Ya alguna vez en algún artículo hice mención de la necesidad que aflora, y cada día más y con mayor intensidad, de que los sacerdotes en nuestros tiempos tengan a su alcance toda suerte de medios para su equilibrio espiritual y psicológico.
Nadie en el Seminario nos preparó realmente para una vida y unos problemas que ni siquiera, con toda la dosis de imaginación y fantasía, podíamos sospechar. Y hablo de nosotros, sacerdotes de mediana edad, nacidos entre los 60 y 80. Imaginemos a los de décadas anteriores. La sociedad, la Iglesia, la concreta vida ministerial en la que nos movemos y a la que hemos sido abocados, han sufrido cambios a ritmo tan trepidante que nos procuran una sensación vertiginosa que nos conduce a un malestar doloroso. Sentimientos de soledad, de impotencia y fracaso, de inseguridad, de incapacidad para dar respuesta a los continuos y cambiantes retos que se nos presentan, producen en el ánimo sacerdotal una sensación de resquebrajamiento interior, de agrietamiento de todo aquello que somos y hacemos; sensación a la que no es fácil poner remedio y solución.
La falta de sacerdotes especializados y experimentados en la dirección espiritual de consagrados es otro hándicap. Antaño ciertas congregaciones religiosas estaban meticulosamente especializadas en la dirección espiritual de sacerdotes y religiosos. La profunda crisis en la vida religiosa ha hecho mella en la mayoría de ellas y son pocos los institutos que pueden poner a disposición del clero diocesano, personal enteramente dedicado a la asistencia espiritual de los sacerdotes, de manera estable y continua.
Sin obviar esa urgente necesidad que no podemos dejar de lado ni postergar, al mismo tiempo y como soporte de gran importancia, resulta imprescindible, especialmente para los presbíteros más expuestos al vértigo personal y ministerial, la ayuda de buenos psicólogos católicos que les procuren apoyo profesional.
Subrayo lo que podría pasarnos por alto: psicólogos católicos, es decir, cimentados en una ciencia que en sus fundamentos, contenidos y métodos sea en todo fiel al mensaje cristiano y constituya una herramienta eficaz para la perfección humana y sacerdotal. Se trata de poner a su alcance los recursos psicológicos que lleven a los sacerdotes al encuentro de la verdad sobre sí mismos y su realidad, basados en una recta visión del hombre, como unidad psico-bio-espiritual. Los auténticos psicólogos católicos consideran que el ejercicio de su profesión no puede limitarse sólo a un tratamiento psíquico, sino que debe orientarse a mirar el problema de fondo, que involucra la relación de la persona con Dios.
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El jesuita P. Jordi Font, ideólogo y artífice de la Fundació Vidal i Barraquer |
A Dios gracias, creo que la mayoría de los sacerdotes más que estar necesitados de resolver un problema concreto, empiezan a adolecer de orientación en su vida personal y ministerial, porque se sienten frustrados, porque quieren autorrealizarse y necesitan alguien que les ayude a equilibrarse a sí mismos para desarrollarse mejor. Y aquí es clara la necesidad del psicólogo católico.
Magisterio pontificio sobre la psicología hay muy poco: Pablo VI tiene algunas alocuciones a los psicólogos, y Juan Pablo II tiene varias intervenciones en ese sentido. Hay tres puntos que son claves y que han mencionado tanto Pío XII como Juan Pablo II, que son: la conciencia de la dignidad de la persona, que se basa en que el hombre ha sido creado por Dios, a imagen y semejanza suya; y ahí en los detalles se derivan muchas consecuencias importantes para la psicología.
Jóvenes sacerdotes romanos |
Y el tercer elemento es que podemos recibir la gracia de Dios. La gracia santificante tiene un efecto elevante, pero primero que nada sanante: la gracia sana nuestra naturaleza, sana nuestros desequilibrios emocionales, todos recibimos inicialmente la gracia en la sustancia, en el alma como decía Santo Tomás; pero desde allí la gracia deriva, emana como un torrente hacia nuestras facultades, hacia nuestros actos y toda nuestra vida, y cambia verdaderamente la vida.
El psicólogo católico Dr. Echavarría, Abat Oliba |
Es necesario subrayar que los verdaderos psicólogos católicos que necesitamos, son aquellos que estén convencidos claramente de la incompatibilidad del pensamiento freudiano con la visión cristiana del hombre. El gabinete que los sacerdotes necesitamos no puede echar mano del psicoanálisis como la mejor psicología, comola única posible.Necesitamos profesionales a nuestra disposición que asuman la relación establecida entre el desorden moral y el desorden psicológico. La psicoterapia, que nació de un ambiente positivista alejado de la antropología cristiana, no puede ser una alternativa a la guía psicológica y espiritual cristiana.
Por último y de soslayo, este gabinete de ayuda debe ponerlo nuestra Archidiócesis al alcance real de todo el clero. Y expender en él todos los recursos necesarios, pues visto el sueldo exiguo y precario que a duras penas llega a los 900 euros mensuales, un sacerdote no puede sufragar de manera prolongada los honorarios del apoyo profesional que necesitamos.
Prudentius de Bárcino