrent...) . Cuando se dio cuenta nuevamente del fiasco, que además amenazaba seriamente las finanzas de la diócesis, tuvo que dar otro golpe en la mesa, deshaciéndose de sus penosos colaboradores (algunos con importantes compensaciones económicas) y encomendándose por completo al Rvdo. José Ángel Saiz (después obispo auxiliar) y a un reducido grupo de colaboradores fieles, conocido popularmente como la guardia pretoriana del cardenal.

Con este segundo golpe de autoridad, las campañas contra su persona y su gestión crecieron vertiginosamente, provocando una situación de ingobernabilidad evidente. Una buena parte de la diócesis iba por su lado, pensando sólo en campañas y movilizaciones contra el cardenal, y Don Ricardo cada vez se sentía más sólo y humillado.

Esta es una buena lección para aprender lo que no se debe hacer en Barcelona. Una de las cosas que nos enseña esta experiencia, es que es muy importante el nombramiento de obispos auxiliares. Porque ellos son de aquí y saben de que van las cosas, mientras Don Juan José es aragonés y nunca ha participado de la pastoral catalana. El problema es que si te equivocas de personas, tienes un problema en tu propia cocina, y sólo se puede solucionar, desperdigando a esos obispos a otras diócesis como hizo Don Ricardo, con la consiguiente ruptura diocesana.

Antoninus Pius

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